EMILIO TENTI FANFANI
Sociólogo experto en Educación, investigador y autor de varias publicaciones, entre ellas Mitomanías de la educación argentina.
“El sistema educativo argentino tiene varias particularidades que yo considero como ventajas en relación con otros países de América latina. Tenemos una escuela inclusiva (todos los niños y las niñas acceden) y la escolarización por estas tierras comenzó en épocas más tempranas que en el resto de la región. Otra cosa que hay que valorar es el peso determinante que tiene el Estado en la expansión del sistema. Es una conquista muy valiosa que tengamos un conjunto de universidades e institutos terciarios de carácter público y gratuito, al igual que en varios países desarrollados de Europa, aunque se trata de un sistema de reglas e instituciones muy antiguas, y en muchos casos, disfuncionales y que no responden a las necesidades y desafíos del presente. Una dificultad mayor deriva en que es muy difícil cambiar lo que está institucionalizado en las cosas (leyes, dispositivos institucionales), en las cabezas (actitudes, valoraciones, costumbres, enfoques) y en las subjetividades de docentes, funcionarios, políticos y administradores del sistema, e incluso en las familias y en los estudiantes. Es muy difícil cambiar la cultura y pensar que se pueden hacer las cosas de otra manera sin afectar el carácter inclusivo, público y gratuito del sistema educativo argentino. Si no se cambian determinados modos de hacer en las aulas, no se podrá garantizar un mejor acceso al conocimiento por parte de la mayoría de los alumnos que frecuentan el sistema escolar. Por otra parte, considero necesario definir claramente qué se espera que aprenda un alumno que completa la educación obligatoria, o sea, cuando termina la secundaria. Más allá de las materias, es preciso definir un conjunto de conocimientos y capacidades que todo el mundo puede y tiene derecho a aprender. Ese piso básico de conocimientos debería estar garantizado para todos. Por lo general, se le piden demasiadas cosas a la escuela, y no hay que pedirle peras al olmo, como dice el dicho popular. Ciertas cosas hay que pedírselas a otras políticas públicas (por ejemplo, la igualdad social, el progreso económico, el empleo, la redistribución del ingreso, la salud o el cuidado del medio ambiente). Es mentira que la educación lo puede todo. Hay que pedirle a la escuela lo que solo ella puede hacer con mayor eficacia. Estas cosas tienen que ver con el manejo de las competencias expresivas en sentido amplio, es decir, capacidad de darles forma a nuestros pensamientos, deseos, demandas, necesidades, ideas y expectativas, y comprender las de los otros con quienes interactuamos. Es algo más que aprender a leer y escribir, también es expresarse con gestos, con imágenes. Junto con esta capacidad expresiva está la capacidad de cálculo (las matemáticas): aprender lenguajes en sentido amplio y cálculo requiere la intervención de una institución especializada como la escuela. Son cosas que no se pueden aprender en otros ámbitos y que además sirven para incorporar otras cosas (las disciplinas y saberes más diversos).
Estas dos competencias deberían ser el norte de la educación escolar porque sirven para formar personas reflexivas para el desarrollo de competencias creativas y productivas que garanticen la inserción laboral y la ciudadanía activa”.
GRACIELA ADRIANA LARA
Profesora en Letras, docente de una escuela secundaria en Tres de Febrero y autora del blog La Musa en el Borde.
“En el sistema educativo argentino se han desdibujado los roles dentro de una escuela que funciona igual desde hace décadas. Durante los últimos años se acentuó algo que ya venía pasando: en la escuela se come, se busca vestimenta, útiles, ayuda psicológica y contención de todo tipo, además de educación formal. La escuela cumple funciones importantísimas dentro de cada comunidad educativa, ayudando como puede, día tras día, sin contar con más recursos (y no solo económicos) y sin suficientes profesionales adecuados para cada caso. Y la educación formal a veces queda relegada, hecho que se puede constatar desde mi área al observar las dificultades que los alumnos tienen al leer textos o al producirlos. Sin embargo, la escuela está cumpliendo en este momento un papel importantísimo en la sociedad, un papel que ninguna otra institución cumple de manera tan masiva. Hay docentes grandiosos dentro de la escuela pública, verdaderos titanes que le ponen el cuerpo y el alma a cada situación inesperada que surge (y surgen muchas). Los adolescentes encuentran su lugar en las aulas actuales, viven sus experiencias, socializan, aprenden, son escuchados y son contenidos. En un momento en el que el mundo es sin adultos, la escuela sigue siendo el lugar donde los jóvenes y los niños pueden contar con la tranquilidad de que los adultos cumplirán su rol.
