El encanto de largarnos sin rumbo
Aún antes de tener hijos, apenas el termómetro alcanzaba los 20° y promediaba la primavera, empezábamos a pensar cuál sería el próximo destino. Cuando nació Ema, jamás consideramos que era hora de echar raíces en la arena balnearia. Cambiamos el auto de dos puertas por el monovolumen, y elegimos la Patagonia. Recuerdo cómo sonaban las piedras de la playa del Lácar mientras ella gateaba feliz. El segundo verano nos animamos a manejar hasta Florianópolis: subimos por Misiones, la llevamos a Beto Carrero (el Disney de Brasil) y bajamos por la costa uruguaya, previo paso por Aparados da Serra, donde nos prestaron una magnífica mochila para trekking, que nos permitió hacer todos los senderos del parque, mientras Ema dormía en la espalda del papá. En ese viaje conocimos los pañales para agua: la tecnología ayuda a no cercenar las vacaciones.
Cuando nació Luisa fuimos al Norte. Un mes recorriendo Catamarca, La Rioja, Salta y Jujuy. Gorro, protector solar y mucha agua. Un éxito, excepto por el hecho de que en Jujuy perdimos a Danilo, el oso favorito de Ema. Lección aprendida: desde entonces, los peluches predilectos se quedan en casa.
Hace dos años quisimos volver al nordeste brasileño. Alquilamos casa y auto y fuimos "por el camino largo", el que nos da excusas para conocer. Aterrizamos en Río de Janeiro y nos metimos por el interior de Minas Gerais hasta salir cerca de Porto Seguro. Dormíamos cada noche en un hotel distinto, y las chicas lo tomaban con tanta naturalidad que les divertía entrar a la habitación, ver el set de camas y preguntar: "¿Cuál es la mía?". Aprendieron a pedir "duas caipirinhas" para sus padres, y esa temporada el trance fue el chupete de Luisa. Lo perdíamos todo el tiempo, pero la solución estaba en la farmacia de la esquina, con el consabido "deme dos" argentino.
El verano pasado hicimos las primeras experiencias de trekking en las sierras cordobesas. Con 7 y 4 años, se los presentamos como un pequeño desafío ("a ver si llegan") y ¡lo hicimos!
Los destinos y las actividades van cambiando en función de las edades; las posadas románticas de la juventud se convirtieron en cabañas de tres ambientes, pero está comprobado: no hay que recurrir a la carpa en Mar del Plata de mis abuelos o a la quinta alquilada de mis padres para pasarla bien.
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