Escribir la moda y contar el mundo
Causó gracia a una alumna de una de mis clases de moda, tal vez porque le pareciera una evidencia que yo dijera que la gente quiere estar vestida. Cabe precisar que lo hice poniendo un doble énfasis deliberado en el verbo y en el participio: la gente quiere estar vestida. Ya que es exactamente de querer que se trata, y de ropa. El deseo, en efecto, por varias de sus vertientes, rige nuestra relación con la indumentaria. Sea que busquemos ya distinguirnos, ya impresionar, ya seducir, contamos con la ropa que elegimos llevar para lograr el objetivo deseado. Pensamos la ropa como instrumento táctico y expresión de una voluntad bien determinada. Nuestra apariencia puede tanto suscitar atracción como rechazo, o chocar contra el paredón de la indiferencia. Por lo tanto, queremos vernos bien para aquellxs cuyo interés queremos captar y para despertar afectos buenos. Queremos ser apreciadxs, y que ese aprecio sea manifiesto. Queremos ser deseadxs, en la acepción sensual del concepto –y que también en esa ocasión haya pasaje al acto.
No es posible hacer la lista completa de las ansias que ponemos en la ropa. Queda claro el lazo entre nuestros afectos y nuestros efectos de vestuario. Es estéril escribir sobre la moda, que extiende su influjo sobre prácticamente toda la ropa en uso en nuestras sociedades, sin tener en cuenta el factor emocional. Es, para mí en todo caso, una de las razones centrales para ocuparse de ella, ya que me permite meterme en el paisaje de los sentimientos humanos, según nuestras sociedades los modulan y los modelan, y contarlos por una vía indirecta. No menos sustanciosa para el relato me resulta la función social de la moda, su rol de nivelador de clases y de categorías. La moda representa todas las capas sociales en sus especificidades y sus diferencias, con un sentido del detalle exacerbado, de un modo crudo, sin melindres ni rodeos, y perfectamente asumido. Lo que no significa que lo haga con franqueza. Ni con naturalidad, ya que ella, la moda, es toda artificio. Podría perfectamente aplicársele la famosa fórmula con que Jean Cocteau se definió a sí mismo: una mentira que dice siempre la verdad.
Presenta el lujo destinado a unxs pocxs privilegiadxs como el espectáculo deslumbrante que en efecto constituye para una mayoría de billones de seres. Y de esta exhibición, que tiene como lejano referente los fastos de las cortes de los últimos Luises de Francia, extrae una parte esencial de su razón de ser. La moda embelesa porque en su despliegue de suntuosidades se dan a ver, sin desnudarse sino como representación teatral, un poder y una riqueza dignos de las fábulas y cuentos de hadas, un mundo que, por su rutilante irrealidad, vale la pena y es necesario contar. Sin embargo, la vivacidad de la moda proviene de puntos muy opuestos del mapa de la sociedad. Es de la rue, la calle, su eufemismo para la vida real, que la moda extrae las novedades que aseguran su longevidad. Desde marginalidades diversas –movidas bohemias de la era digital o, desde siempre notables por su creatividad, las comunidades afronorteamericanas– llegan modos potentes de llevar el cuerpo, de vestirlo y moverlo, surgidos a la par y de los mismos deseos que los bailes, las performances, los giros de lenguaje y las narrativas que definen el clima cultural predominante de la época.
Hay, por fin, maneras autónomas de practicar la creación de indumentaria, con órbitas propias, que a veces se tocan con la del planeta central del bízness. No participan de la ostentación: su lujo es el de cultivar ciertas categorías del gusto, ciertas predilecciones visuales que van por fuera de la corriente central común. No necesitan descifrar la calle, porque están allí. Las más avanzadas aprenden y siguen los principios de producción sustentable y de respeto del ambiente y de lxs trabajdorxs.
Escribir la moda es otro modo de contar el mundo en marcha.
Contar el mundo
Un modo de moda de hoy con órbita propia: top corto de algodón, camperón largo y jeans con recortes
El autor ha colaborado en Vogue Paris, Vogue Italia, L'Uomo Vogue, Vanity Fair y Andy Warhol's Interview Magazine, entre otras revistas
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