El galerista que tiene a Nueva York a sus pies
David Zwirner es un vecino relajado y afable de las playas de Uruguay. Es del tipo que pasa a saludar para los cumpleaños infantiles, y con el que es fácil caer en las charlas de verano (quizá solo hay que evitar hablar de fútbol: él es alemán, fanático del Cologne FC, y no tiene problemas en rememorar sus emociones mirando en la tele la final del Mundial 2014 en el Maracaná). Zwirner se mueve por José Ignacio en una enorme camioneta alquilada de donde entran y salen siempre infinidad de familiares, todos en traje de baño gastado y alguna camiseta discreta. Nada podría estar más ajeno del look neoyorquino poderoso. Pero si hay un neoyorquino poderoso en este momento es David Zwirner.
Este año, Zwirner fue tapa de todos los medios al anunciar que, para la galería de arte que lleva su nombre, está construyendo en el barrio de Chelsea, en la Gran Manzana, un edificio de cinco pisos de 50 millones de dólares, diseñado por Renzo Piano. No existe nada remotamente similar en el mundo del arte contemporáneo, pero se entiende: su galería factura más de 500 millones de dólares al año. Zwirner representa a poco más de medio centenar de artistas y herederos de artistas, y todos son superestrellas o lo serán en breve: Jeff Koons, Yayoi Kusama, Richard Serra, Donald Judd, Giorgio Morandi, Bridget Riley, Josef Albers, Wolfgang Tillmans, Francis Alys y Marlene Dumas son algunos de los nombres que maneja. En los últimos cinco años, los artistas que representa han estado en cerca de 300 muestras unipersonales en museos de 40 países. Zwirner, además, armó una editorial de arte, en la que compila catálogos razonados de tal calidad y detalle que cuestan medio millón de dólares producirlos, a menudo el doble.
El ArtReview‘s Power 100(la lista de la gente más poderosa del mundo del arte), en su edición 2018, aparece encabezada por Zwirner. Y según The Wall Street Journal, el crecimiento de su galería "desafía la capacidad de asombro". Zwirner empezó en 1993 con el típico espacio en el SoHo, donde él mismo a menudo atendía el escritorio en la entrada. Para 2013, se mudó a un espacio en Chelsea de 35 millones de dólares. Ahora, además del edificio que le hará Piano, tiene sucursales en el Upper East Side y otros puntos claves de Nueva York; en Londres, compró la mansión que fue del marqués de Salisbury en Mayfair y la transformó en galería, y en Hong Kong, en una de las torres más emblemáticas, compró mil metros cuadrados en dos pisos y los inauguró en enero.
Ser de avanzada se volvió un cliché últimamente. No todo lo bueno que se produce en el arte tiene que ser radicalmente nuevo""
"Se lo debo a que escucho a mis artistas", dice sonriente, mientras posa con su particular corte de pelo que el New Yorker, hablando del imperio que Zwirner creó, no tuvo problema en describir como "estilo Julio César".
¿Tenés fórmulas estilo "el secreto de mi éxito"?
Lo logrado por el trabajo de un cuarto de siglo. Lo que me ayudó fue que pude elegir artistas que tuvieron un crecimiento internacional enorme. A medida que ellos crecían, nosotros crecíamos. Una galería solo es tan buena como los artistas que representa. Por eso, cuando estos vienen con una idea que suena loca, aprendimos, en lugar de descartarla, a analizarla cuidadosamente y ayudar a concretarla. Si hubo errores, fue cuando no lo hice así.
Pero vos sostenés que tu principal guía es el taste, el (buen) gusto. ¿No es un concepto pasado de moda?
Yo tengo que decidir qué me gusta y presentar eso a mi público. Uso mi buen gusto, por llamarlo de alguna manera, para tomar esas decisiones. Si una y otra vez presento cosas que no tienen un comprador y no resuenan con el público, es difícil que pueda sobrevivir como galerista. Creo que el gusto es la posibilidad de tomar una decisión intuitiva respecto de una obra, pero con una intuición que tiene muchas horas de formación detrás, y capacidad de retener información. Esto me marca en qué tengo que interesarme, aunque esté frente a una obra nueva en un medio nuevo y de un artista desconocido.
¿Que tan de avanzada buscás ser?
