Son veinte jóvenes de entre 20 y 30 años que desde que empezó la pandemia se organizaron para transformar el centro cultural que los reunía con diferentes propuestas creativas, en un activo proyecto de ayuda social. Juntos hoy están cocinando y donando 500 viandas de alimentos por semana.
En una vieja construcción de esas llamadas " chorizo" situada en el límite entre Caballito y Parque Chacabuco, en la calle San José de Calasanz se encuentra 921 Casa Cultural, un espacio que abrió sus puertas en 2018 como el lugar que el barrio necesitaba. No había muchas propuestas de arte, cultura, en las que los grupos de amigos pudieran reunirse a compartir algo más que una cerveza, un lugar en el que escuchar buena música, ver teatro, participar de una jam de jazz y de paso comer algo rico o sentarse a una buena barra de tragos.
921 Casa cultural surgió como un proyecto entre amigos. Con sus propias manos, en muchas ocasiones, ellos transformaron la casa de la bisabuela de Fernando Gómez, que estaba abandonada, en un lugar de reunión en el que desarrollar sus propias búsquedas personales. Así lograron armar un espacio que consideran su propia casa, un lugar que congrega a otras almas afines, compañeros de ruta y de sueños.
Desde que abrieron sus puertas en mayo de 2017, pasaron mas de 3.000 artistas de diferentes disciplinas. Algunos de ellos: Conociendo Rusia, Feli Colina, Vera Frod, Juan Sola, Caro Con insomnio, Tenaza, Maia Tarcic, Ruben Mederson.
La premisa fue generar un espacio de encuentro diferente, tanto de artistas con el público, como entre amigos: buscaban que las visitas se sientan como en su casa. Y lo lograron.
Ante el inicio de la pandemia se tuvieron que reinventar. Cerrar las puertas, suspender hasta nuevo aviso la agenda de eventos y actividades programadas, los puso como a todo el mundo a preguntarse cómo seguir.
La respuesta fue unánime: sostener el proyecto activo como se pudiera y, al mismo tiempo, hacer algo para ayudar a los que la están pasando peor que ellos. "Nos dimos cuenta de que teníamos nuestra cocina como una herramienta para poder dar una respuesta a diferentes problemáticas que estábamos viendo a nuestro alrededor, y que podíamos ayudar a otras personas o espacios culturales, que quizás no contaban con los recursos para paliar esta crisis, y creamos #CocinandoCultura", cuenta Fernando. "Tuvimos que aprender nuevas formas de trabajar y todos hacemos de todo. Fue así que empezamos a ofrecer nuestro menú en forma de delivery. Hoy somos cerca de 20 personas que cumplimos funciones muy diferentes de las originales" agrega.
Cocinando cultura
Cocinando cultura tiene dos ejes principales: uno solidario y otro de cooperación.
La parte solidaria consiste que todos los lunes se juntan algunos amigos en el centro cultural a cocinar y también se suman entre 8 y 10 cocineros más desde sus casas. Los chicos que trabajan desde Casa Cultural les acercan las bandejitas y los alimentos, ellos cocinan y después, se las pasan a buscar.
Muchos de los insumos que utilizan para hacer las viandas los obtienen a través de donaciones de amigos frecuentes del espacio y con el aporte propio: todos los chicos y chicas que trabajan en 921 ayudan comprando los paquetes de fideos que falten, poniendo la nafta para la camioneta y lo que haga falta para poder cumplir con el objetivo solidario que están llevando adelante.
"Entre las viandas que cocinamos los lunes más las que hacen quienes se suman cocinando desde sus casas llegamos a un total de 500 viandas semanales, las cuales son repartidas a diferentes comedores comunitarios", cuenta Fer.
La ayuda la distribuyen así:
• Los domingos por la noche Lautaro hace recorridas nocturnas en el barrio San Telmo.
• Los lunes entregan viandas en la villa 21-24 (Barracas).
