El ritual de Kouka,un espectáculo único: recuerdos de la gran modelo argentina
Su palabra preferida era ternura, me dijo, cuando la entrevisté, en Buenos Aires, en el invierno de 2011. Medio siglo después de su momento ápice, pero siempre presente en la memoria de la gente de la moda, Vogue Italia se aprestaba a dedicar varias dobles páginas a Kouka, la gran modelo argentina, una de las últimas grandes protagonistas de la saga de la haute couture, y a su brillante itinerario internacional.
Descubrí, inquieta y a la vez halagada por el homenaje que se le rendía, a una mujer menuda, de una delgadez envidiable, la delicadeza misma, con el éclat, la vibración luminosa, de una belleza diferente, indiscutible.
Conservaba el encanto seductor, ahora gestionado entre ráfagas de espontaneidad, de las mujeres que no se han desvinculado de su yo adolescente: en su relato íntimo, el personaje de Kouka, enigmática, exótica, exigente –sobre todo consigo misma–, no había cancelado a Cuquita, la chica criada en el barrio de Flores entre patios y jardines, fantaseando con el baile clásico y la moda de las revistas, tanto nacionales como importadas. La amistad de su familia con Jacques Dorian, talentoso modisto veneciano emigrado a la Argentina después de la Segunda Guerra, alentó su vocación. El primer premio en un concurso de belleza y elegancia fue su pasaje a París.
Dónde, como en un guion de Netflix, el joven y apuesto Hubert de Givenchy, cuyo chic romántico era la sensación del momento, la incorporó, encantado, en su cabine de mannequins.
Dos años después, en 1958, la convocó Yves Saint Laurent para su primera colección como heredero de Christian Dior. Fue en ese contexto exaltado que se forjó su personaje no ya de modelo sino de diva de la pasarela, intérprete literal de la teatralidad implícita en el ceremonial de la moda.
Su signo distintivo, la marca de su personalidad fue la invención de una démarche, de un modo de presentarse decididamente inédito. Kouka caminaba, o más precisamente se deslizaba, con su cuerpo convertido en un trazo perfectamente oblicuo, con los pies claramente avanzados respecto de las caderas y el torso a su vez enteramente inclinado hacia atrás. La cabeza erguida, la expresión serena y remota, los brazos abiertos y a mitad alzados, en el gesto de la prima ballerina que entra en escena para su variación completaban la estampa del personaje. De la danza había tomado prestada también la pirouette, el giro veloz sobre un solo pie, con la que remataba sus desplazamientos. No vacilaba en repetirlas ante quienquiera que dejara escapar la mínima risa ahogada en el silencio sepulcral de los salones de la maison Dior. Una cronista mundana, que la describió como "una suerte de monstruo divino", exhortaba a sus lectores a asistir al menos una vez en sus vidas al "espectáculo único" que constituía el ritual de Kouka, quien enfatizaba sus ojos rasgados con un decidido trazo negro, su piel con el polvo más blanco posible, y que lucía la coupe Kouka, un carré corto creado para ella por la célebre casa Carita, que fue rápidamente imitado.
Maestros de la fotografía de moda, como Richard Avedon, Bert Stern o Hiro, encontraron en Kouka una figura que sumaba misterio y un chic potente a sus imágenes; en ellas está su legado de estilo, que sería grato y justo ver recogido en un gran álbum, bello de su belleza única.
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