La noche había transcurrido tal como lo había imaginado: un poco de jazz, un vino de esos buenos que le regalaban en los eventos de su empresa, charla amena, caricias y pasión. Se llevaban bien y siempre había sido así. Tres años atrás lo había visto llegar a una fiesta y no pudo apartar su mirada de él. Sin dudas era el más atractivo de la velada, con esa sonrisa magnética y su capacidad para conversar del tema que fuera, algo que ella siempre le remarcaba en tono de burla: "No sé si sabés mucho o en realidad no tenés ni idea de nada. Sos puro humo", le decía Carolina entre risas. Sí, se llevaban bien, pero claro, él se llevaba bien con todos, tenía como un imán con la gente.
Esa noche, tal como sucedía desde hacía tres años, todo había fluido con esa armonía clásica de los que no son convivientes ni tienen más responsabilidades compartidas que las de brindarse buenos momentos de conversación, risas y placer. Esa vez, al igual que todas las veces en las que se veían, él volvía con su familia y ella quedaba ahí, vacía en su departamento, esperando con ansias el próximo encuentro.
Las cosas sencillas del amor
Y esas noches también tenían días en los que la mente de Carolina, ya más racional, le decía que todo estaba mal, que algo debía cambiar, que él debía cambiar, pero nada lo hacía y las semanas pasaban y la vida pasaba. Tres años.
"De día también le enviaba mensajes diciéndole que se terminaba", recuerda Carolina hoy, "Le decía que estaba cansada de saber todo de su vida y él de la mía, pero que solo fuera una parte oculta, inexistente. Ni a un restaurante podíamos salir por miedo a que alguien lo reconociera. Vivía angustiada, pero entonces llegaba su `¿Nos vemos?, y siempre volvía a decir que sí".
Carolina soñaba con un amor cotidiano. Añoraba las cosas más sencillas del romance, esas que se dan por sentado, pero de las que carecía: ir de la mano por la calle, salir a pasear cualquier tarde, ir al cine o siquiera al supermercado o a buscar juntos un helado. "Nuestra dinámica se había naturalizado: hacer como si no nos conociéramos en los eventos en los que coincidíamos y encontrarnos en casa. Para él no era tan angustiante. Vernos parecía ser siempre la buena parte de su vida", reflexiona ella.
Las amigas de Carolina le imploraban que lo deje y le aseguraban que la situación no iba a cambiar. "Pero uno siempre se quiere quedar con el cuento de la que sí terminó casándose y teniendo hijitos con el hombre que fue su amante. Ellas me decían que nos llevábamos bien, porque nuestra rutina solo incluía el disfrute, lejos de los problemas del día a día. Que, si fuéramos pareja, todo sería diferente".
Un giro inesperado
Sin embargo, para sorpresa de todas ellas, sucedió lo inesperado. Fue la mujer de Pablo, la que aún sin saber de Carolina, lo dejó por un motivo muy simple: "Siento que se acabó el amor", le dijo, "No quiero que le demos el ejemplo a nuestros hijos de que está bien dejar transcurrir la vida viviendo en una mentira, sin amor". Así se lo contó Pablo a Carolina, porque él siempre le confesaba todo, menos que la amaba.
Entre feliz y asustada, ella sintió que por fin podrían salir a la luz. ¡Basta de clandestinidad! Podrían proyectar juntos, como lo hacen las parejas, y vivir sin barreras su amor. "Pero él no pudo modificar nuestra dinámica de siempre", revela ella, "Era incapaz de mostrarme al mundo. Así es como era lo nuestro para él".
Carolina, que no eran de las que reclaman demasiado, dejó que el tiempo pasara con la esperanza de que por fin llegara el cambio, un cambio que un día llegó sin llegar. Un año más tarde, él le anunció que había conocido a alguien y que estaba de novio. "A ella sí la mostraba y me rompió el corazón, pero aun así no lo pude dejar ir", confiesa.
La última noche con Pablo transcurrió tal como lo había imaginado: jazz, un buen vino y pasión, tal como hace cuatro años. "Y nos volveremos a ver. Supongo que así será hasta que sea yo la que cambie", concluye Carolina con cierta tristeza.
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