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 • Historias

Eduardo Sacheri: "Me importa más ser un buen papá que ser escritor"




Por Julia Coria.
El escritor se pone en los zapatos de una mujer en su último libro, Lo mucho que te amé, y además camina tranquilo entre la literatura mainstream y sus clases como profe de Historia.
Sos un bicho raro... Vivís de tu trabajo como escritor...
En este momento sí, y sé que soy un bicho raro. Mi primer libro se publicó en el 2000, ya se van a cumplir 20 años, pero a partir de El secreto de sus ojos (la película, no el libro La pregunta de sus ojos), que salió en 2009, se abrieron muchas cosas. Con los libros, los guiones, con todo ese combo: sí, puedo vivir de esto. Sigo teniendo algunas horas de clase porque me gusta mucho ser profesor de Historia, pero podría en este momento vivir de la literatura. Aclaro "en este momento" porque no sé qué puede pasar, necesitás que muchísimos lectores te acompañen y no creo que sea tan fácil sostener esa sintonía para siempre.
¿Y ese paso de profe de Historia a narrador?
Yo estudié Historia decidido a convertirme en un académico, pero el mundo académico me resultó de una solemnidad innecesaria. Me vi en prácticas, en vínculos y en modos de escribir inútilmente pomposos. Sacar los pies del plato está mal visto, cuando en realidad de donde no tenés que sacar los pies es del rigor científico, pero me parece que se confunde profundidad con hermetismo. Yo creo que también se necesita empatía, capacidad de comunicación.
Tu último libro tiene una protagonista mujer, que además es la narradora. ¿Cómo fue eso?
Cuando decidí escribirlo, sabía que Ofelia era mi protagonista porque, si quiero situar una historia de amor difícil, lleno de culpas, vigilancia, desde una mirada social que va a censurar cualquier noticia que surja sobre ese amor, la mujer lo va a padecer mucho más que el tipo. Todo ese control ha recaído de modos mucho más agresivos sobre ellas que sobre ellos. Empecé a escribir en una tercera persona bien situada en Ofelia, pero en algún momento, y creo que es una de las cosas más lindas de escribir, te convertís en otras personas, en las personas cuyas vidas estás construyendo, y ves la vida desde esos lugares que no son tu lugar, y creo que es estimulante y liberador metamorfosearte. Entonces, en un momento dije: "Pará, yo ya soy Ofelia..., me siento como ella, quiero como ella y temo como ella...".
¿El clima de época actual influyó en que decidieras ponerte en la piel de una mujer?
No, en todo caso, me hizo dudar más. Temí que se interpretara como "qué viene hacer este tipo tomando la voz de una mujer". Además, no querría escribir así, tratando de adaptarme a las demandas sociales. Esto no significa que no me sienta interpelado por las cosas que pasan, pero me parece que la escritura de ficción, como cualquier actividad artística, tiene que proponernos mirar las cosas de modos múltiples. En una época en la que todos estamos preocupados por no desafinar, si todos tocamos la misma música, el arte deja de tener sentido.
"Todos estamos preocupados por no desafinar, pero si todos tocamos la misma música, el arte deja de tener sentido".
Vos seguís dando clases, ¿tus alumnos saben quién sos?
Doy los lunes a la mañana en una escuela de provincia. El primer día sos ese que escribe libros y que aparece en los medios. Pero después estás hablando de la materia, de cómo van a ser las clases y las evaluaciones, y te convertís, por suerte, en el de Historia. Y el resto del año sos el de Historia. Y a mí me encanta porque para mí lo maravilloso que se juega en el aula es lo que hacemos ahí. Por supuesto que todos traemos cosas de afuera. Pero yo quiero que estudien y que aprendan y lo voy a lograr si soy buen profe, si les exijo y los aprecio, si hacemos las clases divertidas pero profundas y si, cuando llega el momento de evaluarlos, los evalúo.
A veces avisás que faltás, pero no porque estás engripado, ¡es que te vas a los premios Goya! Es una cosa bastante de rockstar... ¿Qué dicen los chicos?
Es raro... Entrás y te dicen: "Profe, lo vi en tal canal". Y yo: "Ah, ¿sí? Bueno, saquemos la carpeta". ¡Y funciona!
Entonces arrancás la semana en el aula, ¿y el resto del tiempo? ¿Tenés una rutina como si trabajaras en una oficina o...?
Sí. Soy así. Cuando los chicos eran chicos y la casa era chica, trabajaba mucho en bares, pero ahora que la casa y los chicos son grandes, tengo en la terraza una piecita que mira a los fondos, los árboles..., muy tranquilo. Trabajo ahí. Estoy en situación de escritura todas las mañanas y todas las tardes después de la siesta. La ventaja de laburar en tu casa es la siestita, obvio.
¿Y las desventajas?
