De gambeta desequilibrante dentro de la cancha, afuera de ella hace equilibrio con las palabras. La pasión por el fútbol bello y las ideas claras de un hombre que siempre fue un poco distinto.
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Antes de ser un jugador pop, de salir con la hija de un presidente, de quebrar la cintura –y la paciencia– de los defensores con sus gambetas, de ser ídolo de Boca e iluminar la primera resaca maradoniana con algo de futuro, a Diego Latorre ya le habían inventado –embellecido- un pasado. El fútbol, como cualquier criatura sofisticada y rentable, hace un culto de sus tradiciones y de sus costumbres, y en ese ambiente tan conservador y previsible, cuyo camino está asfaltado de transpiración y ambiciones millonarias y cuya banquina está atestada de sueños truncos y dolor, Latorre era una rara avis. La leyenda cuenta –o contaba– que Diego no había hecho divisiones inferiores, que había sido descubierto a los 17 años en un country por Mario Zanabria –ex 10 de Boca– y que éste, convencido de que había encontrado a una versión moderna de Ángel Clemente Rojas con secundario completo y vida holgada, lo había llevado a Boca para que, casi sin proponérselo, casi por accidente, debutara y triunfara en primera. Era una historia invencible: un poco de glamour y azar entre tanto esfuerzo proletario.
Bueno, era mentira.
"Es cierto, alrededor mío hay un mito". Sentado en un salón de su amplia casa en un country en Pilar, cebando mate y vestido de runner –se prepara para correr una maratón en Francia–, Latorre derrumba aquella historia. "Yo hice inferiores. Todas las inferiores. Tenía ciertos privilegios sí, porque estudiaba, pero las hice como cualquier otro chico. Lo que pasaba es que mis viejos no querían que dejara de estudiar. Además, cuando tenía 13 o 14 años no estaba seguro de poder llegar a ser futbolista. Después sí, vislumbré que podía serlo y largué la facultad. Hice hasta segundo año de Ciencias Económicas."
Observando el escritorio de Latorre, que hoy tiene 43 años, el fútbol parece haber sido una distracción, hermosa, larga y redituable, entre él y su relación con la lectura: el escritorio está ocupado por varias obras de distintos autores. "En los últimos años –explica el actual comentarista de Fox Sports y radio Del Plata y ex delantero de Boca, Racing, Fiorentina, Tenerife y Cruz Azul, entre otros clubes–, me fui preparando para la vida social. Allí empecé a redescubrir la lectura". A diferencia de quienes descubren las bondades de la literatura de repente y se excitan con la posibilidad de saberse iluminados por sobre el resto –esa clase de personas que, cuando llueve, citan a Heidegger en Twitter porque creen que comer una milanesa en un día gris interpela a la condición humana–, Latorre no actúa como un nuevo rico del conocimiento. En todo caso, su búsqueda actual tiene que ver con acercar al mundo del fútbol –un mundo conservador y pacato, como ya se ha dicho– algo que parece natural pero que allí resulta inoportuno, inconveniente o directamente revolucionario: el pensamiento. Pero no el pensamiento elevado sino simplemente el hecho de discutir e intercambiar ideas o tesis establecidas, el ejercicio de colocar en un lugar de interrogación a esa disciplina tan fascinante.
En un ambiente acolchado por frases hechas que no hacen más que perpetuar una puesta en escena grotesca y pueril que nadie se atreve a desmantelar –por temor, porque conviene–, Latorre se viene ganando un lugar a golpes de sentido común y lucidez. Con una mirada aguda, un vocabulario rico pero no apabullante y cierto desapego por los lugares comunes más repetidos, el ex delantero, que conformó una dupla inolvidable con Gabriel Batistuta en Boca a comienzos de los 90, va consolidándose como una voz distintiva dentro de la comunicación deportiva. Sus comentarios de los partidos –tanto del fútbol local como internacional– suelen ser atinados, equilibrados, necesarios. Hay, en él, una búsqueda por explicar e ilustrar con nuevos colores este juego hermoso. Y también por señalar aquello que lo pervierte.