Ay, ser de avanzada se volvió un cliché últimamente. No todo lo bueno que se produce en el arte tiene que ser radicalmente nuevo. Por ejemplo, tenemos a un artista jovencísimo, Jordan Wolfson, que hace unas máquinas esculturales. Es de avanzada porque empuja la robótica a nuevas fronteras. Pero también tomamos a otro muchacho joven, de Brasil, Lucas Arruda. Él hace paisajes terrestres y marinos que pinta de memoria. Hay muchos elementos en sus pinturas que nos resultan familiares, que obviamente hemos visto antes. No está creando un nuevo vocabulario general en el arte, ni mucho menos. Sin embargo, con una rendición sublime de la luz y las condiciones atmosféricas esta creando su propio lenguaje, que es uno que resuena conmigo.
Evitar el lugar común es algo que Zwirner tiene en la cabeza. Al recorrer las galerías de Chelsea, cualquier turista encuentra que buena parte de las personas que trabajan allí están vestidas de negro de pies a cabeza. Zwirner, en cambio, siempre está con su propio uniforme de jeans sin desteñir, camisa azul casi almidonada y blazer deportivo al tono. "Nunca me visto de negro. Es una elección personal, pero el código de vestimenta de esta galería es totalmente abierto. Y sería un poquito de cliché, ¿no?, tener una galería en Nueva York donde todo el mundo ande de negro", puntualiza.
Claramente, su lugar en el mundo es la Gran Manzana. Cuando empezaba la secundaria, sus padres lo enviaron a que cursara un año en un colegio de Manhattan. En las aulas conoció a Monica Seeman, que muchos años después se convertiría en su mujer. Además, en su primer paso por Nueva York logró su sueño de ser estrella de fútbol de la escuela.
Estás haciendo una inversión sin precedente en una galería física en Nueva York. ¿Esto desmiente que el futuro del mercado del arte sea online?
El futuro online es verdadero y creciente. Las generaciones más jóvenes quieren interactuar con nosotros de esa manera. Acabamos de lanzar una serie llamada viewing room, que son muestras específicamente curadas para la versión online de nuestra galería, no existen en la vida real. Esto, además, nos permite interactuar con el público internacional que no puede visitarnos. También comenzamos una serie de podcasts para que el público pueda escuchar a los artistas con los que trabajamos. Por ahora no somos un espacio online donde puedas hacer un clic y comprar algo importante. Si te interesa una obra, te conectamos con alguien. Son los primeros pasos que damos en esa dirección, pero ya parecen prometedores.
Mi recomendación para vender sería que inviten a la mayor cantidad de gente a su taller, todo el tiempo, sobre todo colegas""
¿Qué te llevó, entonces, a construir la nueva galería?
Salió a la venta el terreno detrás de nuestra galería. Era una locura comprarlo, pero pensé: si se la queda otro, me voy a querer matar. Así que negocié fuerte para conseguirla. Como tanto en los negocios inmobiliarios, apareció una oportunidad y la tomamos, y ahora estoy excitadísimo al respecto.
"Cuando David Zwirner habla, el mundo del arte escucha", sentenció el ArtReview al coronarlo la persona más importante del año. Y se lo escucha incluso cuando dice cosas como al pasar. En una mesa redonda, este año en Berlín, lanzó la idea de que las galerías grandes deberían pagar más una suerte de impuesto para estar en las ferias, que debería usarse para subsidiar la presencia de galerías más pequeñas. Unos meses después los medios reportearon que ferias en todo el planeta estaban preparándose para lanzar un sistema así, como forma de darles más vida y que así mantengan su relevancia.
En el caso de Zwirner, casi un tercio de sus ingresos provienen, justamente, de su presencia en ferias. "Son realmente importantes para nuestro negocio –sostiene–. Aunque no podemos tener galerías en todas partes, al visitar una vez al año una ciudad se van creando las relaciones que nosotros buscamos con la gente del lugar, y a nuestros artistas les gusta también porque saben que estamos expandiendo la audiencia".
¿Irías a ArteBA?
Escuché cosas buenas sobre ellos, y de la forma en la que manejo la galería estoy muy abierto a las ferias. Yo no puedo ir a todas, pero entre la gente que trabaja conmigo hay una masa crítica que quiere intentar con la Argentina, ciertamente lo apoyaría. Vamos a Brasil y a México de forma periódica, y sería lindo hacer más en América Latina. Respecto de la Argentina, estamos seriamente atentos a lo que pase con la economía los próximos dos años.
