Filosofía en zapatillas
¿Cómo entender los éxitos y fracasos de una profesión egoísta y cómoda?; a sus casi 30, Pico Mónaco lo logró y prepara una temporada de revanchas
TANDIL.– Duvan tiene ocho meses. Como casi todo cachorro es inquieto, hiperactivo. Ni siquiera la sofocante temperatura lo aplaca. Está agitadísimo, pero no se detiene nunca, se zambulle en la piscina y flota, cual si fuera un delfín. Este ovejero alemán muestra, realmente, una obsesión con las pelotitas de tenis. Puede tener aprisionadas una o dos entre sus filosos dientes que de todos modos se desvivirá por hallar otras en el parque o dentro de la casa –empapando todo el piso de cerámica–, y mucho más ante la mínima sugerencia de su dueño. Juan Mónaco, el tenista que en 2012 alcanzó el top 10 mundial, lo adora. Dicen que las mascotas se asemejan a sus propietarios y, quizá, Duvan (por Zapata, un ex futbolista colombiano de Estudiantes de La Plata) haya incorporado la electricidad de Pico. No así Pincha, una perra de tres años de la misma raza que reposa en la sombra y sigue de reojo, despreocupada, lo que ocurre a su alrededor. Las mascotas, la debilidad de la familia, ya se encargaron de comer parte de las cubiertas originales de un Ford Falcon modelo 1967 que está estacionado bajo los árboles.
Es el paraíso rodeado de sierras. El silencio es hipnótico, sólo se interrumpe por los cantos de los pájaros o el motor, a lo lejos, de una cortadora de pasto. Allí, entre pendientes y calles de tierra, todo fluye naturalmente para el tenista que en 2013, tras una temporada anterior que había resultado de ensueño, perdió el rumbo, extravió la confianza, cambió de entrenador y sufrió por sus maltrechas muñecas. Hoy, cerca de los 30 años (los cumplirá el 29 de marzo) y a una década de su primera actuación en un torneo ATP (en Buenos Aires), luce en armonía, con aires renovados y deseos de continuar disfrutando algunos años más de una exigente profesión que le costó entender, según él mismo confiesa, luego de haber padecido presiones. "Mejor que acá, en Tandil, no puedo estar. Es mi lugar en el mundo. Están las amistades de toda la vida, la familia, mi novia [la modelo Zaira Nara], que cuando puede me acompaña. El ambiente me sirve para tratar de reencontrarme después de un año que no fue bueno. Tengo la suerte de poder tener la cancha de tenis, el gimnasio y la casa en un lugar soñado, fuera de la ciudad, con aire puro. Hago mucha bicicleta y para los ejercicios con Nacho [Ignacio Menchón, su preparador físico] aprovechamos los circuitos naturales, la sierra, los caminos ondulados para trabajar resistencia y velocidad. Puedo entrenarme más distendido que encerrado en un gimnasio con una cinta. Acá siento que estiro mi carrera. La sensación que me provoca es que no tengo ganas de retirarme", explica Mónaco, que heredó el apodo de su padre, Héctor, quien nació sietemesino con 1,300 kg y en el hospital le daban de comer con un pico. Juan es uno de los tres hijos de Héctor y Cristina, una de las dos arquitectas de la familia. Sucede que Mara, la mayor de los hermanos (también está Andrés), siguió la carrera de la madre y, juntas, se dieron el gusto de diseñar la luminosa casa donde vive el ganador de ocho trofeos ATP, a metros de la avenida Don Bosco, zona de cabañas.
A los 15 años dejaste Tandil y te radicaste en Miami, primero, y luego en Barcelona, para entrenarte en academias de tenis. ¿Qué tan difícil fue prescindir de todo esto, de tu lugar?