Brando: Hoy como comentarista, ¿cuáles son tus intereses, qué cosas son las que te movilizan de un mundo que vos ya conocías como jugador?
Latorre: El aprendizaje, el mundo del conocimiento. Hoy estoy predispuesto a aprender. De todas formas, me da una profunda tristeza darme cuenta de que la mayoría de los conceptos con los que uno se puede nutrir ya no están acá. Se nos han llevado los jugadores y los conceptos. Y eso tiene una parte trágica. No quiero ser un tipo que está siempre mirando para afuera y criticando, sobre todo porque quiero mucho al fútbol argentino, donde jugué diez años y es parte de mi patrimonio emocional. Soy parte del fútbol argentino. Pero creo que estamos en un momento crítico, a tal punto que desconocemos nuestra tradición. El otro día leí una frase de (Santiago) Segurola –notable periodista español– que dice "la tradición no es una elección".
Brando: ¿Te referís a cierto desdén por la tradición del fútbol argentino?
Latorre: Sí, es que llegamos hasta un punto con este mareo cultural que desconocemos cuáles son nuestras fuentes de alimentación, nuestros bienes culturales. A veces el mundo del deporte es tan chato que rechaza el pensamiento. Justamente, porque el tipo que piensa es peligroso.
Brando: Cuestiona el status quo.
Latorre: Claro. El fútbol repite las seis o siete frases de cabecera con las que todos más o menos están conformes, y que en realidad parece que dicen algo pero no dicen nada. Mucho menos arreglan. Conmigo había cierto prejuicio porque como la palabra "futbolista" y la palabra "pensamiento" parecen antagónicas, cuando alguien piensa enseguida aparece la palabra "filósofo", pero dicha como algo despectivo, no como un elogio.
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Brando: Se estigmatiza.
Latorre: Sí, es peyorativo. Yo, cuando comento, trato de no ser equilibrista, pero sí de ser equilibrado. Trato de ser fiel a lo que pienso. Lo que me interesa es ponerme en un punto en el que pueda tener la capacidad para analizar desde la experiencia sin creer que esa experiencia es todo. Fundamentar lo que digo, no dañar, no ser agresivo. Trato de ser contundente, pero a su vez mi lema es ser respetuoso con el otro.
Brando: Vayamos al principio. Da la impresión de que tu desplazamiento desde el lugar del jugador al del comentarista fue bastante rápido y natural.
Latorre: Empezó porque tenía la necesidad de ocupar un vacío, el vacío que te da la rutina. La rutina del entrenamiento, las costumbres, estar con tus compañeros, todo un modo de vida adaptado a tu oficio. Eso, de un día para el otro desaparece. Entonces pasé a formar parte de otro mundo. Y la adaptación fue brillante, porque me puse otro chip. No fue nada pautado, se dio así y punto. Fue de forma natural, paulatina.
Brando: Era algo que tenías que resolver.
Latorre: Sabía que tenía que asumir otro rol, pero solo tenía dos cosas claras: que comunicar y jugar son dos cosas muy distintas, y que debía tratar de capitalizar toda la experiencia que tenía y ponerla en juego pero sin egocentrismo, dejando de lado todo tipo de personalismo. Tenía que tratar de ser lo más ecuánime posible, lo más objetivo, no recurrir a las anécdotas que no suman. Esto lo escuchaba en otros, quienes en lugar de enriquecer una determinada charla o comentario lo que hacían era siempre apelar a anécdotas relacionadas con ellos. Eso me producía rechazo.
Además de un juego fantástico, el fútbol, entre muchas otras cosas, también es una fabulosa máquina potenciadora de egos. Es lógico que así ocurra: en esa jungla despiadada en la que se practica un darwinismo social feroz, aquellos que triunfan son, sin duda, los mejores de su especie, y al tiempo que ocupan un espacio de deseo social, pasan a ser tratados como estrellas, dejan de ser personas. "Cuando sos jugador de fútbol estás minusválido", dice Latorre. "Como futbolista tenés un delegado que te hace todo, y después hasta te cuesta ir a hacer la cola en el banco. Cuando viajás ni siquiera hacés el check-in. Vas del hotel a los aeropuertos. Y del aeropuerto al hotel. Ésa es tu vida".