¿Cómo ves el presente y el futuro del arte latinoamericano?
Me cuesta responder a esa pregunta porque soy de corazón internacionalista, y me da cierta reticencia eso de dividir al arte que se está produciendo ahora por regiones. Entiendo que sea algo necesario para los museos e instituciones, sobre todo para su búsqueda de apoyos financieros, pero simplifica demasiado esto de poner etiquetas geográficas. Por ejemplo, lo tenemos a Francis Alys. Nació en Bélgica. Vive desde hace décadas en México. Buena parte de su arte hace referencia a América Latina. Acaba de estar en Beirut, resuena mucho en Medio Oriente, y viaja por todo el mundo. Nosotros queremos ser una galería que trabaja con individuos, quienesquiera que sean y dondequiera que estén.
Aún así, ¿algún artista argentino que te interese?
Adrián Villar Rojas, que creó la instalación para el techo del Met en 2017. Es un artista cuya producción sigo, me resulta muy interesante. Lo representa una de las galerías más queridas de la ciudad, Marian Goodman.
¿Qué le recomendarías a un artista joven en la Argentina que quiere vender?
Esto sí suena a un lugar común, pero lo importante sobre todo al principio es no pensar en vender, sino en cuál es el significado de la obra. Los artistas que son exitosos, en general, se concentran en alguna idea o un problema que quieren convertir en algo material para analizar y resolver. Para todo lo demás tienen que conseguir una galería competente. Mi recomendación para vender sería que inviten a la mayor cantidad de gente a su taller, todo el tiempo, sobre todo colegas. Es en el boca a boca que los galeristas nos enteramos quién está produciendo cosas interesantes y los artistas nos resultan un recurso increíble para llegar a otros.
La obsesión de Zwirner por sus artistas es bien conocida, y van más allá de lo artístico. The Wall Street Journal relató que cuando la mujer de Luc Tuyman olvidó su tarjeta de residencia mientras estaban de vacaciones en México, y el matrimonio quedó detenido en el aeropuerto de Washington, Zwirmer envió a su abogado para que la ayudara. Y cuando Jason Rhoades murió de sobredosis accidental, Zwirner, que estaba en su primer día de vacaciones, voló para hacer todo personalmente, desde comprar el ataúd hasta organizar el funeral. Pero sobre todo, Zwirner está dispuesto a trabajar conjuntamente con otras galerías, tanto grandes como medianas, en pos de las firmas que representa.
Ayuda que tienen fama de nunca haber robado ningún artista a nadie, aunque se reconocen "oportunistas": "Cuando las relaciones con otros se han deteriorado, me pongo a su disposición", dijo Zwirner al matutino.
Otro rasgo distintivo es que en una ciudad donde lo corriente es mostrarse importante y ajetreado, demostrando siempre lo valioso que es cada segundo de su tiempo, él mantiene el mismo carácter tranquilo y sonriente que cuando uno se lo cruza por la playa.
"Es un truco del oficio –confiesa–. Mis clientes vienen a ver arte en su tiempo libre. Esto es su hobby, lo que les da placer, más allá de que quieran hacer una buena inversión. Si yo vengo con una actitud corporativa, simplemente se rompería la magia. Así que es como si siguiera de vacaciones".
Zwirner llegó a Uruguay, de la mano de un buen amigo, el empresario hotelero Sean McPhearson, dueño de algunos de los lugares más emblemáticamente cool de la ciudad como el Ludlow y el Bowery. Los McPhearson son vecinos de los Zwirner en Montauk, el extremo más rústico y agreste (y más de moda) de los Hamptons. "Somos todos fanáticos de Montauk, y Sean me insistía en que José Ignacio me iba a resultar igualmente especial. Tuvo razón y volvimos año tras año", resume.
Toda la familia es fanática del mar y pasan la mayor parte del día en la playa. Almuerzan casi siempre en su restaurante favorito, Santa Teresita ("ni menciono La Huella porque es el favorito de todos, uno de los grandes restaurantes del mundo", puntualiza). Rara vez salen de la rutina, pero fueron a la bodega Garzón. "Es un edificio muy exótico, todo parece salido de una película de James Bond, y la comida fue excepcional", dijo en referencia al restaurante dirigido por Francis Mallmann allí. Aunque sus pasos por la Argentina son breves, como fanático esquiador tiene a Bariloche en la mira para alguna próxima visita.