Fue durísimo. Era una apuesta, pero tenía claro que iba en ¥¥busca de mi sueño. Sabía que me encontraría con momentos difíciles, de sacrificio, sobre todo siendo muy joven. Pasar las Fiestas solo, mis cumpleaños o los de mis seres queridos, perderme las fiestas de 15 de todas mis compañeras del colegio. En Tandil hice el colegio del primero al noveno grado, el EGB, y después venía el polimodal, pero me tuve que cambiar a la noche, hice el primer año, me fui a España y lo terminé a distancia. Entonces es como que perdí muchas cosas. Iba al colegio San José, al que fueron mi papá, mi tío, mis hermanos, todos los Mónaco. Es un colegio de curas, al que también fueron Juan Martín [Del Potro], [Mariano] Zabaleta, Machi González. Las amistades que tenía eran muy fuertes y cuando estuve en España se me pasó por la cabeza largar todo. Pero trataba de llevarme bien con los chicos de todo el mundo con los que compartía entrenamientos. Así me hice amigo de Andy Murray, de Dani Vallverdú, que es su actual entrenador, y también conocí a Rafa [Nadal]. Nos conocemos desde cuando no teníamos ni un punto para el ranking,
¿Y qué clase de alumno eras en el colegio?
Diría que aplicado. Tenía facilidad. No necesitaba ponerme a estudiar demasiado para aprobar. Salía del colegio a las 13, comía 13.15, casi que no terminaba el último bocado que ya agarraba la bicicleta y me iba al club Independiente, el entrenamiento era hasta las 5 de la tarde, pero me quedaba, mínimo, hasta las 8 de la noche, todos los días. No éramos de hacer mucho lío, teníamos un grupo bastante tranquilo. Pero desde chico me daba cuenta de que el colegio era… No un pasatiempo, pero sí algo momentáneo, porque lo mío era el deporte, el tenis o el fútbol. Estudiaba, prestaba atención en la clase y ahorraba tiempo. Tenía la mente muy fija desde chico.
Mónaco acaba de entrenarse intensamente durante tres horas en una mañana radiante. La pileta tienta. Sin embargo, el tandilense dejará para después ese bálsamo. Se quita la remera, se desajusta los cordones de las zapatillas, se pone hielo en las muñecas y toma un sorbo de una bebida helada que le alcanza Mara. Chequea algunos mensajes en su celular. Se sienta en el amplio sillón de un living que respira deporte, sobre todo fútbol y tenis, claro. Hay raquetas en exhibición, pelotitas desparramadas por todos lados (Duvan es el culpable, obviamente), un bolso con el logo del Monte-Carlo Country Club (uno de los sitios más exclusivos del mundo de las raquetas), trofeos y muchas fotos, una en un vestuario ganador de Estudiantes junto con Alejandro Sabella, el actual entrenador de la selección argentina. También hay una PlayStation y varios joysticks, con juegos de fútbol, casi que una adicción para Mónaco y sus amigos.
Hace un tiempo, David Ferrer, todo un referente del deportista luchador, definió el tenis diciendo que los jugadores conviven mucho más con las derrotas que con los éxitos y que por eso es ingrato.
Sí, es así. Por ejemplo, en 2012 fue mi mejor año, fui top ten, gané cuatro torneos. Jugué 20 torneos ese año, entonces hubo 16 semanas en las que terminé triste y solamente en cuatro no. Entonces, el tenis es un deporte muy extraño. Si vos jugás al básquetbol o al fútbol y saliste campeón, sos el ganador de todo el año o el semestre. Acá sos campeón de un torneo categoría 500, por ejemplo como fui yo en Hamburgo, y tuve dos días para festejarlo. Después fui a los Juegos Olímpicos a Londres, perdí al segundo partido y pesó más esa frustración de no haber podido representar bien a la Argentina que ganar Hamburgo. Es muy difícil, es un deporte contradictorio, para la mente es complicado. Entre el éxito y el fracaso la línea es muy delgada, conviven todo el tiempo, hasta incluso en los mejores del mundo. [Novak] Djokovic hizo un gran año y sin embargo está buscando alternativas. Es tan exigente este deporte, tan individualista. Lo único que se premia es ganar. El tenista se mete presiones desde tan joven por competir que es inhumano, no es normal. Por eso después de la carrera quedás vacío. Lo hablé con compañeros que se retiraron y se sienten vacíos. La competencia desgasta, te va chupando, tenés que prepararte mentalmente todos los días del año. Entonces, casi toda la gente que deja el tenis se siente vacía, nadie pudo reemplazarlo con otra cosa, porque la adrenalina que tenés con ese uno a uno es difícil de encontrarla con otra actividad.
