Es argentina: se mudó a Dinamarca y gracias a sus hijas hizo una carrera musical
Ya habían pasado casi quince años desde que Vanina y su marido danés se habían instalado en Buenos Aires. Se habían conocido por amigos en común a fines de 2002 y la conexión entre ellos fue inmediata. Y, si bien cada verano viajaban a Dinamarca para visitar a la familia, fue una tarde de enero que, mientras descansaban en el living de su departamento del barrio de Palermo, sintieron que había llegado el momento de dar el salto y animarse a perseguir el sueño sobre el que tantas veces habían conversado.
Como ingeniero ambiental, el marido de Vanina había trabajado en su rubro en Buenos Aires en distintas petroleras. “Mis hijas hicieron jardín y parte de la primaria en Buenos Aires, y nunca se nos había ocurrido que terminarían su escolaridad en una escuela en Dinamarca. Fue a mediados de 2017 que finalmente logramos hacer realidad un viaje de cuatro meses, que hasta ese momento era solo un deseo, casi una fantasía”. Hacía mucho tiempo que soñaban con tomarse un año sabático y viajar por el mundo. Lo sabían: era un deseo ambicioso y difícil de cumplir. “Queríamos tener más tiempo del habitual para compartir con la rama danesa de la familia, y conocer más la ciudad. Y Nueva York quedó también como espacio más recreativo/vacacional, y porque allí me siento en casa”. Por eso decidieron que lo mejor era que pasaran unos días en Copenhague y otros tantos en Nueva York, en los Estados Unidos.
“Pensábamos que el viaje sería una linda aventura para los cuatro, pero no queríamos que nuestras hijas dejaran de tener contacto con otros chicos durante ese tiempo, con lo cual las anotamos en una escuela danesa, que les permitió asistir como oyentes esos meses. Las chicas se hicieron amigos y quedaron maravilladas con la experiencia. Y nosotros tuvimos un pantallazo de lo que podría ser nuestra vida si nos instalábamos en ese país. Intuíamos que para nuestras hijas sería una muy buena oportunidad para tener distintas perspectivas. Por su parte, mi marido podía fácilmente reinsertarse en el mercado laboral danés. La que suponíamos tendría el panorama más complejo era yo, sin manejo del idioma ni las costumbres”.
De viajes y guitarras
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Criada en el barrio de Flores, en la Ciudad de Buenos Aires, la casa de Vanina siempre había estado repleta de cassettes de los Beatles que su papá solía escuchar y, que por supuesto, a ella le encantaban. “Recuerdo viajes en auto a la costa en la que la musicalización iba desde Bobby Mc Ferrin a Charly García, pasando sin falta por los Beatles y Gershwin. Siempre me gustó e interesó mucho la música, sobre todo, cantar. De chiquita estudié piano, pero fue a mis 13 años que empecé a tomar clases de guitarra, y ahí descubrí una compañera de aventuras”.
A los 16, formó su primera banda con compañeros de clase, interpretando algunas versiones de temas que eran de su interés. Algunos años más tarde, mientras estudiaba Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), comenzó a escribir su propia música y formó una nueva banda que actuó por Buenos Aires.
Luego siguió una etapa en la que se propuso conocer el mundo. A partir de ahí pasó años explorando el mosaico de culturas que componen Europa. Sin embargo, no fue hasta que regresó al entorno familiar de Buenos Aires que se dio cuenta de cuán profundamente la habían afectado sus viajes. Esto desencadenó una avalancha de nuevas composiciones e interpretaciones que en 2014 llamó la atención de la leyenda de la música argentina Jorge López Ruiz, un bajista que había trabajado con leyendas como Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, Astor Piazzolla y Louis Armstrong. Durante el año siguiente, Ruiz fue mentor de Vanina y la animó a seguir una carrera profesional como cantautora.
