La buena vida. Don Vittorio y el tiempo: un recurso cada vez más escaso, intangible e inatrapable
Don Vittorio Salve fue un inmigrante italiano que enraizó en Berazategui, al sur del conurbano bonaerense, durante la década de los años 40 del siglo pasado y devino panadero. Por su parte, Stefan Klein es un destacado escritor científico alemán nacido en 1965, especializado en neurociencias y autor de El tiempo, entre otras obras. No se conocieron. Pero pensaban lo mismo. Don Vittorio, recuerda su hijo, el médico Remo Salve, repetía: "No te descuides, mirá que la vida es más larga de lo que creés". Consejo a contramano de los usuales. A su vez Klein, tras investigar el papel del tiempo en nuestra vida, afirma: "Hoy sabemos que no estamos estresados porque nos falte tiempo, sino que nos falta tiempo porque estamos estresados". En una era en la que se multiplican las ofertas, la información, los focos de atención, los deseos (por obra de un estímulo externo constante e impiadoso), cuando la tolerancia a la frustración alcanza niveles poco menos que nulos, el tiempo se convierte en el recurso más escaso, intangible e inatrapable.
¿Lo es? Depende de qué tiempo se hable. Los viejos y sabios griegos distinguían a Cronos, el del reloj, representado por Saturno, el dios que se come a sus hijos, de Kairos, el del alma, un tiempo sutil, ajeno a medidas, hecho de sensaciones, de trascendencia, un tiempo sin tic tac. Don Salve se refería, en los consejos a su hijo, al tiempo que no se mide, sino que se siente. Al que no cuenta en segundos, sino en significado; al que se alimenta de experiencias, de vivencias y no de producto y rendimiento, al que no se pierde ni se gana. Simplemente se vive, y para eso requiere presencia, es decir, compromiso pleno en el presente, en cuerpo y alma, con quienes o con aquello que nos convoca en el aquí y ahora. Sin desplazarse hacia lo próximo, porque aún no llegó, ni quedarse anclado a lo anterior, porque ya pasó. Así se ensancha el horizonte del tiempo.
Klein, en cambio, advierte sobre las urgencias que imponen los relojes y calendarios. La palabra urgencia no es casual. Lo urgente reclama siempre atención inmediata y no da lugar a contemplar prioridades. A fuerza de repetirse, la situación suele llegar a un punto en el que todo es urgente. Entonces ya nada es importante, porque el tiempo de lo importante (aquello que alumbra el sentido de nuestra vida, la densidad de nuestros afectos, la solidez de nuestros valores, el compromiso con nuestros ideales, la coherencia con nuestros propósitos) ha sido consumido por lo urgente.
Así como se multiplican los deseos, lo hacen las urgencias. Y así como las verdaderas necesidades no son muchas (pero son necesidades y por lo tanto, a diferencia de los deseos, no pueden desatenderse), las cuestiones verdaderamente importantes de la vida son pocas. Cuando están atendidas proporcionan tramos existenciales de armonía, equilibrio, calma. La sensación de que vivir ha valido la pena por varios motivos, pequeños o no. Cuando no es así, se instala algo parecido a la diversión pasajera, que se agota rápido y amenaza con el tedio a menos que se la renueve incesante y espasmódicamente. En el primer caso se surcan las aguas calmas del tiempo sin relojes, en el segundo las tormentosas del tiempo envasado. La felicidad baila con Kairos, la diversión con Cronos.
Se diga lo que se diga, el tiempo no se gana, no se pierde, no se ahorra, no se compra, no se negocia, sino que simple y sencillamente se vive, y cada quien es responsable de cómo transita por él y qué huella deja en la vida. Jacob Needelman, filósofo, autor de El tiempo y el alma, dice: "La experiencia del tiempo depende del grado en que uno es consciente de la verdad o persigue una mentira". Podemos tomar todo el tiempo necesario para pensarlo.
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