El espectáculo del yo cambia nuestro modo de relacionarnos
La escena se repite, una, dos, infinitas veces; en cualquier momento y lugar, en ámbitos públicos y privados, registramos imágenes fijas o en movimiento de lo que estamos viviendo. Fotos y videos que difundimos a través de las redes sociales exponiéndonos a la mirada de los otros... es decir, al juicio y al control social permanente. La privacidad es asunto del pasado. La vigilancia es consustancial a la cámara y a la pantalla, es ubicua.
Los celulares multifunción han hecho de cada uno de nosotros reporteros de nuestra propia vida llevando a sus límites la sociedad del espectáculo descrita en 1967 por Guy Debord.
En la vida, aun espectacularizada, no todo son alegrías y logros; muchas veces nos toca atravesar situaciones difíciles. Las más dolorosas son las que se vinculan con nuestra intimidad. El maltrato y las agresiones sexuales que sufren las mujeres son, seguramente, de las más difíciles de superar, en especial cuando, por pudor o por miedo, son guardadas en secreto.
Las facilidades que brindan los nuevos medios digitales para relatar nuestro día a día (lo que vivimos y lo que sentimos) permite que las víctimas de todo tipo de abusos y maltratos puedan descargar su dolor y su miedo contando lo sufrido y revelando quiénes son sus abusadores con palabras e imágenes. Hablar, denunciar, no es sencillo, tampoco por Internet.
El compromiso de la víctima, es claro, debe ser la verdad y no la difamación. El del público, el respeto y no la condena. El espectáculo del yo que ofrecen Facebook y otras redes sociales rara vez es ficción. La mentira y la mala fe de algunas personas movidas por despecho, venganza o el motivo que sea no tienen que llevarnos a dudar del dolor de las víctimas.
Lamentablemente muchas veces la sospecha y la condena son moneda corriente y una parte significativa del público, fogoneado por "opinadores" profesionales, termina culpabilizando a las víctimas (en especial si son mujeres)
Por otro lado, cabe preguntarse si más allá de la validez de la denuncia –legitimada en el dolor de la víctima–, es socialmente aceptable exponer a una persona al escarnio público por un hecho privado por el cual no fue acusado penalmente.
La actual ruptura de los límites entre lo público y lo privado queda aquí expuesta en todo su dramatismo. Los nuevos medios modifican nuestro modo de relacionarnos y de percibir el mundo, dejando atrás convenciones que hasta hace poco considerábamos incuestionables. Ni mejor ni peor, diferente.
Autor de La pantalla ubicua y profesor titular de la UBA
Diego Levis
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