Tras el retiro, el futbolista no solo debe reinsertarse socialmente, si no que, en el caso de haber sido crack o ídolo, también debe aprender a educar su narcisismo. Entender, sin que se lo advierta nadie, que los motivos que lo llevaron hasta allí y que justificaron su tratamiento especial se perdieron en la noche de los tiempos. El deporte argentino es pródigo en ídolos –sobre todo los de la década del 70– que no han sabido tener una sobrevida armónica, que cada vez que aparecen en los medios parecen estar insatisfechos con el mundo posterior a sus reinados, frustrados y doloridos porque el deporte no se acabó cuando acabaron sus carreras, como si todo lo que vino después fuera de una calidad inferior –o de una brillantez inmerecida– a la de su tiempo.
Latorre, en cambio, parece no haber perdido su capacidad de asombro y de admiración, de igual modo que parece no haber culminado su educación futbolística. "Yo siento pasión por el juego, y mientras jugaba iba admirando a otros compañeros, a rivales. El fútbol es algo que me inspira un montón de cosas. Es tanto lo que siento por el fútbol que veo jugar a Iniesta y me quiero meter dentro del televisor y jugar con él."
Brando: Equipos como el Barcelona o el Manchester United podrían hacernos inferir que, al menos en cuanto a la calidad del juego, estamos viviendo tiempos interesantes. Pero muchas veces esto no es coincidente con una buena época del fútbol en sí. ¿Coincidís?
Latorre: Si hablamos en términos de fútbol como negocio/espectáculo sin duda se ha convertido en una industria tremenda. A mí lo que me asusta un poco es que el fútbol se ha visto invadido por gente que no es del fútbol, que se acerca por notoriedad, por ambiciones, por poder, y se han acercado algunos capitales que son de dudosa procedencia y que descargan en el fútbol. Entonces hay una confusión: porque se compara –o se iguala– el éxito que es conseguido con un método serio y de calidad con el éxito que es conseguido con un plan transitorio, respaldado solamente por un tipo que compró 25 jugadores y nada más. Pero muchas veces la gente no discrimina el éxito, todo va a la misma bolsa.
Latorre parece dispuesto a combatir el relativismo cultural que se ha adueñado del fútbol, una suerte de pensamiento único que borra las fronteras entre lo bello y lo no tan bello, como si todo diera lo mismo, como si jugar como el Barcelona o como el Chelsea fuera lo mismo, total ambos ganaron la Champions League. "Yo lo combato. Es común escuchar: «El Real Madrid no es menos que el Barcelona, son diferentes». No, no es así. Me preocupa el hecho de que el éxito tape todo. ¿Qué es el fútbol si uno no la pasa bien? ¿Qué es el fútbol si no te emociona? Sacando el fanatismo, como espectador le tenés que extraer las propiedades al juego. Haciendo una proyección, de acá a diez años el producto fútbol no va a ser muy tentador y muy seductor para el tipo que va a la cancha. El fútbol nuestro te aleja de los lugares que se ejecuta".
¿Qué quedó del Latorre futbolista? ¿Qué mecanismos se guardaron para siempre en su ser y perviven hoy en este hombre que entrena para correr, que comenta para vivir? De entrada, pareciera que al Latorre persona todavía lo habita parte del sentimiento de sospecha hacia el otro que atenazaba al Latorre jugador. La desconfianza, en un hábitat que suele vivir en palpitante amenaza por los altos niveles de interés que genera, suele ser una reacción natural. "El ambiente del fútbol es muy hostil", admite el ex crack. "Eso hizo que yo me fuera encerrando en mí. Era una barrera, un mecanismo de defensa ante ese ambiente. Claro que uno también es cómplice".
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Brando: Un representante una vez me dijo que lo único limpio en el fútbol es la pelota.
Latorre: Ja. Bueno, no sé si es tan así, siempre hay gente rescatable. En mi caso me armé un mecanismo de defensa para poder sobrevivir. Traté de protegerme y me fui alejando del contacto con la realidad.
