Eligen su propia aventura
Solos o en grupo, gente que opta por experiencias singulares a la hora de sus vacaciones. Audaces que recorren el mundo sin rumbo fijo, amantes de la adrenalina y familias que buscan salidas diferentes para fortalecer lazos. Sensaciones y anécdotas de viajeros poco convencionales
Llega el momento de dejar atrás la rutina y darle, por fin, la bienvenida a nuevos horizontes. Para muchos, las vacaciones son tales si permiten olvidar por un tiempo las grandes ciudades, conectarnos de lleno con la naturaleza y, de ser posible, acercarnos a otras realidades sociales y culturales. Y a la hora de elegir, ni se les cruza por la cabeza subirse a un tour con todo incluido y bajo control.
Pedro Peta Friedrich es uno de ellos. No duda cuando afirma que se siente pleno acampando en el bosque chaqueño con los wichi, navegando en una pequeña canoa por la Mesopotamia o recorriendo desolados caminos patagónicos. Experiencia no le falta: hizo su primera escalada en 1977, a los 17 años, a Torres del Paine, Chile, y desde entonces no paró.
"Mis hijos se fueron sumando a las travesías; todos tenemos muchos kilómetros de mochila encima. Somos una familia viajera", asegura Peta, que en 1984 abrió en el Aconcagua la vía conocida como francoargentina y realizó varias caminatas por los Hielos Continentales.
Cuando llega el momento de elegir las vacaciones, para los Friedrich no hay debate. Puede ser Pinamar o Punta del Este, pero nunca puede faltar en el programa una buena dosis de adrenalina en la Patagonia, el Monte Chaqueño, Misiones o Formosa. Aventuras de 700 kilómetros o más -lejos de hoteles cinco estrellas y spa-, que comienzan cuando las cosas no salen como se planificaron. "Más de una vez se nos quedó la camioneta (una Land Rover Defender con más de 400.000 kilómetros) en medio de la nada y sentís que se te viene el mundo abajo, pero siempre pasa un lugareño que te ayuda. Arreglarse con lo puesto y saber que en el camino siempre hay gente dispuesta a dar una mano es parte de esos viajes", asegura Peta.
Anécdotas, sobran, como cuando el motor de una balsa dijo basta en el río Bermejito, Chaco, frente a una comunidad toba. "Ubicamos al cacique y le pedimos permiso para acampar con ellos al abrigo de un fuego. Fue fantástico", cuenta el vecino de Las Lomas de San Isidro.
En tiempos de hiperconectividad, sus dos hijas adolescentes, Diana (18) y Maike (16), que completan la familia junto con Philipp (14), Anina (12) y Sebastian (7), no sufren esto de vivir semanas sin Internet. "Los lugares que recorremos no tienen acceso a la Web, pero no lo vivimos con angustia. Es más, aprendemos a valorar a la familia y la naturaleza en toda su dimensión", coinciden las chicas.
Para Betina, esposa de Peta, estas salidas son una oportunidad de aprendizaje y una forma de adherir "a lo que decía Mark Twain, algo así como que la escolaridad no interfiera con la educación... Hasta preferimos, si es necesario, que nuestros hijos pierdan días de clases por compartir estos viajes, en los que muchas veces se aprende más que con un libro en la mano".
En dos ruedas
Para otros, como Gustavo Cieslar, viajar significó encontrar un amor importante. Y lo que empezó como una aventura en solitario, concluyó en un viaje de a dos. Si bien no conocía Brasil, no hablaba portugués y jamás había hecho en moto más de 300 kilómetros, el 2 2 de diciembre de 2003, con 2000 dólares, entre lo que llevaba en el bolsillo y ahorros que tenía en su casa, se largó a la aventura: llegar a Río de Janeiro. Cinco días antes compró una Yamaha YBR 125cc usada (La Garota), a la que finalmente subió en bermudas y con un bolso preparado para 20 días.
Sin embargo, en pleno viaje, pese a que en Buenos Aires lo esperaban estudios avanzados de Veterinaria y un trabajo consolidado, lo asaltó un viejo proyecto: dar la vuelta al mundo. Y se prometió olvidar las excusas de siempre: cuando tenga plata, cuando termine la Universidad...
