Cuando tenía 15 años, Silvio Tinello soñaba con ser diseñador de autos. Con desesperación: "Me la pasaba dibujando e imaginando nuevas formas", recuerda. Eran los 90 e internet aún era un continente distante. El único contacto con el mundo exterior que tenía este por entonces adolescente nacido en Trelew, pero criado en Córdoba, era la televisión y, en especial, las revistas especializadas que devoraba y disecaba con la precisión de un entomólogo: una tras otra anotaba las direcciones y los teléfonos de las automotrices nacionales e internacionales, y les escribía para solicitarles más información. Hoy este diseñador industrial tiene 36 años y es a él a quien le escriben, aunque no para pedirle bocetos de autos –un sueño que no tardó en archivar–, sino para conseguir alguna de sus disruptivas creaciones: Silvio Tinello cultiva y cosecha objetos.
"Soy un punto medio entre un diseñador y un científico loco", confiesa. "Soy caradura y curioso: en la escuela técnica, empecé a pensar con las manos. Fue un autoconocimiento a través de la creatividad. Entendí que me gustaba explorar, innovar y diseñar desde el ADN mismo de los productos, es decir, desde los materiales. No solo no conocemos de dónde vienen las cosas que compramos o usamos, tampoco de qué están hechas".
Con esa inquietud como GPS, Tinello –hijo de un cajero de banco y nieto de un fabricante de muñecas ("No lo conocí, pero siento que estoy en la misma sintonía")– inició un camino de exploración sin destino fijo: luego de pasar por la Universidad Nacional de Córdoba investigó materiales biodegradables y desarrolló macetas y asientos a partir de fibras de caucho recicladas de neumáticos. A esta línea de objetos la llamó "Buna".
Pero fue en 2012 cuando, gracias a una beca Fulbright con la que cursó un Máster en Diseño Sustentable en la Universidad de Filadelfia, descubrió un universo alternativo de pura creatividad: el floreciente campo de la "biofabricación". La agricultura comenzó hace unos 10.000 años, pero fue alrededor de 2013 cuando en torno al trabajo de la diseñadora Suzanne Lee comenzó a consolidarse este movimiento que ha sacudido con sus experimentos el mundo del diseño textil e industrial a partir de tejidos y materiales cultivados y cosechados mediante procesos biológicos. "Ahora no solo podemos cultivar nuestros alimentos, sino también cultivar nuestros propios productos, nuestra propia ropa", dice Tinello. "Podemos hacer las cosas de otra manera".
Otro material es posible
Las fibras sintéticas como el poliéster o el nailon dominan el mercado textil desde la Segunda Guerra Mundial. Son baratos, elásticos y resistentes, pero tienen un problema: derivan de combustibles fósiles, por lo que a diferencia del algodón, la seda, la lana y el cuero, que se descomponen con el tiempo, duran una eternidad en los basureros.
Cuando tenía 15 años, Silvio Tinello soñaba con ser diseñador de autos. Con desesperación: "Me la pasaba dibujando e imaginando nuevas formas, recuerda. Eran los 90 e internet aún era un continente "
La biofabricación viene a ofrecer una alternativa: sillas que crecen a partir de hongos, tinta hecha de algas, células vivas que crean hilos similares a la seda son algunos de los proyectos que surgen de los diálogos y colaboraciones entre científicos y diseñadores inquietos. Su esencia biológica, cuenta Tinello, garantiza que cuando se agota su uso no generarán problemas de contaminación. Simplemente se degradan. "La naturaleza es la mejor diseñadora", dice Lee, quien en su start-up Modern Meadow, en Brooklyn, cultiva células bovinas que se dividen y fusionan en un material denso similar a la piel de vaca. O sea un "biocuero" –como le dicen– bautizado Zoa y con el que ya diseña camperas sin necesidad de despellejar a animal alguno.
En una residencia artístico-científica en Genspace –el primer laboratorio biológico comunitario de Nueva York–, Tinello aprendió secretos y recetas de la biofabricación, así como diversas técnicas de cultivo. Un nuevo mundo se le había abierto. Sin embargo, quería que sus cultivos fueran distintos, que tuvieran una conexión con aquella nebulosa de significaciones que denominamos "argentinidad". Así que, a la hora de elegir un material a partir del cual hacer crecer sus creaciones, investigó, leyó, consultó y, en un momento de inspiración, se le ocurrió: sus ladrillos serían la yerba mate. "Forma parte del ADN cultural argentino –explica–. Hay toneladas de palos de yerba que se descartan en el proceso de producción. Los primeros cultivos los hice en mi departamento. Conseguía los desperdicios de la yerba en mercados".
