Diálogos del alma. El primer peldaño
Pertenezco a una generación que soñaba con cambiar el mundo, y aún hoy, a pesar de todo, sigo creyendo que se puede. Sigo buscando mis utopías cotidianas. Hablo mucho con mi hijo adolescente. Tengo la sensación de que coincidimos en el deseo porque es un ser absolutamente sensible, pero también percibo que de su parte, y de parte de muchos jóvenes, hay una inacción que los lleva a esperar que otros produzcan los cambios por ellos, y eso me preocupa.
Cristina Rosin
Tengo 17 años. Me pareció muy interesante su manera de ver los problemas actuales y coincido totalmente con usted. Tengo la oportunidad de rendir unos exámenes internacionales y preparar una monografía. El tema que elegí es el de la mediocridad, basándome en el libro El hombre mediocre, de José Ingenieros. Mi gran duda es: ¿hasta qué punto debemos ser exigentes con nuestras vidas para no ser mediocres?
Mateo Méndez
Me he preguntado una y mil veces para qué estamos acá, y no encuentro la respuesta a ese interrogante. ¿Cómo llenar el vacío que a veces se siente?
Tengo 30 años y hace varios que me repito la pregunta. Percibo que algo me falta y no sé qué es.
Gonzalo M.
Tres edades diferentes, otras tantas etapas de la vida y la misma pregunta: ¿cómo trascender la mediocridad, la simple vida vegetativa; cómo morir sólo al final de la vida y no antes? El doctor en filosofía Sam Keen, un inspirado explorador de la espiritualidad en lo cotidiano, dice (en Himnos a un Dios desconocido): “Millones de personas, decepcionadas con la visión secular de la vida, aunque no estén afectadas institucionalmente a una religión están emprendiendo la búsqueda de algo, de algún valor que falta, de algún propósito ausente, de una presencia de lo trascendente”. Quizá la palabra clave en ese párrafo sea “propósito”. Ella remite a la idea de impulso y de voluntad. El propósito evoca una energía conectada a un sentido.
En el plano existencial, todo propósito se dirige desde adentro hacia afuera, desde nosotros hacia el mundo, del Yo al Tú; alude a una interacción que devendrá en transformación. Una “utopía cotidiana”, como la llama aquí Cristina, es un propósito. Seguramente lo hay también en lo que Mateo nombra como “exigencia” para superar la mediocridad. Y acaso el desconcierto de Gonzalo provenga de que no ha construido aún el puente que lo lleve de él a otro, a los otros.
El propio Keen suele proponer a quienes participan de sus seminarios: “Si usted pudiera ser, tener o hacer aquello que deseó en sus sueños, ¿en qué clase de mundo viviría?”. Esto es: ¿qué estaría haciendo?, ¿cómo serían sus relaciones?, ¿qué sentiría? Keen propone situar el tema en un plazo mediato: tres años, cinco, no más de diez. La pregunta inmediata, personal e inevitable es: ¿qué está usted haciendo para que eso sea posible? “La responsabilidad de crear alternativas y elegir entre ellas es individual –afirma–. Es el límite entre esperanza y acción.” Eso nos saca de la mera ilusión. La ilusión, decía Jung, es la manipulación de una fantasía, una necesidad o un deseo. Por eso suele acabar en desilusión. Otra cosa es un proyecto responsable de vida. Este resulta siempre propio e intransferible; no necesita ser grandioso ni cambiar “el” mundo. Basta con que le dé un sentido al propio mundo, que siempre está conectado a otros. Según Platón, el primer peldaño de la escalera del amor es un objeto simple. También el sentido y el propósito comienzan por pequeños actos cotidianos.
El autor responde cada domingo en esta página inquietudes y reflexiones sobre cuestiones relacionadas con nuestra manera de vivir, de vincularnos y de afrontar hoy los temas existenciales. Se solicita no exceder los 1000 caracteres. (s.sinay@yahoo.com.ar)
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