Ya en Salvador de Bahía, alentado por la buena onda, se propuso llegar a Australia el 12 de noviembre de 2005 para el cumpleaños de su hermano, radicado en ese país, y con el poco dinero que le quedaba estampó stickers en algunas remeras para promocionar el viaje. Pero la historia cambió al conocer a un argentino que le dijo: Con esto vas a ganar dinero, y le enseñó a grabar nombres en granos de arroz para luego convertirlos en collares.
Su paso por el Caribe no fue el soñado. Lo más duro fue el cruce en barco de Colombia a Panamá. Un entredicho con el capitán terminó con Gustavo abandonado en una isla desolada. "No pude completar los papeles migratorios, estaba en falta, y la isla sólo estaba habitada por aborígenes. Ni siquiera el cacique me ayudó", recuerda. De golpe, la silueta salvadora de Rubén Blades, por entonces ministro de Turismo de Panamá, que hacía un relevamiento de las islas. "Me firmó la documentación y consiguió una canoa por 30 dólares."
Casi dos años tardó Gustavo, de 35, programador de computadoras y técnico aeronáutico, en llegar a México, donde cambió de estrategia: dejó el arroz y comenzó a vender DVD y postales con fotos del viaje. El pasaje a España se lo compró barato a una azafata y despachó la moto en barco para llegar a Europa con ¡sólo 100 euros!
A partir de allí, la travesía fue otra: Elke Pahl, ingeniera civil alemana, decidió dejar el doctorado que cursaba en Barcelona para sumarse a su sueño, y en cinco días aprendió a manejar la Yamaha YBR 125cc que un italiano entusiasmado con el proyecto le regaló a la pareja. En dos años recorrieron Europa, al compás de la venta de los DVD, las traducciones online de Elke y las notas que Gustavo publicaba en revistas europeas de motos. Así terminó de consolidarse un amor que en el verano de 2007 trajo a la pareja a la Argentina por tres meses para casarse.
-¿Cuántas veces paraste la moto para disfrutar a pleno de un paisaje?
-Muchas. En Irán los desiertos tienen montañas bajas de unos colores increíbles. Pero lo que siempre vuelve a mi mente es la gente, los amigos que hice. Sin embargo, mientras más kilómetros hacía para cumplir mi sueño, crecía un dolor fuerte: a esa persona desconocida que se había convertido en un amigo del alma no lo iba a volver a ver nunca más.
La travesía continuó por Grecia, Turquía, Irán, India, Nepal y más. "Al margen de las pésimas costumbres que relegan a la mujer, mientras más islámico es el país, más solidaria es la gente. Si bien la nafta es muy barata, en las estaciones nos llenaban el tanque gratis, nos ofrecían lugares para dormir", cuenta Gustavo, que finalmente llegó a la casa de su hermano unos días antes de su cumpleaños, ¡pero de 2009!
En Australia despacharon las motos a Río de Janeiro para recorrer el último tramo, que les deparó su primera sorpresa en Zárate, donde los esperaban muchísimos motoqueros, seguidores de esta aventura por la Web ( www.re-moto.com ). Claro que jamás imaginaron que su llegada al Obelisco, el 18 de abril de 2009, era esperada por más de 200 motociclistas, que desde allí y en caravana los acompañaron hasta la casa de sus padres, en Ituzaingó, a puro bocinazos y llanto.
Un sueño de 1994 noches, de las cuales Gustavo durmió 1268 en casas de familia, 290 en hostales, 11 en la playa y 37 en cuarteles de bomberos, entre otros sitios. ¿En camas?, 1019, y en hamacas, 55. Cuarenta países, cinco continentes, 588 días y más de 50.000 fotos son parte de su estadística.
-¿Y Elke?
-Nos llevamos muy bien, pero a la distancia. Regresó a Alemania. No nos arrepentimos, compartimos un viaje fabuloso.
Una casa móvil de doce metros
A Silvio Di Leo no se le mueve un pelo cuando cuenta que un ómnibus de doce metros por no más de tres se transformará en su casa, la de su esposa y la de sus cuatro hijos adolescentes durante los próximos siete años.
La idea de dar la vuelta al mundo en motor-home no es nueva para él. Lo acompaña desde siempre, pero hace diez años empezó a tomar forma cuando decidió contársela a Carla, su esposa, pensando que, como mínimo, lo iba a tratar de loco. Pero dio el sí, y hoy todos meten mano en el vehículo comprado en octubre de 2009, tras descartar casi un centenar, que luce ploteado con las banderas de los países que piensan recorrer.
