Sociedad/ Salud. El infarto a los 40: un mal moderno
En los últimos diez años, en la Argentina, esta enfermedad cardiovascular creció un 25% entre los adultos jóvenes. Un proceso íntimamente ligado con la calidad de vida y con la realidad socioeconómica
Era un domingo como hoy. Rody y su mujer almorzaban en una parrilla cuando él sintió que un espasmo helado nadaba en su pecho. Tanteó el vaso de gaseosa. No tenía hielo ni estaba frío. Mientras charlaba, presionaba las manos contra el pecho. De una mesa, alguien le preguntó:
–¿Querés que pida una ambulancia?
–¿Por...?
–Estás pálido, transpirado, y no parás de tocarte el pecho.
Rodolfo se asustó y manejó hasta el sanatorio. En minutos estaba enhebrado a electrodos, catéteres y monitores. Tenía el corazón obstruido y en shock: nadie espera a los 30 y pico sufrir un infarto. Medio siglo atrás, los cardiólogos argentinos se habrían asombrado por considerarlo excepcional. Hoy no les sorprende tratar a pacientes infartados de 40 años o menos. Y dicen que aún no hemos visto lo peor.
Ya alertó la Organización Mundial de la Salud (OMS): la mayor parte de las muertes en el nivel mundial se debe a enfermedades no transmisibles (32 millones) y, de éstas, más de la mitad (16,7 millones) a las cardiovasculares, fundamentalmente cardiopatías y accidentes cerebrovasculares. La OMS considera estas patologías una epidemia desatendida y amenazante en los países en vías de desarrollo, donde las muertes duplican en número a las de los industrializados y donde se producen a edades más tempranas. "Para los jóvenes y los adultos de mediana edad, las enfermedades cardiovasculares son igual de mortíferas que el sida", subraya.
La Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) estima que en la última década el infarto aumentó un 25% entre los menores de 40. "Se ha desplazado a los extremos de la pirámide de edad. Las personas viven más; por eso se incrementaron entre la franja de 80 a 90 años. Pero hay cada vez más pacientes de 40 que lo sufren. También aumentó en las mujeres", apunta el doctor Miguel Angel González, director del Consejo de Emergencias Cardiovasculares de la SAC.
Todos lo afirman con vehemencia. "Hace unas décadas, la edad típica del infarto era entre los 60 y los 65 años. Hoy afecta cada vez más a gente de 35 o 40, aunque es prevaleciente de los 55 para arriba", asegura el doctor Branco Mautner, decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Favaloro y jefe de Docencia e Investigación de la Fundación Favaloro.
Por qué
El infarto es la muerte de un tejido por falta de oxígeno. Las arterias coronarias, que distribuyen la sangre al corazón, pueden obstruirse por un proceso de aterosclerosis: la aparición de grasa y tejido fibroso en las paredes. El cúmulo de material graso se encuentra rodeado de una cubierta de células que la aíslan de la corriente sanguínea (placa aterosclerótica). Y puede suceder que ésta se rompa repentinamente y desencadene un infarto, como pasa entre los adultos jóvenes.
Rodolfo dice que siempre hizo deporte y nunca fue gordo. Pero cuando se le pregunta a qué se dedica, se ríe. Trabajador independiente, atendía varios proyectos a la vez, fumaba y hacía dos años que no practicaba ejercicio físico.
Hay factores que favorecen la obstrucción y predisponen a una enfermedad coronaria: hipertensión, diabetes, colesterol aumentado y tabaquismo. También influyen los factores genéticos. Y desempeñan un papel crucial el sedentarismo, el sobrepeso y el estrés. Combinados entre sí, potencian la vulnerabilidad. "Hace unas décadas se empezó a fumar a edades más tempranas, y a consumir comida basura. Están apareciendo sus consecuencias en los grupos generacionales. El estrés que se vive en la Argentina, donde más de la mitad de la población es pobre y la tasa de desempleo alta, ubica al país en el tercer lugar en el mundo en enfermedad cardiovascular", explica el doctor Mautner.
