Marcelo Pino –36 años que parecen menos, voz aguda, chicas que le sonríen por la calle– es el orgullo de Pichilemu, un pueblo 200 km al sudoeste de Santiago de Chile. Consagrado como mejor sommelier de su país en las competencias de 2011 y 2014, se perfeccionó en Inglaterra con el referente mundial Gerard Basset y escaló, en 2015, cuando lo eligieron el segundo mejor del continente. Hoy busca hacer pie en el terreno de los master sommeliers, donde el desafío de la degustación de vinos es a nivel mundial.
El mayor de siete hermanos, cuenta que fue garçon y estudiante amateur de los secretos del mosto fermentado: un chico de provincias que irrumpió en un mundo cerrado y sofisticado. Surfer amateur, soñaba con montar las olas y cocinar por el mundo. "Ahora mi botella es mi tabla", resume con una sonrisa. Como autor de la Guía de Aguas de Chile y embajador de Casa Silva (la bodega más antigua del Valle de Colchagua), Marcelo no para de viajar. Viene de probar whiskies en Escocia y está por salir a explorar el terreno en Vancouver.
Desde su tienda Mar y Vino (sobre la calle Ortúzar, que concentra bares de propuestas cool, saludables y cocina internacional al paso), el enólogo habla de las características de los Pinot noir y Sauvignon blanc de la Sexta Región, General Bernardo O’Higgins, donde se halla su ciudad. "Pichilemu me atrapa, me hace soñar", se entusiasma. "Quiero potenciar este lugar e impulsar el turismo del vino; las claves son la apertura y salir del tinto convencional", dice. Para eso apunta a los productos chicos y naturales, al redescubrimiento de la variedad País, equivalente a la Criolla argentina: chica, tinta y ligera.
Además de la vinoteca que abrió en diciembre de 2016, Marcelo administra el hotel Mar y Vino, una casona reacondicionada del siglo XIX en la que se combinan la laja, la madera y el vidrio. El mismo edificio funcionó como el Hotel Chile España, refugio de los hippies californianos que venían a probar las olas chilenas en los 70.
Son 12 habitaciones, con un privilegio para las del rooftop: esa vista perfecta a las olas de la playa La Puntilla. Una salida fugaz al balcón basta para decidir si es buen momento para meterse al agua o conviene esperar otra marea. La cafetería del complejo, especializada en sándwiches y con capacidad para 70 personas, permite el descorche para quienes compraron en su tienda.
La última escala en el tour por el hotel es una cava subterránea con lugar para mil etiquetas. La pieza más preciada es un Joseph Drouhin de 1997, 800 mil pesos chilenos (unos 1.200 dólares) detrás de una etiqueta subyugante. Con el horizonte de no cerrarse en la exclusividad, Pino suele organizar catas sin costo para sus vecinos. Un gesto de coherencia de quien sueña con cristalizar la alquimia virtuosa entre surf y vino en uno de los destinos menos conocidos del otro lado de la Cordillera.
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