El miedo a perder París
Más que una ciudad, París siempre fue una idea. Un deseo de futuro o un recuerdo emotivo del pasado. "Siempre tendremos París –le dice Rick a Ilsa–. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca. Anoche lo recuperamos".
Si nos quitan París, poco nos queda. El incendio de Notre Dame nos duele tal vez porque en esa catedral se queman también nuestras ilusiones, nuestras historias, las que aún soñamos y las que ya no viviremos.
Lloramos aunque no seamos creyentes y también si no tenemos para compartir selfies que demuestren que estuvimos ahí. Lloramos los que aprendimos el cuento del jorobado más por Disney que por la novela de Victor Hugo, y los que recordamos a Ethan Hawke declarando enamorado en Before Sunset que eso también va a desaparecer.
Algunos festejan o se quejan; se queman otros templos y hemos pasado por tragedias peores: somos la generación que vio derretirse tres mil vidas en las Torres Gemelas y la guerra por tv. Pero, quizás, lo que ahora nos conmueve es que vimos caer entre las llamas a la flecha de Notre Dame como una metáfora demasiado literal de cuánto desorienta que la historia –nuestra historia– nos arda en vivo en las pantallas de los celulares. Lloramos porque asistimos impotentes a la destrucción de las cosas tal como las conocíamos: del pasado queda apenas una estructura endeble y el futuro debe ser reconstruido.
En El fin del amor, que acaba de publicar Planeta, la periodista y filósofa Tamara Tenembaum habla de la ruptura del sueño del amor romántico y de las bases sobre las que se sostenía: del quiebre de la convención de la pareja monógama, de todos los grises que habitan entre la soltería y el matrimonio, de la necesidad de nuevos vínculos en los que varones y mujeres sean más libres.
Puede que nada simbolice mejor esa destrucción que las cenizas de la Catedral de París. El empeño en restaurarla –y los más de mil millones de euros recaudados en horas para lograrlo– la devolverá necesariamente transformada, con nuevos significados. No tenemos los mismos sueños que en la Edad Media, muchas de las cosas en las que creíamos hasta hace pocas décadas cambiaron por completo. En un mundo partido por grietas ideológicas e identitarias, donde hasta dejamos de saber cómo tratarnos, la reconstrucción será a la par de un nuevo pacto colectivo en el que también se renueven la idea de París y de lo que nos ilusiona.
Hace 30 años, uno de los guionistas originales de Casablanca escribió una secuela que Hollywood varias veces ha amagado con rodar. En ella Rick e Ilsa no volvían a París. Quizá sea mejor así y lo sea también que esa secuela nunca se haya filmado. Que París permaneciera, para ellos y para nosotros, como una idea irrepetible, aunque recuperable cualquier noche, en cualquier lugar del mundo, cuando un bar cierra sus puertas.
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