En la vorágine se pierde de vista la importancia de estar relajados
No es ninguna novedad que la vida actual tiene un ritmo vertiginoso, muy acelerado. La temporalidad de la Edad Media, del siglo XX y del siglo XXI ha cambiado definitivamente. En este cambio, las redes sociales ocupan un rol central, ya que imprimen, para los que quieren o no pueden frenar, una conexión 24 horas, aunque eso no significa necesariamente una conexión afectiva.
En realidad, más allá de los tiempos y los avances tecnológicos, el verdadero ritmo depende mucho más del estado interno de lo que parece. Hay quienes tienen un nivel de autoexigencia hacia ellos mismos y hacia sus hijos, que creen que mientras más actividades desarrollen, incluso el fin de semana, mejor será la vida personal y familiar.
Gimnasia, tenis, cumplir con esas tareas que no se llegaron a hacer durante la semana... Casi sin percibirlo, se entra en una vorágine donde se pierde de vista la importancia de estar relajados, disfrutando de cada momento, de cada encuentro con la pareja, con los hijos, con los amigos, pero en un clima de conexión, no de tener que "hacer lo que supuestamente se espera de uno". Dentro de lo posible, es positivo que los padres reserven un espacio para que los niños puedan construir y experimentar con sus juguetes y elementos disponibles en su casa, porque eso incrementa la creatividad y la posibilidad de jugar.
Es siempre bueno darse un tiempo para pensar cómo se está viviendo. El fin de semana puede ser una buena ocasión para tener ese momento de reflexión. Vivir acelerados genera estrés, afecciones somáticas y mal clima vincular en las familias. Es notable el cambio que se produce durante las vacaciones, donde se percibe netamente la diferencia.
El problema es que, en general, los adultos no se dan cuenta cómo influye el encuentro placentero, relajado, poder permitirse descansar y compartir con la calidad de vínculos que se generan y en el desarrollo emocional. Esto que postulamos desde el psicoanálisis está siendo comprobado por las neurociencias.
Los niños necesitan otro ritmo en la temporalidad; si no se lo respeta, crecen con baja autoestima, pensando que son ellos los que por algún problema personal no pueden "hacer las cosas en tiempo y forma", como esperan sus padres. Los padres pueden estar muchas horas, pero llenos de actividades. Así se cae en una especie de trampa porque la presencia física no siempre es presencia plena. También puede haber ausencia a pesar de estar aparentemente acompañados.
Miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y directora de Escuela para Padres
Eva Rotenberg
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