Los profesores sabemos que el clima áulico actual no es precisamente el mejor: ruido, incomodidad, frío, calor y violencia, por ejemplo, son factores que tienen que ver con que no se pueda enseñar ni aprender correctamente. Hay que cambiar de manera drástica este clima, y lograrlo tiene que ver con dos hechos: que cada alumno tenga una vacante dentro de un aula digna (lo cual aún no sucede en la realidad, ya que muchos chicos se agrupan dentro de comedores, pasillos o bibliotecas a falta de aulas) y que haya una mejora en el sistema de los consejos de convivencia actuales. También habría que vencer el ausentismo, cambiar el sistema de calificaciones e incorporar más activamente a las familias. Las escuelas están, los alumnos están y los docentes también, y por ello, es un excelente momento para mejorar las cosas. Por otro lado, creo que el uso correcto de las nuevas tecnologías en el aula es indispensable; permite realizar en el momento acciones que sin ellas serían engorrosas e inalcanzables, brinda posibilidades múltiples y permite que los alumnos se relacionen naturalmente con contenidos curriculares y procesos de aprendizaje”.
MACARENA LAGOS
Docente Waldorf y directora del Jardín Maternal Cielo Claro (Waldorf-Pikler) de Villa Adelina.
“El proceso de enseñanza-aprendizaje es un camino espiralado en el que todos los agentes que participan van sufriendo cambios, tanto los maestros y las maestras como las alumnas y los alumnos se nutren y se transforman: si hay un vínculo de confianza y respeto, el camino es infinito. Si queremos cambiar en algo, debemos empezar por nosotros mismos y ser sujetos dignos de imitar. En la primera infancia, los niños aprenden por imitación: observan qué hacemos, cómo lo hacemos, e imitan. Para que sean más efectivos los procesos pedagógicos hay que dejar de evaluar del 1 al 10, de abrir libros en los que se contestan las mismas preguntas desde hace años y de tomar pruebas en las que solo se apunta a la memoria y a una nota. Los niños y los jóvenes están ávidos de aprehender todo del mundo, pero necesitan personas reales, con conocimiento y a su vez con un gran corazón, pues quien enseña lo hace transmitiendo su esencia interior. La propuesta pedagógica de nuestro jardín, dirigido a nenes de cero a tres años, propone juego y movimiento libre, momentos para estar al aire libre y momentos de juego en la sala. Lo que más aprenden los niños a esta edad es a estar con otros y comportamientos sociales estipulados como, por ejemplo, agarrar una cuchara o comer sentados. Nuestra pedagogía fomenta la autonomía, la seguridad y la confianza, requisitos necesarios para el mundo de hoy. ¿Cómo hacemos esto? Damos tiempo y espacio, tiempo para hacer y ser, espacio para explorar, moverse y pensar. Los niños nos conocen, cada docente es referente de un grupo pequeño de alumnos y siempre la misma maestra es quien los acompaña en su cuidado. Esto posibilita conocerse más y entablar un vínculo de confianza, ambos confían en el otro y saben qué es lo que viene y cómo será, hay anticipación y gestos suaves y delicados en un ritmo cotidiano en el que se respeta el tiempo y la necesidad de cada niño. Los momentos de cambio de pañal, los de sueño y los de alimentación son momentos privilegiados de encuentro y comunicación. Son espacios únicos de diálogos ricos, de dar espacio y autonomía, de aprender mutuamente. Por otro lado, en el mundo de hoy, la tecnología se presenta como una herramienta útil y maravillosa. Tenemos que usarla como tal y lograr que ella no nos utilice a nosotros. En nuestra institución, con nenes de cero a tres años, no utilizamos tecnología con los pequeños y tampoco hay televisión ni equipo de música. Todos los días cantamos, y en las fiestas y en los cumpleaños o en los días de lluvia, se despierta la guitarra: nada más lindo que la voz humana de corazón a corazón. Las pedagogías alternativas están ganando cada vez más y mejor lugar en el mundo entero y en nuestro país. Se trata de estar atentos y de tomar las herramientas que pueden aplicarse para mejorar la vida cotidiana de los niños. A veces, son soluciones muy simples”.