En los adultos jóvenes, el infarto suele llegar sin aviso. "Los factores de riesgo, como hipertensión, diabetes y tabaquismo, son más precoces. Las placas ateroscleróticas de los jóvenes de hoy son más vulnerables que las de nuestros abuelos. Incluso en individuos que están bien de salud, hasta que tienen un repentino primer infarto", describe el doctor González.
Nuevos factores de riesgo
Antes del infarto, el señor C se hizo un chequeo y dio 0 km. Porta el aspecto deportivo de las publicidades de yogur, aparenta menos de los 45 que acusa. Volvía del trabajo cuando la acidez le quemó la boca del estómago. Se mareó. Corrió a una guardia y lo derivaron a un cardiólogo.
¿Por qué alguien joven que aparentemente está bien puede sufrir un infarto? La doctora Melina Huerin, jefa de Prevención y Rehabilitación del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires, responde: "Estos eventos se arman en horas y de forma aguda. Existen situaciones gatillo que pueden dispararlos. En los adultos jóvenes se produce una trombosis que obstruye de golpe. Puede ocurrir en alguien que se hizo un electrocardiograma hace dos meses y dio bien. Un electro sirve para prevenir, no para diagnosticar".
Un paciente joven infartado, sin los clásicos factores de riesgo cardiovascular (no fuma, es delgado), es un desafío para explicar. "Varios pacientes son negadores, no conectan con los factores de riesgo que tienen, como el estrés o la falta de ejercicio. Muchas veces también influye la cocaína. Pero hay casos en los que empezamos a detectar factores de riesgo nuevos o emergentes", señala Huerin.
Los factores de riesgo se dividen en modificables y no modificables. Estos últimos son el género (la mujer está protegida por las hormonas hasta la menopausia), la edad y los antecedentes familiares. El resto –dicen los médicos– son modificables: colesterol, tabaquismo, diabetes, hipertensión, sedentarismo, estrés. Aunque este último es de los más poderosos y difíciles de controlar. Los factores de riesgo emergentes son el fruto de la investigación y están en estudio: existiría correlación entre infarto y niveles elevados de homocisteína, proteína C reactiva, fibrinógenos, lipoproteína A pequeña, entre otras sustancias que se miden en la sangre. Y abren un abanico de marcadores bioquímicos, útiles en prevención y diagnóstico.
El perfil que estresa
"Desde hace unos años se presta atención a un patrón de conducta asociado a la enfermedad coronaria: personas de vínculo adictivo con la realidad externa, el trabajo y la valoración social, con un alto costo psíquico y corporal", explica Adriana Tricerri, psicóloga, coordinadora del Programa de Manejo de Estrés del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires. Hiperactividad, ansiedad, competitividad, hiperexigencia, completan el perfil. "Se nota la dificultad para modificar sus hábitos, aquellos que les permitieron alcanzar sus logros. A veces activan la negación como defensa. Pueden negar los síntomas iniciales de infarto y tardar en pedir ayuda", dice Tricerri.
A Gabriel Romero le faltaba poco para festejar los 40 cuando sintió un abrazo punzante en la espalda. La ambulancia lo llevó desde su oficina hasta el hospital Argerich. Le avisaron que vendría el cardiólogo.
"¿Para qué? Si no me duele ni el brazo izquierdo ni el pecho", preguntó. Diez minutos después le dijeron: "Infarto".
Siguió un período duro: "Los análisis no dieron bien, y a los 41 me encontré en condiciones de jubilarme por invalidez. Eso desestabiliza. No hay mucha gente imaginándose que a los 40 años se puede morir. Aparecen angustias, preguntas y frases: A mi edad no pasa... ¿Puede volver a ocurrirme?".