Brando: En tu caso, además, vos habías sido ídolo, que es un lugar de mayor riesgo.
Latorre: Sí, seguro. Pasar de héroe a villano con tanta facilidad no es nada fácil. Más cuando tenés un poco de cabeza o cierto nivel intelectual. Esas cosas te hacen muy mal. Al tipo que no lo tiene le resbala. Pero el tipo que es un poco sensible, que es como un observador, le va pegando todo lo que pasa. Entonces te tenés que poner barreras, te aislás. En los últimos años todo me afectaba un poco menos –uno aprende, claro– y empecé a prepararme para un montón de cosas.
Así descripto, el fútbol parece un animal monstruoso, de enormes tentáculos, con una boca enorme por la que engulle ilusiones y trayectorias, y con otra boca debajo –más bien una cloaca– por la que escupe cuerpos y mentes destrozados. No parece una imagen muy alentadora, pero para Latorre pareciera asemejarse a la realidad. "La decencia y la honestidad es lo que escasea. Argentina tiene desparramados jugadores por el mundo y, sin embargo, los clubes no tienen un peso. Eso es increíble. Son temas que no están en la agenda. Lo que pasa es que como las noticias se van pisando, entonces nadie para la bocha. ¿Por qué los clubes no tienen para comprar una cafetera? La realidad es que los jugadores no quieren jugar en el fútbol argentino. Lo digo con dolor. Muchos dicen que el jugador argentino cobra un buen sueldo acá, y eso es mentira, porque una cosa es lo que se firma y otra cosa es lo que se paga. Hay ciertos mecanismos que hacen que el jugador se vaya «endeudando» de alguna manera, y que hacen que el jugador, cuando es vendido, de cinco termine cobrando uno. Es un mecanismo perverso. Si no aceptás eso, los dirigentes, de cierta forma, te empiezan a extorsionar".
El tema de la injusticia es un tema que parece obsesionar a Latorre. No ya dentro del ambiente del deporte sino dentro de la condición humana: ¿Cómo es que el hombre se convierte en lobo del hombre? ¿Cómo es que puede llegar a la monstruosidad? Días atrás, Latorre colgó en su cuenta de Twitter ( @dflatorre ) un link que contenía un libro paradigmático, un opus fundamental que intenta desentrañar las causas del mal: Eichmann en Jerusalén [ PDF ], el ensayo de la filósofa alemana Hannah Arendt que ausculta en las razones que llevaron al jerarca nazi a convertirse en un engranaje esencial de esa maquinara de muerte y dolor. El libro también indaga sobre la necesidad de justicia del ser humano –Eichmann fue secuestrado en la Argentina y trasladado para ser juzgado y condenado en Israel–, sobre los conceptos de moralidad y poder. El abuso de poder y la falta de moral parecieran estar muy presentes en el fútbol argentino, un paisaje decorado por dirigentes ricos, clubes pobres, cracks vendidos y partidos deleznables. Todo cocinado bajo la atenta y promiscua mirada de una sociedad, la futbolera, incapaz de repensarse, sin la audacia ni la voluntad necesarias para reconocerse en crisis y actuar en consecuencia. "Hay un punto de demagogia que tienen los dirigentes que hace que todo siga su curso, todo es poner parches para que el negocio siga funcionando para ellos".
Brando: También hay más fanatismo, que de algún modo es la única manera de explicar la pasión. O sea, si el hincha no fuera tan ciegamente pasional, se sentiría demasiado decepcionado por la pobre realidad del fútbol actual.
Latorre: Totalmente. El fanatismo es lo que puede soportar esto. La pasión tolera todo. Encima con los rituales de ahora: la gente se ha enamorado de su propia hinchada. Eso se convierte en un quiste. Están compitiendo a ver quién es más fiel.
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"Mandale un mensaje a Yanina, que se apure".
La charla en su casa quedó atrás y ahora con Latorre estamos en la puerta del gimnasio en el que entrena en Palermo. El ex crack y actual comentarista de Fox viste short, remera y zapatillas de
runner.
La indumentaria es el uniforme de la actividad que acapara todos sus esfuerzos por estos días: el atletismo.