La cocina está casi lista, igual que el living. Es que la funcionalidad es clave. "La cama matrimonial estará en la parte de atrás y sobre el techo habrá un dispositivo que permitirá armar una especie de carpa. Hay que estar preparado por si recibimos huéspedes", explica Silvio, que se dedica a la computación y a los 49 años está convencido de que debe hacer el viaje de su vida ( www.rodandoando.com ).
Los cálculos están hechos: 80 meses y 300.000 kilómetros, a un promedio de 125 diarios. Un viaje que define como de conocimiento interior y exterior, y ecológico. Es que el plan también es alertar sobre la contaminación ambiental e incentivar en las ciudades la plantación de plantas autóctonas. Y el ejemplo empieza por casa: la de Silvio tendrá paneles solares para alimentar los circuitos de energía, un generador eólico y podrá movilizarse con biodiésel, que no contamina.
Dos notebooks serán clave para completar el plan de estudios a distancia de la Fuerza Aérea Argentina, basado en tutorías y DVD, en el que se inscribieron sus hijos Patricio (19), Fabricio (17), Lara (15) y Ornella (13), que hoy comparten un foro con chicos argentinos que estudian en el exterior. "Ya tenemos amigos que nos están esperando", comentan entusiasmados. Y la mamá dice: "Los más chicos terminarán el colegio durante el viaje. Para Patricio, que quiere estudiar Turismo, esta experiencia será clave. Además estamos armando fichas para que durante el viaje aprendan historia y geografía de cada país".
La pareja está lista para la aventura, que comenzaría a rodar en marzo próximo. "¿Experiencia en ruta?, algún viaje a Brasil en auto, pero nada más", confiesa Silvio. La venta de DVD del viaje y el diseño de páginas Web servirán para ir financiando parte del viaje. Pero la apuesta es fuerte: hasta tiene en venta su casa de Ezeiza. Sin embargo, Silvio no se amilana. "Sólo de combustible calculamos que tendremos unos 90.000 dólares, pero hay cosas positivas: no habrá cuentas de luz ni gas pendientes."
TRANSMITIR VALORES
Para Sebastián Letemendía, las vacaciones son clave para enseñar a los hijos el respeto por la naturaleza. Pero es importante el destino. Por eso busca sitios que permiten cierta cuota de intimidad con el paisaje, como Península Valdés y la Patagonia cordillerana. "Si de esos viajes volvés con algunas anotaciones en tu libreta personal, no muchas, pero que te ayuden a pensar el mundo, significa que valió la pena hacer las valijas", sostiene.
Letemendía nació en 1964, dirige una empresa de tecnología y trabaja en el microcentro porteño. Dice que su cuota de peatonal está colmada con la Florida de todos los días. Por eso vive la posibilidad de viajar casi como un acto de purificación. Escritor y fotógrafo, acaba de publicar su último libro, Agua, en el que dedica un capítulo entero al significado de viajar en familia, integrada por su esposa, Ana, y sus hijos adolescentes, Marcos e Inés.
"La relación con la naturaleza se va modificando con los años: a los 20 es pura emoción, diversión y adrenalina; a los 30, observación, y después de los 40, respeto", asegura Letemendía, que en 2009, junto con su amigo Alec Gianakis, intentó una travesía para la que se preparó durante tres años: unir Punta del Este y Buenos Aires en una tabla de windsurf. Pero vientos poco favorables lo obligaron, como cuenta en su libro, a abandonar a poco de la meta. Sin embargo, no lo tomó como un fracaso. "Lo importante -dice- no es llegar a destino, sino la transición, el camino, desde el primer día que se cierra la puerta de la casa."
En su libro, que toma al agua como hilo conductor, Letemendía habla "del basural más grande del mundo, en el océano Pacífico Norte, entre Hawai y la costa estadounidense, donde flotan 100 millones de toneladas de residuos, en una superficie equivalente a media Argentina".
Y asegura que el crecimiento poblacional no es hoy el principal desafío de la humanidad. "Desde hace tiempo se habla de la huella ambiental del hombre, que mide el consumo de una persona, entre insumos y desechos. La huella de un estadounidense es 32 veces mayor que la de un keniano. Lo preocupante es que el mundo en desarrollo desea vivir como los norteamericanos", afirma. Y advierte: "De seguir así, en 2050 nuestro planeta será irreconocible. Deberíamos vernos como custodios de la naturaleza, no como propietarios".