El recuerdo del fin de un matrimonio en la voz del blanco que le puso al rap su propia ira, ansiedad y ternura.
Por Santiago Llach
Como conté, mis padres, ya en la edad tercera, se mudan, se achican: venden su casona en las afueras y la cambian por un departamento en el centro. Mi mamá me llama un día y me avisa que hay unas cajas que son mías. Son 15 cajas con vasos y copas de cristal jamás usados. Algún héroe anónimo nos las regaló a mí y a la madre de mis hijos cuando nos casamos, en 1999, y se ve que quedaron para mí en la repartija postseparación. Pronto habrán pasado 20 años, y esas copas ya quedaron viejas: las de vino parecen de champagne, todavía no había llegado la invasión de los copones. No les veo mucho uso, así que le digo a mi hija, adolescente reciente, si no me ayuda a ponerlas a la venta en Mercado Libre. Dice que sí, después de negociar un porcentaje. Cuando estamos manipulándola para sacarle una foto, una de las copas se cae al piso y estalla en mil pedazos. Benita se lastima con algunas astillas, y las piernas empiezan a sangrarle. De repente, por las astillas o por lo que sea, empieza a llorar y se abraza a mí. Por el pequeño parlante tubular conectado a mi computadora, se oye "When I’m Gone", el rap agónico en el que Eminem recibe los reproches de su hija por abandonarla a ella y a la madre.
Eminem es el último artista al que le sigo la carrera (dicen que a los treinta y pocos uno deja de escuchar música nueva) y es para mí el autor de la dura banda de sonido de la época en la que mi separación era reciente. Me sorprende que haya nacido el mismo año que yo; parece mucho más joven, por supuesto, pero además explotó comercialmente bastante tarde, cerca de los treinta. Una leyenda del periodismo en español indica que Peter Brook, el director teatral, dijo que si Shakespeare viviera en esta época haría rap y se llamaría Eminem. La historia también dice que Eminem escribe en pentámetro yámbico, el mismo tipo de verso que usaba Shakespeare: todo falso, pero verosímil. Eminem es un maestro del desgarro y de la rima. El ensayista Kelefa Sanneh escribió que el músico más vendedor de la década pasada "está poseído por una furia tan intensa que solo es equiparada por su ética de trabajo". Elton John, que en 2002 compartió con él una versión de "Stan", dijo que es un verdadero poeta, un maestro en el arte perdido de la ironía. Eminem es un payaso autobiográfico; sus letras están repletas de autodepreciación y exposición. También, de historias que limitan con la misoginia y la homofobia (o que van incluso más allá).
Arnold Hauser, un tradicional historiador marxista, cuenta que, en la Grecia antigua, los poetas eran los tullidos, los que no podían ir a la guerra. Eminem, un tullido emocional, llegó a la cima de la rima contando sus historias de pobreza, drogas y desgracias sentimentales. Nacido en la sureña Missouri y criado en Detroit, en el Medio Oeste, por una mujer abandonada, maestro de la cita y de la injuria, de la vulnerabilidad y la fobia, Eminem tomó el último gran género musical de los negros y lo masticó desde su vivencia atribulada de basura blanca. Es difícil no empatizar con el sentimentalismo incendiado y el jugueteo verbal irónico de una canción como "Headlights", en la que le dice a su madre todo lo que alguien le puede decir a su madre y más también: le pide perdón y la vuelve a injuriar, le hace reproches y la comprende. A través del sampleo de canciones pop y de sus letras, donde no se ha privado de opinar sobre Phil Collins, Michael Jackson o sus compañeros y rivales del hip hop, Eminem es también un lector de la cultura de su época. Como un signo de este tiempo, el gran bardo de estas décadas, este habilidoso de las palabras dice que en toda su vida leyó un solo libro (la autobiografía del rapero LL Cool J), aunque de chico quería escribir cómics. Adolescente por siempre, Eminem parece quedado cantándoles a los matones que le hicieron bullying: uno de ellos, incluso, intentó sin éxito sacarle una tajada por difamación. Pero Eminem les habla a ellos, a los jóvenes negros que nunca lo van a escuchar, en su lenguaje. Su obra, toda ansiedad y ternura, es una especie de cómic rimado y autobiográfico, sólido y seductor.
La canción de Eminem se apaga y yo junto, de rodillas, las astillas de vidrio de las copas que no lograremos vender en Mercado Libre. Como una epifanía rota, por un segundo la música nos llevó a un lugar que no se recupera: ese pasado ambiguo donde residen los traumas. La vida sigue acá, ahora, en castellano.