Fue un día como cualquier otro. Luego de haber trabajado desde temprano en la consultora que había montado con mucho esfuerzo, Sonia Grotz (48) se drigía un tanto apurada al aula de la universidad donde dictaba clases de marketing. Cartera, bolso con papeles y materiales para trabajar en mano, un segundo cambió su vida para siempre. La punta de su sandalia se enganchó en una madera floja del piso y con todas sus pertenencias cayó sobre su brazo. El resultado: fractura del húmero (el hueso más largo de las extremidades superiores) en tres partes.
"¡Qué vergüenza! ¿Cómo me pudo pasar esto a mí?, pensé en un segundo mientras intentaba tomar mi cartera y mi celular, aunque mi mano no respondía. Giré mi cabeza y vi que todo el grupo estaba en silencio y algunos corrieron a ayudarme. Todavía aturdida y sin entender bien qué pasaba, toqué mi brazo y sentí que algo dentro estaba roto. Yo jamás me había fracturado, pero dije: ¡me rompí el brazo!. Con la ayuda de los alumnos me senté en la silla, tomé mi chal y puse mi brazo en cabestrillo. Alguien fue a buscar ayuda, y yo desde la silla, quise seguir dando clases", recuerda Sonia. Pero el dolor empezaba a ser cada vez más insoportable.
Inmediatamente la trasladaron a la clínica. Mientras esperaba que la atendieran, en el televisor de la sala de espera anunciaban que había un nuevo Papa, y que era argentino. Era el 13 de marzo de 2013, sí, esa fecha no la iba a olvidar jamás. Como la fractura no era expuesta, Sonia tuvo que esperar, le pareció una eternidad. Luego llegó la curación, y el diagnóstico: había que operar y poner una prótesis. "¡Dormí 10 días sentada y necesité la ayuda de mi madre hasta para lo más elemental! No nos damos cuenta de lo que tenemos, hasta que lo perdemos. Al día siguiente de mi caída, tenía programada la presentación de mi libro, fui igual con el medio yeso. Y, sin dudas, esa presentación resultó muy distinta a lo que había soñado, durante meses".
Casi como una ironía de la vida, ese día presentaba su segundo libro al que había titulado Marca personal y en el que abordaba la temática de la superación personal. "La marca personal es la huella que dejamos en el mundo cuando nos conectamos con nuestros talentos y habilidades naturales, buscando sumar bienestar en nosotros y en nuestro entorno". No podía faltar pero tampoco abstraerse del dolor. Si se mantenía sentada, podía respirar profundo y controlar el malestar. Pero, en cuanto hacía un leve movimiento, su cuerpo entraba en alerta y le recordaba que tenía un hueso fracturado en tres partes.
"Una de las cuestiones mas difíciles fue tratar de transmitir el mensaje de que es posible sentir bienestar siendo nuestra mejor versión. Ese día no estaba conectada con el bienestar ni sentía que podía motivar a nadie. Pero algo mágico sucedió a medida que empecé a hablar del libro y su contenido, me sentí fortalecida. Fue como una lección en tiempo récord: desde ese momento, aunque estuviera cansada, releí cada frase para reconectarme con quien había sido al escribirlo. Cuanto más difícil había sido el día, más me obligaba a leer".
El lado izquierdo
Luego llegó la primera operación, con complicaciones, y las primeras sesiones de kinesiología, en las que descubrió que el nervio radial estaba afectado. El pronóstico era incierto, le habían dicho, a veces el nervio "se despierta", a veces no. "Andá haciéndote a la idea que posiblemente no recuperes tu brazo derecho", le adivirtieron los médicos.
