El 19 de agosto de 1974, hace exactamente 50 años, murió David Bamberg, más conocido como Fu Manchu, el padre de la magia en la Argentina
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Buenos Aires abunda en historias escondidas. Parecen lejanas, pero son cercanas. Hubo una que nació por las ilusiones, trucos y fantasías de un inglés, descendiente de una profusa dinastía holandesa de magos que trabajó para la corte de ese reino desde el siglo XVIII, que la cautivó con sus encantos y escapismos. Ese fenómeno que irrumpió a orillas del Río de la Plata a fines de los años 20 se llamó Fu Manchu, padre de la magia argentina, de cuyo fallecimiento se cumple medio siglo hoy.
David Bamberg, su nombre real, nació en Derby, en 1904. Fue criado en el seno de una familia de artistas y rodeado de famosos como el legendario Harry Houdini, al que le hizo el primer truco con cartas con apenas 6 años. El genial escapista húngaro lo apodó Syko, nombre con el que empezó su camino en el mundo de la ilusión.
Hijo de Theo -Okito (anagrama de Tokio)- y Lilian Poole llegó al puerto de Buenos Aires en 1926 junto con su mujer, Hilde Seagle, como integrante de la compañía del ilusionista norteamericano Gran Raymond (Morris Raymond Saunders), a quien conoció en Viena y acompañó en una gira por Portugal, Brasil y la Argentina. Pero, rápidamente, las diferencias entre los magos fueron insalvables. Deslumbrado, Bamberg dejó la troupe de Raymond y arrancó aquí su gran aventura.
“Era la capital de la fabulosa República Argentina, uno de los países más importantes del mundo en la cría de ganado y el cultivo de trigo. Es un país rico, que no había tenido ni una sola guerra en más de cien años, y en el que prácticamente se regalaba la comida. Vendían por casi nada sus bifes incomparables, la leche, las verduras y las frutas. Era imposible pasar hambre en un país en el que todos comían alrededor de un kilo de carne por día. Con un centavo de dólar, aproximadamente, se podía comprar un vaso alto de una riquísima leche con crema, y venía con unos pequeños bizcochos alargados, conocidos como ‘dedos de dama’, totalmente gratis. Con lo que tiraban los restaurantes al cesto de basura cada noche podían mantenerse muchos países (...) ¡A menudo sentía el impulso de robarme uno de aquellos tachos de basura! Pero, aun cuando lo hubiera hecho, de qué me podría haber servido eso si sólo pagábamos alrededor cincuenta centavos de dólares estadounidenses por el hotel, y nos daban tres comidas muy abundantes por día, que incluían bifes, pollo, puchero, sopa, ensaladas, postre, fruta y café”, relató Fu Manchu en Illusion Show, su autobiografía.
Proveniente de un convulsionado continente que salía de la Primera Guerra Mundial y afincado en un departamento en Córdoba y Maipú, el mago se movió con rapidez y astucia en una urbe que vivía la abundancia y el esplendor de la presidencia de Marcelo T. de Alvear. Era el momento justo para encarar la seducción y la conquista.
Bamberg se vinculó con la comunidad británica y americana, según puede constatarse en artículos y avisos del Buenos Aires Herald. Walter Gaulke, comercializador de trigo y representante de New York Film Exchange, una distribuidora del películas ubicada en la calle Tucumán, fue su gran patrocinante. Gaulke, después de arduas negociaciones, decidió prestarle 10.000 pesos de la época (unos 5.000 dólares) para el armado y la producción de su primer gran espectáculo. Su debut fue el 1º de marzo de 1929, en el viejo Teatro San Martín, en Esmeralda 255.
Para confirmar la inversión, Gaulke impuso una condición: en 24 horas, debería de dejar de llamarse Syko y buscar un nombre más marketinero. Bamberg eligió el seudónimo de Fu Manchu, inspirado en un villano oriental y enigmático de una saga del escritor Sax Rohmer.