¿Cuánto te afectaron las exigencias? Antes eras muy ansioso, luego te equilibraste.
Empecé a entender el deporte. Me costó mucho. A los 25 o 26 años diría. Arranqué mi carrera con una buena racha, ganando tres títulos en 2007 y después perdí como siete finales seguidas. Las comparaciones también pesaron. Cuando me dieron un wild card a los 19 años en el torneo de Buenos Aires, le gané a Lapentti y a Chela, y perdí con Coria muy apretado, en su mejor año, y me acuerdo que salió en la tapa de un diario que había nacido la nueva estrella, el sucesor de Nalbandian y Coria. A los dos meses me llamaron a jugar la Copa Davis. Fuerte. Después empecé a meterme presión, el entorno esperaba mucho más de mí todo el tiempo y tal vez yo no podía dar más porque mi nivel no me lo daba, o porque hay ciclos.
¿Hiciste terapia?
No, porque son demasiadas cosas las que tiene un tenista en el día como para agregar algo. Hubiera sido un robot. Cuando siento que no disfruto, intento cambiar algo, parar la moto. El día que me deje de gustar el tenis y se vuelva un sacrificio no voy a jugar más. Hasta hoy disfruto muchísimo.
El estado de ánimo es fundamental. ¿Pero podés separar los sentimientos en la cancha?
Muchas veces me pasó de estar mal afuera, por circunstancias personales, que hacían que yo me concentrara más en la cancha, ayudaban a que me descargara en un entrenamiento, en un partido. Me daba más apetito de ganar, de querer reivindicarme, de tapar el problema con un logro. Aprendí a ser paciente, tomarme con más calma las derrotas, no ponerme muy depresivo cuando pierdo.
¿Sentiste miedo en un partido?
Muchas veces tengo miedo de perder. Prepararme bien para un torneo y decir che, y si pierdo, ¿valió la pena tanta preparación? Haber estado 40 días bajo el sol en las sierras, haber dejado de comer asado con mis amigos, de divertirme. Pero también es bueno porque el miedo a perder te pone alerta en un montón de cosas y cuando ganás lo disfrutás el doble. Me gusta cuando estoy entrenando en una cancha y siento el miedo a perder. Cuando entro relajado y con confianza es cuando más me preocupo. Mi tenis va a fluir, pero mi mente va a estar dispersa. Y es difícil comentar tus problemas con los rivales, porque quizá no te va a tocar enfrentarlo esa semana, pero sí la próxima. Entonces es información que uno trata de decírsela a su entorno. Pero tengo amigos en el circuito. Tranquilamente puedo jugar contra un rival y a la noche ir a comer con él. No me lo tomo como vida o muerte. Desde hace un tiempo tengo una filosofía personal: no me pongo ni muy eufórico cuando gano ni muy triste cuando pierdo. Va con mi edad, con el aprendizaje, con los años en el circuito. Ya tengo casi 500 partidos de ATP jugados.
Es un ámbito muy individualista. ¿Qué es lo peor de eso?
