Años atrás un amor intenso unió los destinos de Elena y Luis, dos seres bendecidos por aquella emoción sublime que, día a día, los hacía sentir afortunados. Eran espíritus soñadores, libres y fusionados por la pasión hacia el campo y los paisajes despejados; horizontes claros en los cuales sentían que podían respirar profundo y dejar volar la imaginación.
Así, a los 18 años se casaron y eligieron habitar tierras amplias aptas para buenos cultivos y que les otorgara la posibilidad de seguir con la tradición familiar. Su deseo era que sus hijos crecieran en el mismo entorno, puro y simple, en el cual ellos mismos habían pasado su propia infancia y adolescencia.
Al poco tiempo llegó Julia al mundo, una niña tan alegre y soñadora como ellos, y que sería su única hija hasta los siete años cuando Tomás, el hijo tan anhelado, entró a sus vidas. "Tenía los ojos más hermosos posibles", recuerda Elena, "una mirada de cielo".
El sueño de volar
Luis, de alma aventurera irrefrenable, tenía un sueño grande que acarreaba con él desde pequeño: construir un avión para surcar los cielos siempre que pudiera. Sin dudarlo, puso sus manos a la obra y, con la mirada atenta de ingenieros y el ANAC, la Administración Nacional de Aviación Civil, tras unos pocos años obtuvo su matrícula LV-X433.
En un día inolvidable, Suricato -así lo llamaron al avión- llegó a las alturas e hizo posible los esperados paseos de fin de semana.
Para padre e hijo, Suricato era como su cápsula mágica que los trasportaba a un mundo muy propio y de una conexión especial, inigualable. En la puerta del avión podía leerse: piloto, Luis Soldavini y, debajo, Tomás Soldavini, compañero de aventuras. Juntos disfrutaban de lo que más les gustaba hacer.
"Llevábamos una vida muy feliz", cuenta Elena conmovida. "Nuestra familia era hermosa, mi marido, que era agricultor, transmitía bienestar y mucho de ello se debía a que dedicaba sus días a su hobby, que era la aviación. Para Tomás, que seguía todos los pasos de su papá, volar era parte de su vida y por eso, apenas pudo fue su copiloto fiel".
Solo cabe el dolor
Luis y Tomás gozaron, inseparables, de los cielos hasta el 1 de enero del 2012, cuando las repentinas y desfavorables condiciones climáticas los precipitaron a tierra.
"Ese día en que perdí a mi hijo y a mi marido fue terrible", expresa Elena con suavidad. "A partir de ahí busqué encontrar respuestas a lo sucedido por todos lados y no llegaban. Pero hoy puedo afirmar y transmitir que no hay que rendirse y que es cierto que el que busca encuentra".
Inesperadamente, Elena había perdido a sus dos amores: a su marido Luis, que tenía 37 años, y a su hijo, de tan solo 11. A partir de allí, los días, las semanas y los meses transcurrieron en una nebulosa en donde lo único que cabía en su alma era dolor. "Tanto dolor, que pedí ayuda. Sabía que no iba a poder salir sola de semejante desdicha. Mis amigos, mi familia, mi psicóloga y mi hija, Julia, fueron los pilares para transitar el duelo y, sin embargo, parecía que me iba a resultar imposible. Las fiestas, los cumpleaños, los recuerdos en cada rincón me golpeaban y hacían doler, una y otra vez", explica.
Transformar el dolor en amor
Pero un día, Elena despertó con una revelación. "Entendí que la única manera de salir adelante era convertir el dolor en amor. Transformarlo", afirma mientras sonríe.
Una mañana, conectada con su espíritu de antaño y la pasión de sus amores perdidos, Elena se dirigió a la escuela primaria de su hijo. Allí, ante la sorpresa de muchos, propuso restaurar la biblioteca."En ese espacio, Tomás pasaba los recreos buscando libros de aviación. Era un lugar importante, encantado para él y, por eso, decidí honrarlo y darle mi amor para convertirlo en algo más bello aún".
Después de largas jornadas colmadas de esfuerzo y un cariño infinito, hoy la primaria 16 cuenta con "El rincón de Tomi", un espacio destinado a la aviación que tiene muchos adeptos. Un rincón mágico en el mundo y con un significado trascendental y sanador para Elena.
Así, inmersa en ese estado de amor y reparación para su alma, Elena comprendió que por allí estaba su camino y decidió seguir. "Concluido el proyecto de la biblioteca comencé con un nuevo emprendimiento que me conectó con la vida y con la tierra. Lo llamé Lavandas Argentinas, hoy es mi sueño cumplido y me ayudó a sanar. Sabemos que es difícil, pero no es imposible; se puede salir adelante. No hay un solo día en que no los recordemos, pero ahora lo hacemos desde el amor".
Hoy, el campo de lavandas de Elena se convirtió en su conexión con ellos. Es su paisaje claro, puro y amplio para dejar volar esa imaginación que la había unido con su amor; es una tierra azul que se fusiona con el celeste de las alturas y la transporta hacia pensamientos felices. Desde allí, ella comparte el amado cielo junto a los hombres de su vida.
Si tenés una historia propia, de algún familiar o conocido y la querés compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar
Más notas de Grandes Esperanzas
Más leídas de Lifestyle
Paradisíacos, pero inseguros. El ranking de los países más peligrosos del mundo, según un estudio de la ONU
Su legado oculto. Iba a ser una casa y terminó creándose un pueblo estilo europeo: La Cumbrecita, el sitio ideal para relajar en Córdoba
Misterio. Hallazgo histórico: encontraron un capítulo de la Biblia escondido desde hace 1500 años
Volvió a batir un récord. Fue elegida en 2007 como “la niña más linda del mundo” y hoy es toda una empresaria