Quizás como un guiño del destino, desde adolescente Adrián Jauregui se las ingenió para conseguir la ciudadanía europea. Con orígenes familiares que se remontaban a Rusia, Alemania, Italia y España, comenzó con los trámites cuando estaba en el secundario. "Como no tenía plata en esa época hice todo lo que estaba a mi alcance: mandé cartas a la Comuna de Italia para solicitar certificados de nacimiento, me contacté con la Junta Electoral de Buenos Aires, rastreé partidas de familiares míos que perdieron las cosas y otras que no me las quisieron dar, tuve que ir a varias iglesias de pueblos chiquitos donde anotaban antes. En fin, colas, esperas, viajes, tiempos de la burocracia en general, y problemas como que no había sistema, que se habían quedado sin toner o que estaban de Asamblea. La Argentina misma".
Pasaron los años, Adrián continuó con su objetivo entre ceja y ceja y un buen día tuvo el pasaporte italiano en su mano. Había costado, pero finalmente lo había logrado. Tenía 26 años, y estaba saliendo de una relación poco feliz con la mamá de su única hija. "No había comprado pasajes todavía porque me costaba salir de mi zona de confort, viendo mi vida desde afuera parecía que todo estaba bien. Tenía trabajo como apicultor, casa, auto, familia y estaba terminado mis estudios. Un día hablé con un colega apicultor que había trabajado en Italia y me dijo que necesitaban gente. Le dije que le pasara mi teléfono a quien hiciera falta. Al otro día me llamó un italiano que me habló en un español básico y me dijo: te necesito el lunes. Y simplemente me fui. La realidad es que no la estaba pasando bien, ni sentimental, ni laboral, ni económicamente. Ahora veo que me estaba escapando, que quería cambiar de vida".
Abejas y cero nieve
Una vez instalado en Italia y ya trabajando, pronto entabló amistad con un bielorruso con el que prácticamente convivía. Adrián compartió con él sus planes de conocer el mundo y acordaron que, cuando lo hiciera, visitaría a su amigo en Bielorrusia. Practicarían snowboard y deportes de nieve, todo era sumamente atractivo.
"Cuando llegamos a su pueblo, que era muy chiquito, resultó ser el invierno más caliente de la historia de Bielorrusia, no había nieve. Así que en un par de días me estaba aburriendo. Entonces decidí ir a conocer Minsk, la capital, Moscú y San Petesburgo. Mi amigo me había enseñado un ruso básico como para moverme. Y empecé a usar la aplicación couchsurfing para conocer diferentes lugares y, quizás, hospedarme en alguna casa de un desconocido. Había comprado un autito tipo Kangoo que se había convertido en mi casa pero cada tanto una cama y agua caliente estaba bien. Y, si bien iba armando el viaje sobre la marcha, tenía ya organizado algunas paradas. En teoría iba a estar un solo día en Minsk pero hubo un cambio de planes".
En ese contexto conoció a Julia Anatolievna Sharapo, una bielorrusa de 21 años a la que apodó cariñosamente Bear. Al principio pensó que era una persona más que se cruzaría a través de la plataforma. Pero pronto congeniaron, Adrián fue extendiendo su estadía en Minsk y llegó a hospedarse en la casa de Bear unos 30 días, el máximo que le permitió su visa de un mes. Pero lo bueno duró relativamente poco. Adrián tenía que regresar a su trabajo en Italia y Bear a Estados Unidos. Acordaron volver a verse. Se visitarían eventualmente y pasarían buenos momentos como los que habían disfrutado en Minsk.
Cara de pocos amigos
Bear visitó a Adrián en Italia, la cosa se puso más seria entre ellos y, a los pocos meses, fue el turno de él para trasladarse a Estados Unidos. Sin embargo, allí las cosas se complicaron. "Había un hombre que pretendía ser su amigo, pero se enamoró de ella. Y cuando yo llegué se puso muy mal. Me aceleraba el auto en la puerta en un claro gesto de provocación. Yo no sabía con quién estaba lidiando, pero como en Estados Unidos son muchos los que portan armas, el asunto me pareció peligroso. Y no era solo eso. El hombre le hablaba a todos mal de mí. Incluso un día se fueron todos de paseo y Bear me pidió que yo no fuera para evitar los conflictos. Yo había dejado mi trabajo y a mi hija para ir a visitarla, me indigné y ese día ya estaba buscando pasajes para volver a la Argentina".
Bear advirtió que algo andaba mal. Al día siguiente le pidió disculpas a Adrián y tuvieron una charla sincera en la que pusieron sobre la mesa sus más profundos sentimientos. "Me pidió perdón, me dijo que se sentía insegura porque lo nuestro se estaba volviendo muy serio. Al final después de hablarlo bien, pudimos volver a reforzar la pareja".
Adrián dio por cerrada su etapa de viajes y trabajo en el exterior y regresó a su Córdoba natal, en Argentina. Para ese momento se habían visitado cada cuatro meses: en Bielorrusia, después en Italia, después en Estados Unidos y finalmente Bear había conocido la Argentina. "Ahí decidimos que estábamos gastando mucho dinero en visitarnos, que a la distancia a veces parece que las cosas están bien pero no tanto. Decidimos ir a vivir juntos donde fuera y elegimos argentina porque tengo mi hija acá".
Lo más difícil de vivir juntos fue el desarraigo de Bear, que es hija única. Si bien con la tecnología se mantiene en contacto a diario, le gustaría visitar con mayor frecuencia a sus papás. Adrián y Bear eligieron Córdoba porque les gusta el clima, las sierras y porque, además, es un buen lugar para el trabajo con las colmenas. "Hace tres años que le estamos poniendo mucha pila. A través de diferentes plataformas tenemos voluntarios de todo el mundo que nos ayudan. Y si bien la economía de Argentina es siempre una caja de sorpresas, todavía no nos arrepentimos".
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