Que fuera de lo que es el tenis te lleva a tomar decisiones egoístas: priorizás lo tuyo. El tenista es egoísta, porque desde chiquito está compitiendo uno contra uno y hace todo lo posible para ganar. Por ejemplo, tenés una cena, sabés que te vas a acostar tarde y al otro día entrenás a la mañana, ¿entonces qué hacés? Priorizás irte antes sin pensar si el otro va a tomarlo bien, pensás en uno y no en el que te acompaña. Con los años tratás de civilizarte. Después, el tenista es cómodo. Vas a los torneos y te ponen un auto con chofer, nos traen la comida, parás en hoteles cinco estrellas. Si se te rompió la Play en el hotel, apretás un botón y sube un tipo para arreglártela. Pero sé que es momentáneo. Vengo a Tandil y acá tengo que hacer todo: hablar con el piletero, me encargo del pasto, si se rompió la cancha hablo con el chico del club para que la arregle, se me corta Internet y tengo que llamar yo. Y ahí se va el tenista. Entonces trato de sacarme ese egoísmo y no derivar. Mis amigos cercanos me dicen loco, bajá un cambio, te conozco desde los 5 años. Ahí es como que bajo a tierra, con un simple comentario. En esas simples cosas te das cuenta de que el deporte te lleva a eso. Empezás a mandar, a mandar.
En 2012 alcanzaste la cima de tu carrera y en 2013 caíste. ¿Cómo hacés para encontrar la motivación nuevamente?
Tuve que reencontrarme. Ya desde la pretemporada pasada tuve una cirugía, una fibrosis en la mano derecha, y realmente no pude hacer lo que pretendía. Tenía un optimismo, irradiaba una energía terrible, mi entrenador me decía tirate de la sierra y lo hacía, porque sentía que era mi momento. Y algo exterior a lo tenístico, una lesión, me perjudicó mucho y mentalmente me afectó. Sufrí cachetazo tras cachetazo. Había que meterse a boxes. El cuerpo se va oxidando. Si yo no me cuido bien las muñecas sufro muchísimo, pero es normal después de más de 500 partidos. Además, en un entrenamiento de dos horas, le pegás entre 700 y 1000 veces a la pelotita. El impacto es demasiado. Somos robots, no es normal la fuerza que hacemos en la muñeca. Es la misma fuerza que hace una persona normal en 15 vidas, más o menos.
En estos tiempos difíciles, ¿se te cruzó por la cabeza el retiro?
No, jamás. Lo veo lejos porque me siento joven. Empecé a entrenarme el 15 de noviembre, me estoy preparando fuerte, quiero estar en mi mejor momento. Tengo que agarrar ritmo; hice algunos cambios técnicos en la raqueta para ganar más velocidad y potencia sin hacer tanta fuerza. Tuve tiempo para pensar y evolucionar. Me dio ganas. Y me motivó querer seguir mejorando.
El futbolista encubierto
A Mónaco le atraen las tecnologías, es uno de los tenistas más activos en las redes sociales (tiene casi 750.000 seguidores en su cuenta de Twitter), venera películas como Gladiador, 300 o El señor de los anillos. Pero, sobre todo, Pico es fanático del fútbol, incluso mucho más que del tenis. De chico, en la ciudad de la piedra movediza, combinó los dos deportes: con la número 5 en Grupo Universitario y con la raqueta en Independiente, bajo la sabiduría del Negro Gómez, formador de tenistas. Es más, a los 10 años, ya tenía una rutina: Carlos Romeo, padre de Bernardo, ex goleador de San Lorenzo y Estudiantes, y también tandilense, lo pasaba a buscar por la casa a la mañana y juntos se iban para La Plata a ver jugar a Berni. Iban y volvían en el día. Allí nació la pasión de Juan por el equipo platense; de hecho, tiene un tatuaje del escudo en la pierna izquierda. "¿Qué me faltó para ser futbolista? Cuando era chico ganaba todos los torneos de tenis. Entonces iba a competir a nivel regional, provincial o nacional, y siempre volvía con la copa a casa. Tuve rachas de un año y medio sin perder cuando tenía 12 años. Con mi equipo de fútbol, Universitario, fuimos a jugar a River y le ganamos 2-1. Pero pesó que siempre me iba bien en el tenis", rememora quien también debió acostumbrarse, casi que a la fuerza, a salir en revistas o programas del corazón por su noviazgo con una de las hermanas Nara.
