Reflexiones. Enciclopedia Midón
Sonó el teléfono cerca de las once de la mañana. "Estoy en la puerta de la casa de Hugo Midón", dijo la voz del otro lado. Era mi viejo. Y era el 26 de marzo último, el día en que los diarios publicaban la noticia de la muerte de ese entrañable maestro del teatro. "Qué hacés ahí?", le pregunté, emocionada. "Tuve el impulso de buscar su dirección en la guía, no sé, de venir. Mamá también está en camino. Les dije a sus familiares que mis hijos se formaron con Hugo, con sus obras, con sus canciones. Y que lo vamos a extrañar".
Ya hacía dos horas que yo había armado mi propio homenaje en casa. Las canciones de Midón y Carlos Gianni desplegaban en el equipo de música del living los sonidos inolvidables de la infancia. El planeta Midón, con sus códigos de libertad, su compromiso con los derechos de los más chicos y su sutileza sorprendente sonaba fuerte, mientras las últimas fotos de Japón que se podían ver en la web mostraban cómo la gente estaba ayudándose, en los centros de refugiados por el terremoto : "El calor según la enciclopedia se produce en la Tierra por irradiación. Y la Tierra, además, tiene su propio calor, que según la enciclopedia lo produce el amor", repetían los payasos cantantes, como ilustrando con melodías las imágenes.
Esa mañana todos hablaban de su trayectoria y hacía un raconto de sus geniales obras. Pero yo tenía ganas de confirmar una vez más que lo mejor de Midón estaba (y estará) en cada renglón que escribió con una mirada de la vida ilustrada en colores brillantes, sin enciclopedismos, con la luz siempre encendida sobre las cosas importantes. Los objetos que nos rodean (Fijate en las cucharitas, en el plumero y en el shampoo(...)/. Son cosas maravillosas/ que diariamente están ahí/cerquita de nuestros ojos/delante mismo de la nariz); la democracia (Antes la gente nunca llamaba/ ni molestaba al presidente/porque sabía que el presidente/no atendía ni a su tía(...)Ahora la cosa tiene más gracia/porque ha llegado la democracia); los derechos de los chicos (Nos dan las mismas vacunas/por el mismo sarampión/hablamos el mismo idioma/con la mismísima voz. Yo no soy mejor que nadie/Y nadie es mejor que yo/por eso tengo los mismos derechos que tenés vos); los sueños (Cuando era chica soñaba con ser grande/enamorarme, tener hijos y hacer un viaje (...)Te veo bien/estás siempre buscando/ te veo bien/vivito y coleando)...
El mundo que proponía Midón no estaba habitado por animadoras infantiles con caras supurando botox, no tenía Cenicientas sumisas que no cuestionaban a Perrault, ni personajes que ponían en penitencia a los feos. "Me miro en el espejo, me quiero como soy -decía su canción-(...). Porque así soy yo. ¡Así soy yo! Mucho gusto en conocerme y encantado de quien soy", cantaban los payasos.
Era puro placer, divertimento. Midón nos pegó fuerte porque nos armó una suerte de "colchón" espumoso sobre el que podíamos saltar, jugar, imaginar libremente confiando en nosotros y compartiendo con otros.
Podemos dar fe de esto quienes tuvimos la inmensa fortuna de que nuestros padres nos pusieran ahí, en la butaca del teatro, frente a esa troupe de payasos y de otros seres sin narices coloradas cuyas aventuras seguimos conjugando en presente. Ahora que crecimos, siempre hay algo de esa libertad, de esos valores y de esa alegría rondándonos en la cabeza, cuestionándonos si tal o cual cosa será correcta, impulsándonos a hacer lo que sentimos, mientras vivimos en un mundo en el que "hay muchos cartelitos que señalan a dónde debo ir. Me indican, con flechitas, que si sigo ese camino voy a ser feliz (...). Pero si pienso un poco, comienzo a descubrir que voy a ir por donde yo elija, en el momento en que decida ir. Porque no quiero que los cartelitos decidan por mí".
Que no termine, que no termine, que no termine. Eso pensaba yo, sentada en la butaca junto a mis papás y mis hermanos, cada vez que Hugo estrenaba una obra nueva. Me subía por la panza una emoción profunda, de esas que te dejan con el nudo en la garganta y sin saber qué decir, y al rato te avisan que no te quedes quieto, porque son motores de proyectos, de alegría, de ganas de hacer cosas. Se quedan con vos, aunque los años pasen. Y a cualquier edad y en cualquier tiempo te dan ganas de ir, tocar el timbre, y tararearle lo que escribió: "Las personas más queridas/están siempre en nuestra vida/ las personas más queridas no se pueden olvidar".
Chau Hugo.
Hola Hugo.
Gracias por todo.
La autora es Secretaria de Redacción de LA NACION
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