
Este amor es azul como el mar azul: un ensayo sobre la célebre costa francesa
Imagínese un balneario donde tiene como vecinos de carpa a Coco Chanel, Pablo Picasso, Walter Benjamin, Vladimir Nabokov, Georges Simenon, Marlene Dietrich o Brigitte Bardot. Ese lugar existe y es la Costa Azul francesa, un bulevar de apenas sesenta kilómetros que empieza en Cannes y termina en Menton, que está inundado de mansiones, hoteles y casinos y que ofreció como legado a la cultura contemporánea algunas de las obras más fantásticas, porque ahí viajaban los artistas en busca de inspiración, o el célebre look marinerito: remera a rayas, pantalón palazzo, alpargatas de lona y gorro blanco. ¿Existe costa más famosa e infame que la de esa porción del Mediterráneo? En La novela de la Costa Azul, un ensayo recién publicado acá, el filósofo italiano Giuseppe Scaraffia compone un anecdotario que recuerda la gula estival de Friedrich Nietzsche o las correrías veraniegas de Collette por Saint-Tropez: dos siglos de sexo, alcohol y juergas para leer en el verano en que la playa más cercana será la playa de estacionamiento.

"Era incuestionable la existencia de un vínculo hipnótico entre los escritores y un paisaje en el que se corría el riesgo de acabar perdiéndose así, sin oponer resistencia", escribe Scaraffia y sugiere que aun la belleza, como todo lo que se presenta en exceso, puede ser abrumadora: se cuenta el caso del célebre Somerset Maugham que mandó a construir una pared de ladrillo para tapar la vista de su ventana y que el paisaje prodigioso no lo distrajera de la escritura. Este breviario se organiza por balneario (Menton, Cap-Martin, Roquebrune, Montecarlo…) y por época, desde las arenas vírgenes en las que desembarcó Napoleón hasta un presente de casinos, cabarets y oligarcas rusos. Pero lo más fascinante es el recuerdo de los tiempos míticos en que artistas extraordinarios se recluían en el anhelo de un remanso natural que los eximiera de los compromisos citadinos o se entregaban en cuerpo y alma, pero más que nada en cuerpo, a orgías que empezaban pronto, a bordo del mismísimo Train Bleu que tenía un slogan inequívoco: "En solo una noche, el país de los sueños".
La tensión entre el retozar espontáneo en la naturaleza y las exigencias de la ciudad está en el centro de La novela de la Costa Azul, un manifiesto delicioso sobre la necesidad de cambiar de piel aunque sea una vez por año. Es que la vida entre tanto cemento no es vida y usted, como yo, merecemos plantar los pies en la tierra o la arena. "La Costa es el invernadero donde despuntan las raíces", decía Jean Cocteau: "París es la tienda donde se venden las flores".
Listamanía: cinco huéspedes legendarios de la Costa Azul
- Giacomo Casanova. El amante más célebre ancló después de una tormenta en la playa de Menton y logró una cita privada con la esposa del príncipe de Mónaco.
- Julio Verne. Habitué de Antibes, adonde iba a escribir, se enfermaba con el aire marítimo: sufría dolores de garganta e infecciones en el oído.
- Oscar Wilde. Pasó la Navidad de 1898 acompañado por dos jóvenes y celebraba que los costazulenses eran tan libres de prejuicios como los napolitanos.
- Antón Chéjov. El dramaturgo era uno de los huéspedes de la pensión rusa de Niza, adonde viajaban los tuberculosos para curarse los pulmones.
- Boris Vian. Acaso por su salud frágil, el artista francés evitaba el mar y prefería el bar y era obsesivo en el cuidado de su imponente automóvil.
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