Sos amigo de Nadal, un fanático de Real Madrid. ¿Tienen discusiones futboleras sobre Messi o Cristiano Ronaldo?
¡Todo el tiempo! Él lo banca a Cristiano, pero lo respeta a Messi porque sabe que es el mejor. Con Murray también nos matamos hablando de fútbol, él es un fanático enfermo. A Messi lo conocí en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008; me pareció súper humilde y centrado. Muy profesional. Después lo fui a ver en un par de concentraciones y vi muchísimas veces al Barcelona, en seis o siete clásicos con Real Madrid. Con Mascherano de vez en cuando nos escribimos, con Pocho Lavezzi, con Ever (Banega), con Gago, con Fabricio Coloccini, con los chicos de Estudiantes obviamente también. Tengo tres ídolos futbolísticos: Maradona, la Bruja Verón y ahora Messi. Me puedo pasar todo un domingo en el sillón viendo fútbol; es la pelea con mi novia o mis amigos.
Este año se superpone el Mundial de Brasil con Wimbledon. ¿Qué vas a hacer?
Me cuesta muchísimo. Te soy sincero, con mi manager tuvimos varias agarradas ya por el tema del calendario, porque le decía que no quiero jugar Wimbledon, y que el equipo que tiene la Argentina y su técnico me ilusionan mucho. Y es en Brasil, con tantas facilidades para poder llegar. Se dan combinaciones irresistibles. Wimbledon puedo jugar tres años más. Ya lo jugué seis veces. Estoy pensándolo seriamente. En la cabeza tengo el diablo y el ángel todo el tiempo. Soy un enfermo del fútbol. Quizás estoy, no sé, en Bruselas y voy a visitar el estadio del equipo del lugar. Una vez estaba en el torneo de Montecarlo, agarré un auto y manejé tres horas de noche para ir a ver Inter-Milan. Era más importante ver ese clásico que el partido de tenis que yo jugaba al otro día.
Entonces, el bilardismo es una forma de vida para vos.
Lo uso mucho en el deporte: en ser pícaro, en estar pendiente de muchas cosas exteriores que te pueden molestar, en jugar con los límites leales. En el tenis es difícil aplicarlo, están las reglas, las miles de cámaras. ¿Qué puedo hacer? ¿Patearle las botellitas de agua a Rafa? Soy un apasionado, pero el bilardismo no lo traslado a la vida porque no podría vivir, es la verdad.
Jugar de local
Juan Mónaco regresará a las canchas en el Abierto de Australia, el primer Grand Slam del año, que comienza esta noche. Después vendrá la Copa Davis, ante Italia, en Mar del Plata. Y, luego de un año ausente, entre el 10 y 16 de febrero jugará el ATP de Buenos Aires, la Copa Claro. Será una de las atracciones en un certamen porteño que contará con la figura de Rafael Nadal, el mejor jugador sobre canchas de polvo de ladrillo de la historia. Pico participará del torneo en el que debutó a nivel ATP en 2004, y en el que suma 18 triunfos y 8 derrotas. "Buenos Aires siempre fue especial –afirma–. Primero, porque me dieron el wild card para jugar mi primer torneo. Cualquiera puede debutar en Polonia, en Rusia, pero yo lo hice en la Argentina. Me gusta jugar de local, que me vayan a ver mis familiares. Tengo unas ganas de ganarlo tremendas, pero esta vez no será fácil porque vendrá Rafael. Va a potenciar el nivel, la gente tendrá mayor expectativa. Estoy seguro de que hasta los entrenamientos van a estar explotados. Rafa mueve multitudes, es un ícono del tenis. Tenerlo en la Copa Claro será muy importante. Te pone la vara muy alta. Nunca vi a nadie entrenarse con más intensidad que él. Estás en la cancha tres horas practicando con él y quedás de cama."
- Foto: Sergio Liste
Producción: Anita Escalada