Y... Hay interrupciones... Mi mujer, que es psicóloga, tiene el consultorio en casa, pero no puede cortar una sesión, así que si tocan el timbre, salgo yo... Igual, en momentos de mucha urgencia de escribir, suponete en una situación en la que tenés que destrabar un libro o en la aceleración que te conduce a concluir un libro, me he ido una semana a la sierra de San Luis o a una habitación de hotel en Villa Gesell en invierno.
¿Sólo en esas situaciones excepcionales?
Sí. Es una profesión en la que el riesgo de aislarte es grande, estar escribiendo y decir: "Mejor me quedo haciendo esto porque si lo corto, lo pierdo". Yo no. Ponele: el fin de semana no laburo, no escribo salvo una situación recontra excepcional. A mí me importa más ser un buen papá que ser escritor.
Fuiste un papá joven...
Nos casamos jóvenes con mi mujer y fui papá a los 28. Yo empecé a escribir ahí, cuando pensamos en tener un hijo, y lo primero que escribí, a los 25, fue una carta a mi papá, que murió cuando yo tenía 10 años. En ese momento no lo vi tan claro, pero entiendo que entonces empecé a terminar ese duelo. Igualmente me llevó unos cuantos cuentos...
Y ahora tus hijos son grandes, ¿cómo te pega el paso del tiempo?
Creo que el gran desafío es cómo te vas corriendo hacia la periferia sin oprimir y sin dejar de estar. Cuando sos mamá o papá de chicos chiquitos, sabés que tu presencia es clave, tu lugar es omnipresente, tus decisiones, definitivas, y a medida que van creciendo hay una fuerza centrífuga que te va corriendo a un costado y es imprescindible lidiar sin enojarse, sin resistirse y encontrar el lugar para seguir estando. Es difícil, pero me gusta el desafío de hacerlo bien.
Gracias a El secreto de sus ojos fuiste a la entrega de los Oscars... Tu mujer se casó con un profesor de Historia, tus chicos... ¿Cómo fue eso a nivel familiar?
Esa noche, mientras estábamos festejando, hablé por teléfono con mi mujer, mi hija ya se había ido a dormir: tenía 10 años y al otro día iba a la escuela. Entonces hablé con mi hijo, que tenía 14, y llorando me dijo: "No sé cómo me siento". Creo que fue una buena definición. Es raro, es más raro que lindo. En un momento de esa noche yo estaba en un ventanal del hotel ahí en Los Ángeles, todo el valle iluminado, y pensaba: "Hace 4 días estaba tomando exámenes en Pontevedra y ahora estoy acá... ¿Qué carajos hago acá?". Y me acuerdo de estar un rato llorando, mirando para afuera, como tratando de acomodar las cosas. No sabía todo lo bueno que iba a pasar después... Mis libros empezaron a viajar, a traducirse, empezaron a surgirme ofertas de laburo en el mundo del cine y de las series...
¿Viajás muchísimo?
Bastante, pero la primera vez que salí de la Argentina tenía 42 años. Fuimos con mi mujer a los Premios Goya, volvimos y a las dos semanas me fui a Estados Unidos a los Oscars. Bueno, en realidad, antes había ido con ella y con unos amigos a Florianópolis, treinta horas de micro, esa había sido mi única salida previa.
¿Y odiás los aviones?
Los odiaba en la época en que empecé a viajar con todo. Me dio mucho miedo de que me pasara algo, por mis hijos; que esa repentina prosperidad, por una extraña vuelta del destino, los dejara peor. Como soy muy pesimista, decía: "Mirá si me pego un palo ahora y los dejo en Pampa y la vía".
Pero se te pasó...
Hace cuatro, cinco años saqué cuentas y vi que si pasaba algo, ya estaba. Si hubiéramos sabido que íbamos a poder dejarle a cada uno de nuestros hijos un departamentito... Eso no estaba en el horizonte, y con el premio Alfaguara en 2016 pudimos hacerlo. A ese nivel logramos una prosperidad que jamás se nos había pasado por la cabeza.
Lograste algo que no estaba ni en tus sueños y seguís trabajando, ¿qué te dan ganas de hacer con lo que generes?
Lo bueno es que este éxito no me cambió la vida, porque yo tenía una vida muy buena, le agregó respaldo económico. Pero sigo viviendo en el barrio en el que me crié, seguimos laburando los dos, los chicos estudian. Sí, hemos metido algunos viajes re lindos, pero, en todo caso, creo que el gran desafío que tuvimos que afrontar como familia fue que todo eso no nos complicara la vida y no nos volviera más superficiales o frívolos.
Y más allá de lo que hagan ustedes, ¿te cholulean mucho?
Y..., un poco, tampoco tanto. A lo mejor se pierde un poco de anonimato del lindo, de estar con mis hijos en los escalones esperando a que empiece el partido y que venga alguien a sacarse una foto...
Entonces vuelvo al comentario cero: sos un bicho raro. ¡Un escritor que la gente reconoce y al que le piden fotos!
Pero es ahí donde pienso: "Si pasa esto, es porque hay un montón de gente a la que le gustan los libros, ¡no nos quejemos!". Es mucho más lo bueno que lo malo de esta pequeña pérdida de intimidad.
Agradecemos a Bensimon y Herminia Market por su colaboración en la producción de esta nota. Maquilló Mel Grimolizzi.

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