Frente a estas cuestiones, cada uno activa el mecanismo que quiere. O que puede. Pascual Cappelacci se rió cuando, en la oficina, un compañero le leyó un test de riesgo cardíaco y el suyo dio por las nubes. "Uno lee notas como éstas sobre los riesgos, pero cree que a los 40 no está dentro de la estadística", confiesa él, padre de dos hijos, empleado de una multinacional. Tuvo su primer infarto a los 38. Pasado el susto inicial, siguió algunas de las recomendaciones. Con el tiempo aflojó los cuidados. En cada consulta, el médico lo reprendía. Dejó de ir. "Cuatro años después hacía la misma vida que antes del infarto. Me sentía bien, y si me cansaba por subir una escalera lo atribuía a la falta de ejercicio. Volvió a ocurrir, exactamente para la misma fecha", relata. En agosto de 2001 tuvo el segundo infarto, mucho más dramático. De madrugada, sintió el dolor y pidió un remise para ir al sanatorio. Sabía que no volvería en auto. En la clínica nadie daba garantías de la operación. Le serrucharon el esternón, le abrieron el corazón y le practicaron cuatro by-pass. Pasó meses abrazándose para soldar un pecho partido al medio y cosido con alambres de última tecnología. Apenas le dieron el alta, pidió turno con una psicóloga, y luego con una nutricionista. "Quería tomar conciencia, aceptar y hacer las cosas bien. Antes lo minimizaba. Pero estuve al borde de la muerte." Al tiempo empezó la rehabilitación, en la que continúa hasta hoy.
A Gabriel Romero le costó asumir ese tratamiento: ¿qué tenía que hacer él rodeado de gente mayor? Se sorprendió al encontrar a tantos de su edad. Ahora no falta nunca. "A nivel físico es vital. Mentalmente me vino bárbaro, me destrabó y me ayudó a seguir con el día a día. Creo que desde el trabajo hasta los problemas de nuestros seres queridos impactan en algún lugar del cuerpo."
Un incidente que a los 40 años pone la muerte en el espejito de mano puede abrir una puerta. Casi todos los entrevistados expresaron que, tras el infarto, el corazón quedó más sensible. Algunos se separaron, casi todos mejoraron la relación con sus hijos. Cambiaron.
"Mi vida era como la de tantos: adicto al trabajo, comía desordenado, fumaba y no hacía ejercicio. A los 41 me saltó la térmica", cuenta P. Hace 12 años, cuando sucedió, tenía el mismo trabajo intensivo. Ahora amanece con 30 minutos de caminata y es cuasi vegetariano. "Disfrutaba de la comida; y tuve que aprender a alimentarme. Sigo en mi trabajo, pero con otro enfoque. Logré mejores resultados a menor costo personal. Los horarios agobiantes de trabajo se pueden cambiar. Hasta que no te pasa algo así, no parece atractivo hacerlo –resume sereno–. Disfruto de mi vida afectiva. Antes, lo material me absorbía."
Su infarto le tendió trampas. "Al principio me obsesioné con leerme todo. Competía con la enfermedad. No se puede luchar contra ella. Hay queaprender a usarla a favor", dice.
Pascual Cappelacci dice que era un hombre de corazón duro. Recuerda que en el trabajo había un compañero que una vez llegó tarde, excusándose porque era el primer día de escuela de su hijo. "En aquel momento admito que me pareció un desubicado. Yo vivía autoexigido. Hoy haría lo mismo que él. Cambiaron mis prioridades. Valoro más los afectos y estoy muy sensible. Pienso: quiero aprovechar esta oportunidad."
En los países en desarrollo
El estrés puede disparar problemas cardíacos, aseguran investigaciones varias. Una de ellas, encabezada por el Dr. Jianwei Feng, de la Universidad de Texas, se presentó en el último Congreso Americano de Cardiología. Allí, el Dr. Feng explicó la relación entre experiencias emocionales fuertes y eventos cardíacos. Israel, por ejemplo, es uno de los países donde más se estudia la relación entre estrés y enfermedades cardiovasculares. Tiene más enfermos jóvenes: el principal factor de riesgo es el estrés. En la Argentina ya se habla de los infartos de la pobreza y poscorralito. En un país con altos índices de exclusión y más del 30% sin cobertura médica, preocupan los factores de riesgo social.