Sonia entró en desesperación. Lloraba sin consuelo. Sentía que no merecía lo que le estaba pasando, que con su economía de profesional independiente, no iba a ser capaz de soportar los tres meses de reposo que inicialmente le habían indicado. "Lloré, me sentí víctima, todo lo que había logrado hasta ese momento se estaba desintegrando. Recuerdo que tenía que firmar un contrato con una nueva editorial y no me era posible mover la mano. Practiqué, todo un fin de semana para firmar con la mano izquierda. ¡Y lo logré! Parte del contrato implicaba escribir un nuevo capítulo, que escribí tecla por tecla con mi teléfono celular y mi mano izquierda. El contenido, sin dudas cambió: decidí que al menos tenía que volcar algo de lo que estaba aprendiendo, y lograr que todo ese dolor, me sirviera y sirviera a otros. Recuerdo estar tan enojada y triste, sin ver una salida".
Durante esos meses, las palabras brotaron de su mano izquierda y pudo volcar, en una suerte de lista, el abanico de posibilidades que abren las situaciones que ponen a prueba al ser humano. "Me di cuenta que el proceso me permitió tener la gran oportunidad de conocer cuánto dolor físico pueden soportar la mente y el cuerpo; aprender hasta dónde podía llegar mi nivel de paciencia; saber con exactitud cuántas eran (y son) las personas con las que pude contar incondicionalmente y celebrar que existen en mi vida; conocer acerca de la importancia de la interdependencia, y no de la independencia; valorar cada gesto de genuina preocupación y cada llamado de aliento; percibir de manera diferente el tiempo; entender que muchos imposibles resultan posibles; poner a prueba la motivación y conocer la fortaleza interior, para pese a todo seguir adelante con los sueños y descubrir que las cicatrices siguen allí para recordar lo fuerte que uno ha sido".
Finalmente llegó la segunda operación, que significó 16 tornillos y dos planchuelas, que aún Sonia conserva en su brazo. El médico que llevó su caso fue un faro en medio de tanta incertidumbre. "¿Qué es lo que querés hacer?, me preguntó y me puso en el lugar de protagonista. Quiero volver a trabajar, quiero dictar un curso, me están esperando para dictarlo, le dije". Entonces se comprometieron juntos en los pasos siguientes. Al mes ya estaba dictando ese curso y a los dos meses pudo volver a manejar. "Siempre recuerdo sus palabras: un paciente feliz, se recupera más pronto. Fueron necesarios muchos meses más de radiografías, sesiones de kinesiología, pero recuperé la movilidad de mis dedos y mi brazo".
Mirando para atrás Sonia reconoce que este fue un momento bisagra en su vida, ya nunca nada volvió a ser lo mismo. Empezó a darle importancia al descanso, a no desesperarse por cosas que no tenían sentido, a rodearse de personas con mayores niveles de espiritualidad y consciencia. A trabajar diferente. "Cada vez que empiezo a pensar tengo que hacer esto, freno y me conecto con lo que sí disfruto. Lo espiritual no es solo una conexión religiosa, sino la intención de sumar valor a otros, y sobre todo tener consciencia del impacto de nuestras acciones o su ausencia, en la vida de los otros".
Mantener la esperanza de que podía recuperarse fue el mayor desafío que Sonia enfrentó. Pero también debió aceptar que no podía mantener el ritmo de trabajo al que estaba acostumbrada: eso fue devastador. Incluso perdió varios de los empleos que tenía y se vio obligada a cancelar el alquiler de la oficina que usaba para trabajar. "No sé si lo que sucedió era algo que debía pasar, no lo creo. Creer que podemos controlar todo lo que sucede, implica alejarnos de la oportunidad de cambiar aquello que sí se encuentra bajo nuestro poder. Mi pasión ahora es ser el catalizador para que las personas salgan del piloto automático y empiecen a tener una mejor calidad de vida, conectados desde el ser. Cuando miro la cicatriz de mi brazo, puedo sentir y tener presente que podemos tener todo y en un segundo perderlo, pero los aportes que hagamos a nuestro ser, nuestra fortaleza interna, eso es lo que siempre podemos conservar".
La voz del especialista
Claudio Waisburg es médico neurólogo, director del Instituto SOMA y en este audio explica qué es la neuroplasticidad y cómo las circunstancias externas permiten seguir fortaleciento y entrenando un cerebro sano.
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