Duelo de estilos
Pasaron las elecciones y, entre festejos y despedidas, y una transición que alivia porque se anticipa ordenada, por suerte queda tiempo para lo importante: señalar con el dedo a mujeres por "decorativas", por "grasas", por hablar demasiado, por hablar muy poco, por hacer huertas o por no hacerlas, por ser discretas o por pretender figurar, por oficiales o por extramaritales.
Mientras al día siguiente de conocerse los resultados del escrutinio provisorio la radio más escuchada del país se preguntó si la actriz y periodista Fabiola Yáñez –que convive con Alberto Fernández hace cuatro años– podía ser primera dama a pesar de no estar casada con el presidente electo; una revista de actualidad osó poner en tapa esa nota que durante décadas las mujeres compramos (y hasta editamos) sin chistar: el clásico duelo de estilos que ahora horroriza a tantas feministas. Personalmente, tengo más problemas con el dedo que acusa y pregunta dónde están los papeles que avalan el vínculo legal de la pareja de quien conducirá los destinos de los argentinos que con una publicación que analiza los looks de la primera dama entrante y la saliente. ¿Acaso muchos no hablaron en sus casas y en las redes sociales de lo que tenía puesto el domingo cada uno de los protagonistas de los comicios? La ropa comunica, lo saben los políticos, sus asesores y los editores de revistas, igual que muchas de las feministas que las consumimos, con todo respeto por Simone de Beauvoir y quienes puedan llevar una vida libre de contradicciones. Escuché y leí incluso comentarios más crueles sobre lo que se puso Elisa Carrió para la reunión con el presidente Macri en la que la diputada se despidió de la política. Y, para tranquilidad del victorioso candidato del Frente de Todos, nadie comparó mucho los trajes de los protagonistas del primer desayuno de transición en la Casa Rosada (y antes de que una bala perdida del duelo que no fue termine por alcanzarme, lo aclaro: ¡por supuesto que hay muchos temas más urgentes!)
Pero volviendo a la frivolidad que ocupa las tapas de revistas, y los títulos para el clickbait, hay algo que me hace todavía más ruido. Es el llamado, desde muchos sectores que se autoproclaman dueños de la corrección y de los mandatos del buen feminismo, a que la próxima primera dama no sea sólo un "florero", rol que por default y sin mediar mucha sororidad le atribuyen a Juliana Awada. Fueron varios los que criticaron en estos años que apenas se haya limitado a sonreír, acompañar políticas de desarrollo social y tener encuentros con otras primeras damas. "Algo para decorar", tituló en diciembre último Beatriz Sarlo su columna en Perfil después del fin de semana en el que Awada se lució como anfitriona de las y los acompañantes de los líderes del G20. En abril de este año, El País de Madrid le dedicó una extensa nota a quien –según el texto de Federico Rivas Molina– dejaba "sabor a poco" al promediar el mandato su marido. Vogue la había comparado, al momento de asumir Macri, con Jackie Kennedy y con Michelle Obama por su inteligencia y su estilo. "Pero Awada no ha sido Obama –sentenciaba el artículo del diario español–. Tampoco tuvo iniciativas personales, sí mucho de moda. En un país acostumbrado a primeras damas fuertes, como Eva Perón y Cristina Fernández de Kirchner —que llegó a ser presidenta— Awada optó por el hogar. [...] Elegante, bella y refinada, tiene un don indiscutible para caer bien a todo el mundo. Awada rompió con lo que se esperaba de ella y asumió entonces el papel de ‘hechicera’.[...] Awada no habla en público, nunca. Su pensamiento se reduce a frases hechas, de tonos naif, que su equipo de prensa difunde por Instagram."
¿Está mal caer bien? Juliana Awada no buscó ser protagonista, acompañó y fue –por elección– la guardiana de la tranquilidad del hogar presidencial. Una vez más, me pregunto: ¿hay una manera correcta de ser mujer? ¿una manera correcta para mostrar cómo serlo?
Sir Denis Thatcher era un hombre de negocios que mientras su esposa gobernaba con mano de hierro una potencia mundial, se dedicó tranquilamente a la jardinería sin que nadie lo considerara un florero. Joachim Sauer, marido de Angela Merkel, es un químico con tanta fobia a las cámaras como la canciller alemana, y apenas si aparece en público junto a ella. Jamás habla de política, nadie se lo exige. Su presencia mediática no se parece en nada a la de la mayor parte de las primeras damas.
Hay una nueva generación de políticos en la escena internacional en la que seguramente a muchos les gustaría incluir a Alberto Fernández. Entre ellos están, por ejemplo, el presidente de Francia, Emmanuel Macron y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau. También la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, que hizo historia al transitar su embarazo, convertirse en madre, y retomar la función pública con su beba lactante. Su marido, Clarke Gayford, es periodista y presentador de televisión. A poco de nacer la hija de ambos, Gayford aseguró a la prensa que, desde el nombramiento de su pareja, su principal trabajo pasó a ser apoyar a Jacinda y asegurarse de que coma y duerma lo suficiente. La flexibilidad de mi profesión me lo permite: "Trabajaré solo cuando sea necesario". A él, no tengo dudas, los mismos que juzgan si una primera dama debe decorar más o menos, le dirían entre corazoncitos que es "todo lo que está bien".
¿No sería un gesto de verdadera modernidad que Fabiola Yáñez pudiera elegir su destino con la misma libertad con que lo hicieron Sir Thatcher, Herr Sauer y el modernísimo señor Gayford?
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