¿Qué le recomendarías a un galerista joven en la Argentina?
Primero, conocer bien al mercado local. Si no tenés apoyo donde estás, es imposible salir adelante. Cuando empezamos en 1993, de hecho, no solo todos nuestros coleccionistas estaban en Nueva York, sino que varios vivían frente a la galería. El siguiente salto es a alguna feria internacional. Una galería que comienza tiene que estar muy atenta a los gastos, obviamente, y esto es un paso caro, pero es la única forma de realmente tener el feeling de lo que pasa afuera. Pero lo fundamental para crecer como galerista en cualquier parte es, de nuevo, escuchar a tus artistas. Ellos van a conocer a sus pares que son interesantes. Van a saber cuáles son las exposiciones que los que crean están visitando. Y hay un premio extra: los diálogos que he tenido con mis artistas no solo resultaron importantes profesionalmente, también me han ayudado a crecer como persona.
¿Y cómo ves el tema de las mujeres en el mercado del arte?
Creo que ahí hemos tenido suerte. Ser galerista no solo siempre fue una profesión muy abierta a las mujeres, sino que tantos jugadores claves en la historia del arte del siglo XX fueron mujeres. En mi propia galería, buena parte del equipo más senior es de mujeres. El tema es del lado de la producción. Históricamente las artistas vivas tuvieron precios menores que sus pares hombres. Eso es algo que hay que cerrar y el movimiento parecería ir en esa dirección. Nosotros estamos inaugurando una muestra de Marlene Dumas, que en 1987 se convirtió en la artista mujer viviente más cara. Ella tiene 65 años y sigue produciendo, y es un reflejo de todo lo ha estado pasando estos años.
La gran discusión del mundo del arte en Estados Unidos –que llegó al público que no necesariamente está interesado en los cuadros– fue respecto de losretratos de Barack y Michelle Obama, que recientemente se colgaron en las galerías del Instituto Smithsoniano. Son muy informales y con elementos de lucha social detrás, que despertaron grandes críticas a la vez que elogios. ¿En que bando te ubicás?
Creo que ambos retratos son fantásticos. Hay que entender la tradición en este tipo de imaginería pública que son los retratos de presidentes: aburrida y que parece realizada en el siglo XIX aunque se pinte hoy. De pronto llegan los Obama y eligen a dos artistas que están trabajando mucho, que son parte del mundo del arte actual y del discurso contemporáneo. Y hacen dos obras potentes, que cambiarán la forma en la que se representa el poder de aquí en adelante.
¿Sería un poco como los ingleses al encargar a Lucian Freud el retrato de la reina?
¡Sí! Lo que hizo Lucian Freud fue muy interesante. No trajo nada radicalmente nuevo a la pintura en sí, pero el tamaño fue revolucionario. La hizo mínima. Redujo la representación del imperio a algo impensado. En un solo gesto hizo algo muy poderoso.
Los comentadores y medios más de derecha en seguida recordaron que el artista que Obama eligió para que lo retrate había hecho unas pinturas de personajes negros decapitando a personajes blancos…
Kehinde Wiley es un artista complejo e interesante. Coloca a personas negras en escenas bíblicas, históricas y mitológicas donde tradicionalmente se colocaron personajes blancos. Dentro de ese contexto son las pinturas que se criticaron. Pero para Obama hizo algo distinto, que no tiene nada que ver. Lo puso sentado en una silla rodeado de plantas. Ni siquiera usa corbata. Parece alguien a quien uno podría acercarse a charlar. No es Napoleón. Lo hizo parecer una hombre inteligente y capaz, pero a la vez accesible. Es una pintura maravillosa, y el retrato de su mujer, también.
¿Una recomendación para los compradores novatos?
Ir a los museos, pero también informarse de otras maneras. Los museos van a tener un curador, entonces todo está predigerido, ya habrán decidido por uno cuál es el arte importante. Por eso también hay que leer y ver talleres y galerías para formar el propio gusto. Una vez que se empieza a coleccionar, yo recomiendo centrarse como cliente de unas pocas galerías, porque de esa manera la relación va a ser más personal y le van a dar acceso a mejores obras. ¿Cómo elegir las galerías? Es fácil. Si uno va a unas tres muestras seguidas y encuentra que las disfrutó, seguramente sea esa la galería en la que vale la pena profundizar la relación.
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