• Los martes Miguel, de Racing Solidario, se las lleva a Villa Cildañez.
• Los miércoles Porteñitos, una cooperativa de la Boca, las reparte en el barrio.
Y después el otro eje de #CocinandoCultura es la cooperación con otro espacio cultural. La cual nos contactamos con los chicos de La Peatonal (un centro cultural ubicado en Boedo) y salió los jueves de la peatonal, la cual consiste en qué el otro espacio sale ofrecer el menú y nosotros cocinamos y repartimos, eso nos permite cubrir jornales y el otro espacio se queda con las ganancias de las ventas que generaron. Por lo que nos ayudamos mutuamente.
Cómo se gestó y creció el emprendimiento
Al ver Casa cultural hoy no es tan fácil imaginarse cómo estaba la construcción cuando los chicos empezaron la reforma. Pero hay fotos y planos del antes y el después. Se trata de una casa chorizo típica, llamada así, por la sucesión de habitaciones que dan hacia un patio central. La casa tiene más de cien años. Más de 150 metros cuadrados. "La casa perteneció a mi bisabuela, es donde vivió durante toda su infancia mi abuela y después quedó abandonada durante mucho tiempo", narra Fer. "En el 2014 la visité por primera vez. En ese momento tenía 21 años, estudiaba en la UBA para recibirme de contador público y hacía un montón de capacitaciones, cursos y concursos de emprendedorismo. Seis meses antes había desarrollado el modelo de negocios de un café cultural. Al ver esta casa se me prendió la cabeza con muchísimas ideas para poner ese proyecto idea en acción", recuerda.
Tuvo que convencer a su familia de que le cedieran la propiedad y seducir con la propuesta a un montón de amigos que estuvieran dispuestos a compartir sus propios sueños y volcarlos en una propuesta en común. ."Éramos muy chicos en ese momento, pero la casa nos atrapó. La primera vez que llevo amis amigos la casa no tenía agua, luz, gas, ningún servicio. Tenía problemas de humedad y casi que se desalientan: realmente había que ponerle mucha onda", evoca Fer. Y eso no fue todo. "Al entrar en una de las habitaciones casi que se viene abajo el piso".
Pero la motivación no decayó, casi que el desafío de crear un lugar desde cero los alentó a poner la casa a punto. Lo primero que hicieron fue arreglar la instalación eléctrica, tapar las goteras y pulir los pisos. Después pintaron las paredes. En mayo de 2017 ya se encontraron en condiciones de poder habilitarla, conseguimos la habilitación y entonces se dieron cuenta de que habían llegado a poder cumplir el sueño que los había juntado.
"Ese espacio ya era oficial, habilitado, era un proyecto serio con una propuesta cultural firme. Empezamos a abrir 4 días a la semana con una agenda de actividades artísticas y ferias que empezó a atraer a mucha gente del barrio. Fue un gran cambio. Casa Cultural ya se había transformado en una herramienta de laburo para cada uno de nosotros", reconoce Fer.
Con la apertura del espacio cultural se inició una primera etapa de profesionalización del espacio. Se armó una mesa chica de trabajo que se reúne todas las semanas desde entonces hasta hoy, para lograr que el proyecto fuera sustentable, generar propuestas copadas e ir atrayendo el público. Al principio fue muy difícil por la ubicación geográfica: al no hallarse en una avenida o en un lugar muy transitado y, además, al no tener cartelería en la puerta -una decisión tomada para mantener la mística de sentirse en una casa- tuvieron que hacer un fuerte trabajo de promoción por medio de las redes sociales y del boca a boca. "Siempre quisimos que la gente se sienta en su casa, que se encuentre con la sorpresa de todo lo que pasa al abrirles la puerta y entrar al patio central. Fue un desafío difícil el de no poner un cartel en el frente, pero que lo bancamos a muerte, decidimos apegarnos a nuestra búsqueda, a nuestra idea y tener la confianza de que poco a poco las cosas se iban a ir dando", explica Fer.