MELINA FURMAN
Bióloga y doctora en Educación. Profesora de la Universidad de San Andrés e investigadora del Conicet.
“Las experiencias del año pasado del proyecto Innovadores Educativos de EduLab del Cippec y la investigación llevada a cabo dentro del Programa de Educación en Ciencias de la Universidad de San Andrés con 75 escuelas primarias de la ciudad, sobre el valor de las buenas secuencias didácticas para mejorar el desarrollo de las capacidades y las prácticas docentes, arrojaron resultados muy promisorios. En este último proyecto, al cabo de dos meses, los alumnos cuyos docentes trabajaron con las secuencias mostraron mejoras muy profundas. Esa investigación fue un ejemplo de que acompañar a los docentes guiando sus clases a partir de buenos materiales puede tener efectos muy profundos en tiempos razonables. Eso mismo vimos en un proyecto llamado Escuelas del Bicentenario, que llevamos a cabo desde el IIPE-Unesco entre 2007 y 2014. Allí encontramos que cuando los docentes trabajan en equipo, acompañados por buenas secuencias, los aprendizajes mejoran muy fuertemente. Por otro lado, la tecnología tiene un potencial altísimo para generar nuevas oportunidades de aprendizaje: hay experiencias maravillosas de trabajo con robótica, diseño 3D y programación desde que los alumnos son muy chicos. Estas disciplinas los ayudan a desarrollar la capacidad creativa y el pensamiento riguroso, por ejemplo. Pero la tecnología no genera milagros si no hay un docente que sepa qué quiere que los chicos aprendan, por qué eso es importante y cómo va a usar la tecnología al servicio de sus objetivos. El sistema educativo argentino cuenta con docentes que, en general, tienen un vínculo de confianza y cercanía con los chicos, y en muchas provincias, marcos curriculares que proponen en sus fundamentos una enseñanza con sentido para los estudiantes y que los forme como ciudadanos críticos y autónomos. Hay una tradición constructivista muy arraigada en el país que, en espíritu, apunta a eso, y existe un extensísimo desarrollo de buenos materiales (libros, material audiovisual, secuencias didácticas) disponibles para los docentes que puede ayudar a generar una enseñanza más potente, con mejores preguntas y que produzca en los chicos curiosidad. Sin embargo, ese espíritu de fomentar ciudadanos críticos rara vez se plasma en el aula, donde prima una enseñanza enciclopedista basada en la transmisión de contenido fáctico, con poco sentido para quienes estudian y bajo énfasis en el desarrollo de capacidades como comunicar ideas, analizar datos, colaborar, formular buenas preguntas o resolver problemas, hoy esenciales como herramientas para la vida. Esta contradicción es muchas veces una de las trabas díficiles de resolver. Tampoco existen espacios sistemáticos de trabajo entre colegas donde puedan compartir éxitos y fracasos, contenerse, analizar experiencias y poner a prueba nuevas ideas. En muchas provincias, los docentes no tienen horas pagas para trabajar en la planificación de sus clases, el diseño de evaluaciones o la construcción de proyectos. Para que la mejora sea sostenible debe anclar en la escuela real y debe haber un espacio para pensar en conjunto sobre lo que pasa en cada escuela, como sucede en otros países. Se puede innovar desde la didáctica, desde la organización de la escuela y desde lo institucional. Hay experiencias en las que los alumnos trabajan por proyectos o en la resolución de casos o problemas, y otras en las que diseñan su propio recorrido de aprendizaje, guiados por un tutor, incluyendo cuándo están listos para dar una evaluación. Hay experiencias que están innovando en el desarrollo de lo que se llama capacidades blandas o socioemocionales, tales como la empatía, la persistencia, la tolerancia a la frustración o la creatividad. Hay espacio para innovar en la creación de contenidos (por ejemplo, usando tecnología como la realidad virtual) o para la innovación con redes de escuelas que compartan estrategias y recursos”.
Temas
Más leídas de Lifestyle
"No pueden publicar eso". Una pizzería recibió a Celia, la mamá de Messi, pero le llovieron críticas por un detalle
"No podemos". Una aerolínea le perdió a sus mascotas en un vuelo y ahora le dio una noticia que lo dejó sin palabras
Belleza natural. Eligieron los mejores 52 pueblos para visitar en el mundo y uno de ellos es argentino