El primer paso, revela Tinello, consiste en pasteurizar la yerba, o sea, despojarla de cualquier organismo capaz de arruinar el proceso. Recién ahí se coloca el micelio, es decir, las raíces de un hongo comestible común –los hongos ostra– que, como células nerviosas, conectan bajo tierra los bosques del mundo y permiten el intercambio y la absorción de nutrientes. Su rol es fundamental: el objetivo es que se alimente de los desechos y, a partir de este proceso biológico, convierta el resultado de ese festín en un material útil con impacto mínimo para el ambiente.
"Por entonces, la raíz del hongo la conseguía por eBay. Las primeras pruebas consistieron en ver si al hongo le gustaba la yerba". Luego de varias pruebas, le tomó la mano a la técnica: se deja crecer el hongo unas dos semanas en una habitación con humedad y temperatura controladas. A medida que pasan los días, el hongo se expande. "Este proceso de fermentación produce un aroma dulzón –cuenta–. Hay gente que no lo tolera, se descompone. A mí me encanta".
Recién ahí, se introduce el material resultante –lo que se llama un "bioaglomerado fúngico", una especie de telgopor orgánico– en moldes y se lo deshidrata para que el hongo no siga creciendo. Luego se lo hornea hasta que se solidifica. De esta manera, Tinello cultivó la alcancía Cyclebank, cuencos, lámparas y suelas de zapatos.
Para confeccionar el resto de su colección de objetos cultivados –moños con lazo, o bow ties, sombreros, biotarjetas y su calzado experimental Wissahickon–, en cambio, recurre a otra receta a base de kombucha que es una simbiosis hecha con té en saquitos, agua, azúcar, bacterias, levadura y otros microorganismos que, en un proceso de fermentación que toma días, producen celulosa bacterial, un material parecido a un mondongo, al cual se seca hasta que adopta la forma de una especie de cuero vegetal lo suficientemente flexible para cortar y coser.
"Es un proceso hecho a partir de «cultivo y error». Uso la biología como tecnología. Luego de años de experimentación, combino distintos procesos para cultivar toda clase de objetos cotidianos". Tinello sabe que la aceptación de nuevos materiales puede tomar años. Al hablar de hongos y bacterias, este diseñador debe romper con una catarata de prejuicios. Tiene que combatir la desinformación: por lo general, la gente asocia las bacterias y los hongos con algo malo, nocivo, cuando en realidad no existiríamos sin estos organismos celulares que nos ayudan a digerir y procesar la comida o a descomponer la materia orgánica muerta. Lo primero que hace la gente cuando ve los objetos cultivados de Tinello es tocarlos. Producen sorpresa y curiosidad: dan ganas de preguntar y saber más de qué se trata.
Revolución bío
La biofabricación como movimiento, como paradigma, como manifiesto y como nueva revolución material crece día a día. En la Argentina, Tinello no está solo: el Lucidum-Lab, por ejemplo, es un grupo interdisciplinario en el que la diseñadora experimental colombiana Heidi Jalkh une fuerzas con biólogos del Laboratorio de Micología Experimental de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA para cultivar materiales fuertes, livianos, versátiles y biodegradables a partir del hongo Ganoderma lucidum. También está el laboratorio TaMaCo –dedicado a investigación en diseño, arte y arquitectura, localizado en Parque Patricios–, en el que se realizan workshops para explorar las infinitas posibilidades de los biomateriales.
"Sé que no voy a ver reemplazar los modos de fabricación actuales con objetos cultivados en mi vida –confiesa Tinello, quien presentó su colección en la última TED x Río de la Plata (ver recuadro)–. Pero es inevitable: la biofabricación responde a un modelo circular de la economía, sus productos están alineados con la naturaleza. En un futuro, quizás los historiadores vean este momento que estamos atravesando como un momento bisagra en el que nos dimos cuenta a la fuerza de que nuestros modos de producción eran perjudiciales para el planeta y debíamos hacer algo".
En el Colón
Silvio Tinello fue uno de los oradores de la última edición de TED x Río de la Plata, en la que también participaron el fotógrafo Alejandro Chaskielberg, el periodista Hugo Alconada Mon y la astrofísica Yamila Miguel, entre otros. Además de explicar en qué consiste su proyecto, Tinello presentó la colección cápsula Eco Warrior hecha especialmente para la ocasión y compuesta por accesorios cultivados. En el marco del Teatro Colón, exhibió sombreros, un morral, una mochila (a partir de un diseño original de la cordobesa Victoria Díaz), bow ties y joyería. "Creo que la pieza clave de lo que mostré, y que resume la idea de lo que hago, es el mate cultivado con yerba mate –cuenta Silvio–. Es la prueba de que podemos reinterpretar los objetos que usamos todos los días desde el punto de vista de la biofabricación.
Tanto su participación en TED como el proceso de producción de la colección se pueden ver en las redes del artista: @silvio.tinello.designer
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