La OMS lanzó un alerta mundial: se viene una epidemia cardiovascular en los países en vías de desarrollo. Y un trabajo del Comité de Prevención de Enfermedades Cardiovasculares de la Federación Argentina de Cardiología alerta lo mismo: "La prevalencia de factores de riesgo en nuestro país es muy elevada. Se deben intensificar ya estrategias de prevención para disminuir la epidemia de enfermedad cardiovascular aún por venir". Esta no sólo afectaría individuos y familias, sino también los sistemas de salud y la economía. Las enfermedades coronarias implican operaciones costosas y tratamientos de por vida. Gabriel Romero lleva en su pastillero siete remedios diferentes que debe tomar por día y que cuestan 400 pesos por mes. En una década, su medicación implica 48.000 pesos, sin contar análisis, operaciones o rehabilitación. El logró mejorar y continúa en su empleo. Pero en el mundo en desarrollo estas enfermedades causan el 10% de la discapacidad laboral, según la OMS.
Estados Unidos logró bajar la tasa de mortalidad cardiovascular más del 50% en 35 años. Los países en desarrollo podrían hacerlo en la mitad si desde el gobierno y las organizaciones civiles se alertara sobre los factores de riesgo, argumenta el estudio del Instituto de la Tierra. Contamos con mejores drogas, políticas antitabaquismo mundialmente aceptadas, consenso de recomendaciones alimentarias y reconocimiento de la importancia del ejercicio físico y del origen social de los factores de riesgo. El interrogante, sin embargo, es cómo hacer algo con los presupuestos secos de estos países.
"Para evitar la aterosclerosis habría que empezar la prevención desde la infancia", sugiere el Dr. Mautner. En esa línea, la Fundación Cardiológica Argentina lanzó el Plan Educando, que capacita docentes en la prevención desde la niñez. El enfoque macroeconómico debería tener en cuenta las enfermedades cardiovasculares –aconseja el informe–, ligadas a las políticas de agricultura, el marketing de alimentos, la planificación urbana, el empleo y la educación. Para revertir la epidemia en puerta, se necesita que el mundo deje de endurecer el corazón frente a las cifras que oprimen el pecho de la humanidad. El desafío es transformar el planeta en un lugar menos tóxico, desde la intimidad hasta los gobiernos.
Por María Eugenia Ludueña - Ilustración: Corbis - Fotos: Martin Lucesole
Para saber más
O 800 INFARTO (0800-888-8020)
www.propia.org.ar
www.sac.org.ar
www.funcargen.org.ar
Prevención
- Estrés:
Practicar técnicas para aprender a relajarse o para aliviar la ansiedad, la hostilidad y la depresión. Muchos eventos coronarios son disparados por factores emocionales.
- Hipertensión:
Hay que tratar de mantener la presión inferior a 120/80. Los médicos recomiendan restringir la cantidad de sal, aumentar el consumo de potasio y reducir la ingesta de alcohol.
- Tabaquismo:
Es uno de los factores de riesgo cardiovascular más importantes y la primera causa mundial de muerte prevenible.
- Sedentarismo:
Aumenta la posibilidad de hipertensión entre un 20 y un 50%. Para los que no tienen tiempo de practicar algún deporte, la recomendación médica es caminar a paso rápido durante treinta minutos, tres veces a la semana.
- Alimentación:
Una dieta rica en lácteos descremados, pescado, cereales integrales, legumbres, frutas y verduras, ayuda a evitar la obesidad y baja los niveles de LDL (colesterol malo)en sangre. Mantenerlo por debajo de los 130 mg/dl disminuye el riesgo cardiovascular.
Sexualidad
Muchos de los adultos que padecen un infarto sufren una disminución de la actividad sexual. "Esto puede explicarse por la falta de información, el estado de ansiedad o depresión por la enfermedad y/o por el uso de determinados fármacos", explica la psicóloga Adriana Tricerri, de la Clínica de Prevención y Rehabilitación del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires. "Los efectos indirectos a veces implican el comienzo de disfunciones sexuales. El impacto de un evento cardíaco trae preocupación, ansiedad y miedo de que se repita por una sobrecarga física. Pueden aparecer alteración de la imagen corporal y disminución de la autoestima. Se suele reportar sobreprotección de la pareja y disminución de la frecuencia de las relaciones", describe. Informarse y trabajar con las vivencias posinfarto forma parte del camino hacia la recuperación.
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