El futuro de la lengua
José Antonio Millán, madrileño, es licenciado en Filología Hispánica y acaba de publicar Perdón imposible . Antes de tener edad para saber que existía algo llamado etimología, supo que “detrás de lo que decimos hay otras palabras con otros sentidos”. De eso habla aquí
Da cuenta de su preocupación por la claridad expresiva en su libro más reciente, Perdón imposible (Del Nuevo Extremo), que lleva por subtítulo: Guía para una puntuación más rica y consciente.
–¿Ha descuidado la escuela la enseñanza de la puntuación?
–Parte del problema es que, a diferencia de lo que sucede con la ortografía, para la puntuación no existen reglas tan claras. A falta de normas rígidas, puede ocurrir que dos modos de puntuar una misma frase sean correctos. Esto les plantea dudas a los docentes y en el momento de transmitirles este tipo de conocimiento a sus alumnos, se sienten inseguros. Creo que para aprender puntuación, lo más aconsejable es la lectura y la práctica.
Director de la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia y creador del Centro Virtual del Instituto Cervantes en Internet, Millán contribuye a difundir el buen uso del lenguaje desde su página web ( http://jamillan.com ), dotada de interesantes experiencias interactivas y ejercicios. Pero lejos de ser un fundamentalista del idioma, su plasticidad de criterio salta a la vista cuando se le pregunta qué relación percibe entre las nuevas tecnologías y la pureza de la lengua:
–Cada medio de escritura y de comunicación tiene sus problemas –responde–. El e-mail permite una escritura tan demorada como la de una carta, es decir, que no presenta dificultad para cuidar la lengua. En el chat y en los mensajes de texto de los teléfonos, en cambio, hay formas rápidas de expresión y abreviaturas. A mí no me preocupa que una persona escriba de ese modo cuando chatea con sus amigos, siempre que en el momento de redactar una carta formal lo haga como corresponde. En muchas épocas de la historia existieron lenguajes con características especiales. En los telegramas antiguos, por ejemplo, se suprimían los artículos y la única puntuación era el stop. La gente escribía telegramas, y eso no le impedía redactar sus cartas de forma normal. Sólo se trata de distintos registros de la lengua escrita y de su aplicación en cada caso.
–Hay una gran inquietud por el empobrecimiento del lenguaje de los adolescentes. ¿Cuál es su visión?
–Para eso hay una solución muy eficaz: educar en el gusto por la lectura. Los jóvenes que estén todo el día enviando mensajes cortos a través del celular y chateando, y que no establezcan contacto alguno con los periódicos ni con los libros tendrán una escritura deforme. Pero cualquiera que lea se dará cuenta enseguida de que hay dos formas diferentes de la escritura: la que él utiliza para comunicarse con sus amigos y la que se usa normalmente. Creo que la lectura y la práctica de redacciones tuteladas mediante ejercicios son los mejores antídotos contra los abusos.
–¿Le molesta que a causa de la informática se incorporen tantos vocablos extranjeros al idioma español?
–Yo soy bastante tranquilo en estos temas. Visto desde una perspectiva histórica, el idioma español está lleno de palabras provenientes del francés, el inglés o el árabe, que se han integrado a él perfectamente. Pensemos en "whisky": ya no nos parece un vocablo extranjero. Creo que la lengua se defiende bastante bien. A medida que pasan los años, ella misma asimila los términos que puede, arroja fuera de sí los que le resultan cuerpos demasiado extraños y se queda con otros a los que previamente ha hecho suyos.
–¿Cómo funciona esta última opción?
–Se lo explico con la palabra "email". La gente comienza a llamarlo, cariñosamente, "emilio". Otros preguntan: "Oye, ¿por qué no me imeleas?" Así, sin darnos cuenta, la palabra pasa a ser nuestra. Y es nuestra a tal punto que si hoy en día se le dice a un hablante normal que "detective" o "tanque" son anglicismos, no lo podrá creer. En efecto, esos dos términos fueron préstamos, pero préstamos asimilados por el español. De todos modos, hay que distinguir etapas. Una cosa es estar en el ojo del huracán, como en los últimos años, cuando han entrado cientos y cientos de palabras nuevas que la gente no sabía ni cómo escribirlas ni cómo pronunciarlas. Otra cosa es la situación que se está dando ahora, cuando algunos vocablos ya han sido desechados, otros nos los hemos apropiado y otros aún siguen allí, como bichos medio raros.
–¿Qué futuro prevé para el libro?
–El libro en formato papel es una herramienta muy depurada que se ha ido perfeccionando a lo largo de varios siglos. La verdad es que tal y como lo conocemos hoy en día está muy bien. Esto es lo que hace que pueda soportar perfectamente la competencia de las lecturas en pantalla y en e-books. Mientras que algunos formatos, como las enciclopedias, pasan a las pantallas, parecería que el ensayo, la narrativa y la poesía seguirán, muy cómodamente y durante largo tiempo, encerrados en un libro.
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