Junto a su mujer Yanina, se prepara para correr la maratón de París, el 7 de abril.
La carrera arranca en Champs-Élysées, da toda una vuelta por la ciudad de las luces y culmina en el Arco del Triunfo. Hacia allí apunta su entrenamiento actual, que realiza bajo las órdenes de su personal trainer, Michel. Latorre espera a su esposa para salir a correr por las calles de Buenos Aires.
Yanina está algo atrasada y eso lo impacienta un poco. Mientras tanto, charlamos con su preparador físico sobre la clase de entrenamiento que debe realizar un maratonista. "Lo ideal es que hasta el día de la competencia vaya entrenando todos los días con distancias siempre inferiores a los 42 k", cuenta Michel en la puerta del gimnasio. Estamos parados en la calle Migueletes, y mientras Latorre se prepara para encarar quince kilómetros de asfalto, algunos socios del gimnasio pasan y le comentan sobre la pésima actuación que tuvo Boca el día anterior. Latorre ajusta su reloj, que controla el ritmo cardíaco, las calorías gastadas y el tiempo. Michel, su PT, le preparó un plan para arrancar haciendo seis minutos por kilómetro para luego bajar a 5 y medio y después a 5. "Es importante", agrega Michel, "que no solo se prepare físicamente sino también mentalmente. Y es muy importante saber regular los esfuerzos y tomar todas las precauciones. Por ejemplo, ingerir glucosa. Hay que hacerlo antes de la carrera y a los 40 minutos de iniciada", agrega. Está claro que la ciencia aplicada al deporte –y no sólo para la alta competencia– se desarrolló de tal manera en los últimos años que achicó al mínimo los riesgos y potenció al máximo las posibilidades de cada atleta. Así parece ratificarlo el cuerpo de Latorre, fino y sólido como en sus mejores tardes de la Bombonera. "Estoy mejor físicamente ahora que cuando jugaba", asegura.
Entre los deberes que cumple el ex crack está el de recuperar su cuerpo al día siguiente de someterlo a un esfuerzo supremo. "Es para terminar de expulsar el ácido láctico que se acumuló en la sangre", dice el entrenador. En eso llega Yanina –extrovertida, histriónica, intensa– y el matrimonio Latorre se lanza a las calles a trotar. Toman Libertador y encaran por Olleros para correr alrededor del Golf y del Lawn Tennis. El ritmo de Latorre es intenso. Deja atrás a su mujer y se pierde en las calles internas y arboladas de esa zona de la ciudad. Cuando trota, Latorre tiene el mismo lenguaje corporal de su época de gloria: un poquito encorvado, con su cabeza levemente hundida entre los hombros, dando pasos que son saltitos, simpático.
El comienzo no parece ser un problema. El escollo, el verdadero escollo, aparece –o aparecerá en París, quién sabe– alrededor del kilómetro 30. "Es el instante crítico de todo corredor –explica Michel–, cuando comienza a preguntarse qué hace ahí o por qué se metió en eso. Lo llamamos «el muro», porque adelante suyo aparece una pared enorme, que tiene que romper o trepar". Es el momento de mayores claudicaciones y el gran desafío del maratonista: seguir encontrándole un sentido a ese ejercicio solitario y fatigante, una tarea hercúlea solo reservada para quienes consideran que el desafío de llevar al límite sus cuerpos y sus mentes es lo suficientemente excitante como para creer que en ese esfuerzo está su cielo. Correr, de acuerdo a quién lo haga, puede ser escapar o perseguir: dependerá si hay atrás un dolor o adelante un sueño.
Mientras Latorre se sumerge en los bosques de Palermo en busca de su paraíso personal, mientras corre en busca de su muro, de su necesidad y de su sueño, recuerdo una frase de Luis Alberto Spinetta, tan luminosa como esclarecedora, tan aplicable a la maratón como a la vida misma: "Después de todo –cantaba el Flaco– tú eres la única muralla, si no te saltas nunca darás un solo paso".
[N.de R.: Diego Latorre corrió la maratón de París y totalizó la competencia con un tiempo de 04:17:40]