Hoy son más los trekkers que los gendarmes. Abundan las camperas de pluma, los que alquilan carpas y los que venden viandas, y el windgurú es casi tan importante como aprender que el nombre original del cerro que todo lo domina, el súmmum de la Patagonia, no es Fitz Roy sino "Chaltén". Significa "montaña que humea". Así lo nombraron los tehuelches mucho antes de que el pueblo fuera pueblo, creyendo que se trataba de un volcán.
En el mapa, el pueblo es apenas una mancha donde nacen varios senderos que llevan a lugares tan remotos como los campos de hielo. El cara a cara con los lagos, los glaciares y esos picos puntiagudos como el Poincenot y el Torre sólo es posible recorriendo más de tres kilómetros a pie.
El enigmático Cerro Torre
Está lejos de figurar entre los más altos del mundo con sus 3.128 metros, pero el Torre es uno de los más temidos por los escaladores, por sus paredes verticales y su clima hostil. El sendero de 9 kilómetros que lleva hasta la base empieza justo atrás del hotel Los Cerros y se interna en el valle del río Fitz Roy, entre bosques de lengas y ñires, dominio del PN Los Glaciares.
A las vistas gloriosas se suma un factor simbólico: desde acá partieron las legendarias ascensiones del italiano Cesare Maestri, tan admirado como cuestionado, cuya historia llevó al cine el alemán Werner Herzog en el film Grito de Piedra.
Al cabo de una hora, el Torre aparece en primer plano gracias al viento que va despejando las nubes que lo envuelven. Loa, un sueco que convenció a su familia de viajar a Sudamérica sólo para conocer El Chaltén, está absorto en su aguja de granito. Hay dos franceses que no paran de sacar fotos y un grupo de veteranos norteamericanos, con guía y bastones. El único local, casi exótico por la mayoría de extranjeros, es Matías, un cocinero de Río Gallegos que trabaja por la temporada y aprovecha su día franco para caminar.
Pasando el campamento De Agostini, aparecen en tándem la laguna, los témpanos de hielo y el glaciar Grande, al pie del mítico Torre, que se superpone con la torre Egger y la aguja Standhart. En la punta se ve el "hongo" de nieve, el maldito. El que le causó la muerte a varios escaladores y fue la peor pesadilla de Maestri, hasta hoy.
El italiano aseguró haber llegado a la cima en 1959, pero su compañero, el austríaco Tony Egger, murió en el descenso arrastrado por una avalancha, junto a su cámara de fotos. Sin imagen que diera fe de la hazaña, el mundo de la escalada no le creyó.
Maestri volvió al ruedo once años después, con una expedición invernal y la ayuda de un compresor a gas que usó para perforar unos clavos a presión. Llegó hasta donde termina la roca, pero no escaló el hongo; no lo consideraba parte de la montaña, sino "sólo un trozo de hielo". Volvió a Italia rodeado de controversia y "desacreditado injustamente", según Andrea Fava, que lo siguió visitando estos años. Ella es hija de Cesarino Fava, quien participó de las primeras expediciones con el italiano, como muestran las fotos en blanco y negro que se exhiben en su restaurante Patagonicus.
Pero "la ruta Maestri" nunca dejó de ser usada por los escaladores. En 2012, se agregó otro capítulo al culebrón: dos jóvenes norteamericanos hicieron cumbre en el Torre y, al bajar, arrancaron uno a uno los clavos de Maestri.
En el pueblo, la noticia levantó más polvareda que el viento y se dividieron las aguas. Unos los acusaron de violar el patrimonio. Otros los aplaudieron por haber "limpiado" la montaña. El debate de los clavos sigue, devino en una discusión ética: ¿Pueden intervenirse o no los cerros? ¿Por qué destruir solo la vía de Maestri y no otras vías? ¿Quién pone las leyes en la naturaleza? Estos son los temas que importan en El Chaltén.
Pueblo cosmopolita
Treinta y dos años después, se resiste a los excesos. Hace poco llegó la señal de celular, pero sus habitantes -menos de dos mil- se siguen dejando notas en las puertas. Hay un flamante cajero automático, el wifi es lentísimo y cada suceso nuevo tiene potencial de histórico, como el primer módulo de YPF inaugurado hace dos años.
Cuando Herzog filmó la película, en 1990, había más gente de la productora que locales. El Estado ofrecía terrenos a precios irrisorios para sentar soberanía en este angosto valle a orillas del Río de las Vueltas. Hoy es al revés: los pocos terrenos disponibles cotizan alto y cualquier emprendimiento en temporada tiene chances de ser exitoso.
Es el caso del brew pub Don Guerra, que trabaja a salón lleno entre septiembre y junio. Nada mejor que una buena picada o una pizza con cerveza artesanal después del duro trajinar por los senderos. Otros, como La Tapera o La Estepa, cierran las persianas en abril, cuando ya dejaron satisfechos a varios con sus platos a base de cordero y trucha. La chocolatería Josh Aike, "la choco", lleva 25 años en una casita de troncos que parece salida de un cuento. Su dueña, Anabel Machiñena, no da abasto con la producción de chocolates. Se los sacan de las manos.