Apostar por la familia
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La decisión de emigrar coincidió con el despegue de su carrera como artista. Pero Vanina estaba dispuesta a arriesgar su seguridad laboral para cumplir un sueño familiar. Dejar el departamento de Palermo donde entonces vivían y despedirse de la familia y los amigos fue un proceso difícil. “Sentimos un torbellino de emociones y caos que nos atravesaba mientras intentábamos llegar a la fecha con todo organizado. Pero sabíamos que nos esperaba del otro lado una aventura que habíamos elegido con ganas y a conciencia”.
Y la confirmación de sus deseos no se hizo esperar. Desde un primer momento, sus hijas, que en ese entonces tenían 7 y 11 años, sintieron una enorme libertad en relación a lo que estaban acostumbradas. “Para poner un ejemplo, en las excursiones escolares, los chicos y docentes caminan o toman transporte público. Pre-pandemia, era muy común ver grupos de 20 chicos o más en el subte, o en un colectivo. Saben manejarse y son responsables de seguir las instrucciones de los maestros. Otra cosa que las atrapó y les llamó la atención es el uso de herramientas tecnológicas, y cómo se aplican en todas las materias, de forma transversal. No tienen una materia de computación, sino que utilizan distintos softwares específicos para cada materia. De inmediato, ellas -y nosotros también- quedaron encantadas con ese día a día que planteaba la escuela”.
Como habían especulado, su marido no tardó demasiado en conseguir un trabajo estable y reinsertarse en la sociedad. Y ella sintió que era la que necesitaba hacer el mayor esfuerzo. Para empezar, tuvo que dedicarle tiempo y esfuerzo a aprender el idioma. “Es muy difícil, con reglas que cambian todo el tiempo y una pronunciación muy particular. Tienen nueve vocales, y cada una se pronuncia hasta de cinco maneras distintas. Un pequeño error y seguramente uno esté diciendo otra cosa de la que tuvo intención. Pero lo sigo intentando”.
Apoyo local
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Tampoco conocía a nadie dentro de su rubro; sólo había dado con un estudio de grabación que le habían recomendado. Pero no bajó los brazos, de a poco fue conociendo músicos muy interesantes, adentrándose en el funcionamiento de la industria local y de las varias líneas de fomento que tienen para las distintas artes. En paralelo, continuó con sus clases de danés y rindió el examen final -si bien no la preparó para un uso extensivo de la lengua, le sirvió para entender más y poder expresarse con más fluidez-.
Fruto del esfuerzo, en 2019, y bajo el pseudónimo Lyonne, Vanina logró grabar dos singles. Eran dos temas que ya tenía compuestos desde hacía unos años, y aunque ya tenía un pequeño camino recorrido en estudios de grabación en Argentina, le resultó un nuevo aprendizaje grabar en Dinamarca, fue una experiencia enriquecedora. Ese mismo año obtuvo dos becas que le permitieron entrar nuevamente al estudio de grabación, y como resultado del trabajo hecho en 2020 pudo editar Late Night, su tercer disco, y el primero que hizo con músicos de jazz locales.
Actualmente Vanina y su familia viven en Copenhague, en Nordhavn, un barrio que solía ser una zona industrial muy cercano al centro, de construcciones modernas. Tienen el mar a 100 metros, y aunque las temperaturas durante largos meses del año son frías, muchos valientes se meten al agua todos los meses, sin excepción. Cruzando las vías del tren se encuentra la parte antigua del barrio Østerbro muy cuidada y pintoresca y de mucho contraste con la parte más nueva. La vida es muy tranquila pero con muchas alternativas culturales y actividades para hacer.
Inspirada en la actitud positiva de sus hijas y tomando como punto de reflexión su llegada a un país extraño para ella, Vanina se animó a apostar también por su carrera. Quizás es por eso que los críticos suelen definir a su música como la banda sonora de The Catcher in the Rye, la novela del escritor estadounidense J. D. Salinger. “Paul Auster y J. D. Salinger son escritores a quienes admiro y cuyas historias me inspiran. Sus personajes suelen ser un poco outsiders, diferentes, y les encuentro un tono introspectivo. Me gusta desarrollar estos temas en mis canciones, tanto en las letras como en la música en sí. Crear climas que inviten al que escucha a conectarse consigo mismo”.
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