El lujo en nuestras manos
PUNTA DEL ESTE."Es paradójico, pero el lujo es tradición y vanguardia", sentencian. No son pocas las conversaciones en las que se debate el significado de esa palabra tan relativa a la doxa, cuando la temporada en Punta del Este llega a su clímax y los que viajaron para hacer negocios todavía luchan por ganarse un lugar en el podio de los productos más aspiracionales que el balneario pueda ofrecer. La definición es afín a las etiquetas onerosas que visten los veraneantes en Punta del Este. Etiquetas que los ojos de lince de algunos reconocen sin necesidad de tocar el material para chequear la calidad. La nobleza se ve, se huele, se siente.
En esta playa, vidriera viviente, el escáner del lujo es parte de la rutina. "Tiene el mismo anillo que yo", me señala una amiga. Se refiere al Belgiorno que heredó de su abuela, pero lo dice así porque no hace falta más. Para algunos, el anillo es Belgiorno, como hay para quienes la cartera es Vuitton o las gafas Ray Ban. Tradición y vanguardia. Recordé entonces algo que me contó mi abuela, que no tiene ningún Belgiorno, pero también me heredó sus anillos.
Cada vez que le miraban las manos sentía vergüenza. Con disimulo las ocultaba de la vista del intruso que osaba escudriñar en sus dedos largos, en su sencillez, en su soledad. Tenía apenas 17 años cuando sus padres la mandaron a estudiar a la Capital, a buscar un buen futuro y un mejor marido. Lo primero le parecía bien. Lo segundo, más o menos. Pero los meses pasaban y en sus manos estaban todos sus fracasos: no había anillos, y la gente miraba, sabía.
Los anillos tienen tantos significados como años acompañando las manos de hombres y mujeres desde que existe la historia, pero exhibir dinero, por un lado, y compromiso con alguien o algo, por otro, conforman en gran parte su semántica. Anillos de sello con escudos de armas para identificar una estirpe, de piedras preciosas para ostentar riqueza. Anillos en las manos de los papas como besadero de los fieles. Anillos de castidad. De compromiso. De matrimonio. Los primeros en usar anillos fueron los egipcios y su función no era tanto el poder como la protección: anillos mágicos para librarse de las energías dañinas. Escarabajos, gatos y halcones, sus dioses. El Ojo de Ra, un amuleto contra las enfermedades, los símbolos de Djed, Sa Ankl y Tyer, salud, prosperidad, larga vida, suerte.
Mientras en la pensión de señoritas en la que recaló cuando dejó el pago chico todas buscaban anillo de oro, con uno o dos brillantes, o una perlita, con un grabado adentro, no muy vistoso, pero costoso, delicadito, bien puestito tras enfática propuesta nupcial, mi abuela dijo esto yo no puedo y tampoco me interesa. Se acogió entonces al modelo egipcio y encontró en los anillos protección. Dijo a mí el oro no me gusta, prefiero la plata, que luce mejor en anillos grandes, porque delicadito así ya no se usa. Grandes y exóticos, dijo. Que me tapen las manos feas, que sean tan raros que no puedas dejar de mirarlos. A ellos, dejá en paz mis manos, miralos a ellos, que no vas a ver otros parecidos.
Dedicó sus primeros ahorros de maestra rural a comprarle a un orfebre de los cerros anillos de plata, diseñados por ella, iluminada quizás por Ramsés, el constructor, con una creatividad inagotable. Unos años después, se casó con las manos llenas de platas. Pito catalán al qué dirán. A mi abuelo le prohibió eso de la propuesta y nunca usó su alianza porque le pareció muy insulsa y el oro no le gustaba ni le gusta ni le gustará jamás.
Hace unos días recibió un llamado. Una amiga me había visto en un bar. Vi a tu nieta, la periodista, en Punta del Este, le contó. Pero si vos a mi nieta no la conocés… No, le dijo. La reconocí por tu anillo. Lo que se hereda no se roba, China. Mandale un beso.