En tiempos en los que el teatro competía solamente con el cine, los shows de magia de Fu Manchu se convirtieron en un suceso de fama local y, rápidamente, internacional. Las temporadas en nuestra capital eran a sala llena y se conformaban con más de 600 funciones. Bamberg fue un innovador total: incorporó el humor, bailarinas y la comedia a presentaciones que hasta entonces eran serias y formales. Sombras chinescas, el Péndulo de la Muerte (una versión más potente de la Mujer Serruchada) y la Bola Flotante, un juego creado por su padre, Okito, eran los hitos de un espectáculo desbordante que derivó en una compañía que llegó a tener más de 40 personas y ciento de baúles con trucos que viajaban en barco por todo el Atlántico.
Primero fue una gira latinoamericana; después el desembarco, en 1933, en una España convulsionada que se dirigía al horror de la Guerra Civil. Luego, Portugal, Ceuta, Gibraltar, nuevamente México, Cuba y los Estados Unidos. Allí no tuvo el éxito esperado. Pero no fue culpa de su arte, sino por las acusaciones de varios sindicatos (principalmente de espectáculos y puertos) y de los custodios de los derechos de autor, quienes lo censuraban por haber tomado su seudónimo artístico de un personaje de Rohmer.
El fenómeno era total para alguien que fue parte de la masonería. Bamberg integró la logia Renovación 333, según puede constatarse en los archivos de La Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones. Durante la Segunda Guerra Mundial también se enteró que su hermano menor, Donald, fue prisionero de los nazis. Su familia lo dio por muerto, pero años más tarde la Cruz Roja lo buscó y lo encontró. Donald, fallecido en 2013, escribió su odisea en el libro “Sobreviví al corredor de la muerte y a nueve campos de concentración”.
En 1937, Fu Manchu hizo una serie de espectáculos en un teatro de Boedo y una de sus asistentes renunció al trabajo. “Llamé por teléfono a una amiga mía para que tomara su lugar como bailarina y asistente. Esta chica llegó con una amiga rubia, a la que presentó como Eva Duarte, y me pidió que la contratara también a ella, ya que necesitaba el trabajo. Por alguna nefasta razón, me negué, ya que necesitaba solamente una chica. (Dónde estaba en ese momento mi bola de cristal, nunca lo sabré). Así es que la rubia me miró de mala manera y ahí quedó todo en ese momento. Me fui de Argentina... e hice una gira por Latinoamérica”, según señala una carta que Fu Manchu le escribió a Robert Lund, en esos días responsable del Museo Americano de Magia, en Michigan, institución que aún conserva el original de esa misiva escrita en inglés.
Trece años más tarde, ya con Juan Domingo Perón en el gobierno y con un fama similar a la de un divo de la televisión actual, el mago Fu Manchu volvió a nuestro país: “Se hablaba muchísimo de la esposa de Perón y del control que ella ejercía, junto con su hermano Juan Duarte. Un día, me encontré otra vez con mi amiga y ella me hizo recordar a su compañera de 1937. Casi me muero. La rubia era en ese momento el poder que controlaba este país. Yo había olvidado ese asunto completamente. Pero Eva no. Ella tenía muy buena memoria. Una vez, ella estaba en un pequeño bar con una amiga, Libertad Lamarque, una actriz. Tuvieron una discusión y Libertad le dio una bofetada en la cara y se fue. Un cantante argentino de tangos, Hugo del Carril, entró, la encontró llorando y le compró una taza de café. Ese café se convirtió en su pasaporte al control de la industria cinematográfica años más tarde”, contó en Illusion Show, antes de ingresar de lleno en una anécdota escrita entre primera y tercera persona.