La historia de El Chaltén es contemporánea, pero la de los pioneros de este valle tiene más de un siglo. Como los noruegos Halvorsen, afincados al oeste del lago Viedma. La estancia La Quinta está en manos de Patricia Halvorsen, tercera generación de esta familia, que transformó su casco en hostería y propone recorridos históricos. Es un libro abierto y le encanta derribar mitos locales. Uno de ellos: A Jacques Poincenot, integrante de la expedición francesa que conquistó por primera vez la cumbre del Fitz Roy, no lo mató el marido celoso de una estanciera, como se dice, sino que murió en un accidente al cruzar el río Fitz Roy.
El dinamarqués Andreas Madsen llegó en 1901, contratado por la Comisión de Límites que dirigía Perito Moreno. Acá se casó, tuvo cuatro hijos y sacó adelante su estancia, que era base obligada para los que querían hacer cumbre en el Fitz Roy y el Torre. Hace poco, la casa de madera y chapa donde vivía Madsen, típicamente dinamarquesa, fue recuperada y convertida en museo por su bisnieto, llamado Fitz Roy. Él mismo muestra fotos y documentos de su familia, té y masitas de por medio.
De la historia reciente puede hablar Rolo Garibotti, el Messi del alpininismo. Oriundo de Bariloche, vino a El Chaltén a los 15 años, cuando apenas había un par de casas, para subir la aguja Guillaumet, una experiencia que le cambió la vida y lo definió como persona. Ahí se sembró la semilla de su gran pasión y un prolífico currículum de ascensos a los picos de este macizo que plasmó en su libro Patagonia vertical, la "biblia" para los escaladores.
Lago del Desierto
Su nombre es una paradoja. Acá los árboles crecen desde la orilla del lago, los cóndores vuelan cerca y los huemules se sienten poco amenazados, por eso es posible verlos pastando entre los densos bosques de lengas. Los glaciares cuelgan de los cerros y chorrean en lagunas color esmeralda, como la del glaciar Huemul, que se descubre después de un trekking cuesta arriba desde la cabecera sur del lago.
Cuesta asociar este contexto idílico con un sangriento conflicto como el que ocurrió en 1965, cuando Argentina y Chile se disputaban la posesión del lago, lo que derivó en la fundación de El Chaltén. En 1994 un tribunal internacional falló a favor de la Argentina y desde entonces flamea la bandera celeste y blanca en la orilla de estas aguas.
De eso charlamos en la lancha con Patricia García e Ivor Matovic -sudafricano, él- hasta que llegamos a Aguas Arriba Lodge, su paraíso personal, camuflado entre el follaje. Entonces cobra fuerza su propia historia, la de cómo "Pato" vio una foto del Fitz Roy a los 17 años que la enamoró y de cómo vinieron años después con Ivor en busca de un terreno. Al pueblo lo pasaron de largo: "faltan árboles" pensó ella, que trabajó toda la vida como paisajista en Buenos Aires y es amante de los lugares intocados. El flechazo fue en una caminata por el lago, cuando descubrió los líquenes, los huet huet que se le acercaban, los picos invertidos reflejados en el agua.
Después vinieron los 2.500 viajes en lancha de Ivor para traer los materiales, una tarea titánica alimentada por un sueño más elevado. El resultado es un lodge ecofriendly, construido con madera de un bosque quemado de Epuyén. El lago y la cara norte del Fitz Roy entran a la casa a través de amplios ventanales. El hogar a leña siempre prendido, la madera que cruje al pisar y los aromas caseros son una especie de terapia sensorial.
Uno de los senderos lleva al glaciar Vespignani, del otro lado del lago. Para llegar, hay que atravesar un bosque con lengas de más de 400 años y rocas tapizadas de musgos fluorescentes. Al final de una trepada se abre el glaciar que cae desde el cerro en gruesas capas heladas.
Laguna de los Tres
Para los que no escalamos, es lo más cerca que podemos estar del Fitz Roy. Es una caminata exigente que parte de la Hostería El Pilar, pero promete el premio mayor.
Pasando el glaciar Piedras Blancas, aparece el campamento Poincenot, un montón de carpas de colores al amparo de un bosque maduro de lengas. Mientras algunos sacuden sus bolsas de dormir, el malón de trekkers pasa de largo para empezar la parte final del recorrido, la más brava: una hora y media de subida non-stop.
Los que bajan le dan aliento a los que suben y los últimos preguntan si falta mucho. Se necesita más que apoyo moral: buen calzado, resistencia, mucha agua y un plus de confianza.
La última trepada por una morena de piedritas sueltas es algo desalentadora, pero la llegada compensa el esfuerzo. La laguna turquesa adelante, la aguja granítica del Fitz Roy atrás, totalmente despejada; al lado, las del Poincenot y el Saint Exupéry.
Varios se desbordan ante la belleza, como una alemana que se desnuda y se tira de espaldas a la laguna helada. Sus amigas la miran sin dejar de devorar su sándwich. "Un poco de agua fresca viene bien después de esta caminata", le explica a los que se acercan a preguntarle si su chapuzón responde a una promesa o algo por el estilo.
A pocos metros, hay una yapa que la mayoría se va sin conocer: la Laguna Sucia, también de un denso turquesa, que yace en el fondo de paredes de roca con glaciares colgantes. Esperan nuevas emociones en el camino de vuelta al pueblo, como arroyos cristalinos y la Laguna Capri, que tiene una vista espectacular de todo el macizo, a la hora en que ya se empieza a ver dorado.
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