El primer fin de semana en el que abrieron las puertas el lugar se llenó de amigos, el segundo también y después estuvo vacío. Había noches donde pasaban por ahí diez personas nada más. Era más la cantidad de gente que atendía en la barra, la cocina y el escenario, que el público. Era desalentador, pero ellos seguían firmes, recobrando la esperanza y la fe en el proyecto en sus reuniones semanales. Trabajaron muy fuerte dándose a conocer en el barrio, "llevando cultura par todos lados". A los dos meses empezó a crecer la afluencia de gente. Llegó el primer día del amigo y la casa se llenó. Esa noche la gente hacía fila en la puerta, esperó hasta una hora para poder entrar. Ese fue el click que habían esperado. Ya habían logrado lo que habían visualizado en sus cabezas: que la casa se llenara de gente disfrutando de shows artísticos, charlando, brindando, compartiendo un buen momento.
Una casa llena de gente
Desde entonces, la casa se empezó a llenar mucho más seguido y eso generó oportunidades laborales. Se fue sumando más gente a trabajar. En la barra, en la programación, en sonido, El proyecto crecía rápido y así fue como en enero de 2018, a los seis meses de la apertura, cerraron por reformas. Agrandaron el salón para doblar su capacidad de 40 personas a 80. La barra que tenía capacidad para un barman se amplió a 4 personas para atender. Pidieron préstamos bancarios, se la jugaron económicamente, sin pensarlo demasiado. Gracias a ese desafío pudieron generar que el espacio sea más cómodo, recibir el doble de gente, generar el doble de propuestas y el esfuerzo se vio recompensado con el crecimiento del público.
Antes de marzo de 2020, el inicio de las medidas de aislamiento social en la Argentina, por 921 Casa cultural pasaron más de 2.000 personas por año y más de 3000 artistas.
El modelo de negocio se basó en una flexibilidad en la que el crecimiento se iba a dar a partir de la aceptación de las propuestas. "Una de nuestras banderas es que no cobramos ninguna entrada para ningún evento. Son todos a la gorra para que no sea una imposibilidad la condición económica. Es un doble desafío porque todo tiene una estructura de costos alta, pero los sostenemos a través de la gastronomía y de la barra. Con la concurrencia del público al espacio y con el consumo en la barra sustentamos la parte artística, los gastos y pagamos los sueldos", explica Fer.
La gestión estratégica del centro se organiza en diferentes departamentos y una mesa chica de coordinación. Actualmente la integran Fernando Gómez, Facundo Vázquez Agustina Balestra y Lautaro Montoto.
"Antes de la pandemia nuestro eje fueron los eventos culturales y artísticos. Este año con la pandemia y con el hecho de tener que cerrar y ver de dar una respuesta en todo sentido nos dimos cuenta de que un eje muy fuerte en la casa el el lado gastronómico, tenemos un equipo muy grande con muchas ganas de hacer. Al principio la respuesta fue adaptarnos y hacer delivery ofrecer nuestro menú y con eso sustentar el espacio y al mismo tiempo vimos que podíamos hacer otras cosas. Conocimos Convidarte, un grupo autogestivo de vecinos de Recoleta que cocinan viandas para comedores y nos sumamos. Nos llena muchísimo, nos pone muy contentos poder dar esa mano en estos momentos".
Además, cuenta Fernando, la experiencia de haber podido adaptar sus energías creativas a las de ayuda en la pandemia resultó un viraje del proyecto inicial que piensan continuar gestionando una vez se vuelva a la posibilidad de abrir nuevamente las puertas al público. "Queremos que una vez que superemos la pandemia esto se mantenga, que haya como una especie de comedor en el centro cultural que nos encarguemos de abastecer a algunos comedores de la ciudad". Porque la pandemia pasará, pero las buenas acciones y, por sobre todo, los sueños de juventuda, permanecerán.
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