“Eva nunca olvidaba. Tampoco se había olvidado de mí. En 1951, yo estaba en el Teatro Smart y llegó una llamada telefónica de la quinta presidencial de Olivos. ¿Sería el señor Fu tan amable de ofrecer una función para la primera dama y cuánto cobraría? El señor Fu lo haría encantado y ni hablar de cobrar. Así que Fu se va a Olivos y hace el show. Perón lo miró con interés, pero su esposa me dio la espalda y estuvo hablando constantemente con (Domingo) Mercante, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
“Días más tarde, llegó otra llamada. ¿Sería el señor Fu tan amable de ofrecer una función para los niños en el Teatro Alvear por la mañana? Fu hizo el show por la mañana. Y continuó repitiéndose así una y otra vez. Al final de la temporada en el Teatro Smart, el show fue interrumpido abruptamente por unos hombres que se subieron al escenario y le otorgaron al señor Fu la medalla dorada de Eva Perón, lo que implicaba una afiliación al partido. Si ustedes tienen alguna idea sobre la política latinoamericana, se darán cuenta de la situación tan difícil en la que me encontraba. La mitad del público estaba en contra y la otra mitad era peronista. Tenía que dar un discurso de agradecimiento. También tenía que pensar rápidamente. Así que dije, brevemente, que agradecía esta nueva distinción que recibía de la gran nación Argentina. Eso dejó satisfecho al público, pero no al secretario del partido. Luego del espectáculo, me preguntó por qué no había mencionado específicamente el nombre del presidente o de su esposa. Le dije que había mencionado específicamente a la gran nación Argentina y que, para mí, eso los incluía a ambos. Se quedó mirándome un rato. “Usted es inglés, según creo. Una nación de diplomáticos”. Le agradecí y nos despedimos con declaraciones de mutua estima. Pero decidí salir volando de Buenos Aires y me fui de gira.”
Transcurrieron más años deambulando por el mundo. La fama y su arte le posibilitaron ser amigo y compartir escenarios con Orson Welles, el autor de la Guerra de los Mundos, y Rita Hayworth, la gran estrella de Hollywood en la década del 40. Su nombre fue inspiración para el tango Buenos Aires tres mil, de León Benarós y Sebastián Piana (“Si yo tuviera la bola de cristal, si fuera Fu Manchu o brujo medieval, tal vez pudiera pensar en la ilusión, de verte palpitar con otro corazón”). Y también adoptado por el lenguaje callejero porteño para rotular a aquel que todo lo puede: “¿Vos quién sos… Fu Manchu?”.
Mujeriego y donjuán -”tuve seis o siete amores fuertes”-, Bamberg fue abandonado en México por Hilde Seagle como consecuencia de un affaire con la bailarina y actriz mexicana Eva Beltri. La culminación de ese vínculo lo mantuvo alejado de su único hijo, Robert, de 96 años, nacido en la Argentina, quien aún vive en San Francisco, y al que Bamberg vio pocas veces, pero con el que mantuvo contacto epistolar.
Se radicó definitivamente en la Argentina en 1957, en la calle Riobamba 143, donde fundó el Centro Mágico Fu Manchu, en el que, a partir de su retiro en 1966, dictó clases de magia en un pequeño teatro. Ese lugar también albergó a la Sociedad Argentina de Magos. Durante la década del 70, recibió homenajes en la televisión por parte de Blackie (Paloma Efron) y de Nicolás “Pipo” Mancera -un gran aficionado al ilusionismo-, quien en Sábados Circulares lo conectó al aire con su gran amigo Welles.
Fumador empedernido, falleció el 19 de agosto de 1974 producto de un enfisema pulmonar. El último mago de las seis generaciones de la Dinastía Bamberg fue enterrado en el cementerio de la Chacarita; sus restos desaparecieron años después, pues su última pareja, Dolores Cámara (Lola Fu Manchu), dejó de abonar la cuota de tierra.
En 1988, un editor de libros de magia de los Estados Unidos, David Meyer, compró los derechos para publicar la autobiografía en manuscrito que Bamberg le había enviado a Lund. Ese libro, Illusion Show, fue reeditado en 1991. Hace cuatro años, el argentino Martín Pacheco, dueño de Bazar de Magia y del Museo Argentino de Magia, los adquirió para publicar ese libro en castellano, que estará impreso en diciembre próximo. Desde hace más de 30 años, allí atesoran una colección única en el mundo. “Salvo algunas pocas cosas que tiene David Copperfield, el resto del legado de Bamberg está en Buenos Aires”, afirma Pacheco.
Inspirador de magos como René Lavand y Fantasio (Ricardo Roucau), entre los más destacados, enormes sucesores que presentaron sus trucos en el legendario show de Ed Sullivan (Fantasio llegó a actuar antes que Los Beatles), y una figura aún reconocida y venerada, el espíritu del Maradona del ilusionismo en la Argentina sigue presente en ese local de Hipólito Yrigoyen y Bernardo de Irigoyen. Fu Manchu, otra gran historia de Buenos Aires que fue algo más que arte de magia.
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