Extra arte / Nota de tapa. Frida: la pasión hecha mujer
Hizo de su obra su propia autobiografía: un relato hecho de vigor, superación de las limitaciones físicas y un arrasador amor por el muralista Diego Rivera. Ahora, su obra llega a Bs. As.
Pocos cuerpos hubo tan torturados como el de ella. Pocas vidas, a su vez, tan visitadas, leídas, contempladas al trasluz de la pintura. Hizo de su rostro la efigie por medio de la cual la recordarían generaciones. Sus contemporáneos, aquellos que tuvieron la oportunidad de tenerla frente a frente, dieron cuenta del enorme magnetismo que irradiaba su presencia. Así, por ejemplo, relata el escritor mexicano Carlos Fuentes su primer encuentro con Frida Kahlo, el día en que la vio ingresar en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, donde iba a asistir a un concierto: "Cuando entró a su palco en el teatro, todas las distracciones musicales, arquitectónicas y pictóricas quedaron abolidas. Era la entrada de una diosa azteca, quizá Coatlicue, la madre envuelta en faldas de serpientes, exhibiendo su propio cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres exhiben sus broches. Quizás era Tlazolteotl, la diosa tanto de la pureza como de la impureza, el buitre femenino que devora la inmundicia a fin de purificar al mundo. O quizá se trataba de la Madre Tierra española, la Dama de Elche, radicada en el suelo gracias a su pesado casco de piedra, sus arracadas tamaño rueda de molino, los pectorales que devoran sus senos, los anillos que transforman las manos en garras".
Ha de haber sido muy difícil sustraerse a la enormidad de Frida. La fascinación por su obra atravesó las últimas décadas, y hoy va mucho más allá de las más recientes noticias, esas que dicen que el mes pasado su cuadro Raíces (1943) impuso un récord, al venderse en 5.616.000 dólares. Al anunciar la venta, la casa de subastas Sotheby’s indicaba también que se había alcanzado la cifra más alta para una obra de arte latinoamericana.
Pero no sólo el mercado del arte participa de una pasión que ya tiene nombre propio: fridomanía. Hace tiempo que la Casa Azul, donde vivió la artista, es destino obligado para todo turista que visita la ciudad de México y se acerca al barrio de Coyoacán. Por su parte, el movimiento feminista la recuperó por su condición de pionera de la independencia de la mujer. Desde el otro extremo del arco cultural, en enero de este año se lanzaron en México, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Francia y España muñecas realizadas en vinilo porcelanizado, de 50 cm de alto, con los rasgos de la genial mexicana. La actriz Salma Hayek se declaró orgullosa de interpretarla en el film Frida, realizado en 2002. Y se sabe que Mi nacimiento (1932), uno de los estremecedores cuadros de la Kahlo, forma parte de la colección particular de obras de arte perteneciente a la cantante pop Madonna.
En el origen
Imposible acceder a la obra de esta artista sin conocer la tremenda batalla que debió librar contra el sufrimiento corporal. El destino pareció ensañarse con su integridad física. De muy niña contrajo la polio, enfermedad que dejó una secuela permanente en su pierna derecha, sensiblemente desmejorada en relación con la izquierda. De todos modos, el gran trauma sobrevino a sus 18 años, cuando un tranvía embistió el autobús en el que viajaba. El accidente tuvo consecuencias atroces: Frida sufrió fracturas en la columna, en diversas costillas y en la pelvis; su pie derecho se dislocó, se le descoyuntó un hombro y un manillar le atravesó el cuerpo, desde el estómago hasta la pelvis. Fueron treinta y cinco las intervenciones quirúrgicas que debió soportar a lo largo de su vida. Tuvo asimismo que aprender a lidiar con corsés, bastones, todo tipo de medicaciones, frecuentes períodos de postración y dolores recurrentes.
Semejante listado de padecimientos no parece condecir con la mujer independiente, audaz, sensual y provocadora que reivindican los cultores de la fridomanía. Sin embargo, Frida fue ambas cosas: la sufriente y la guerrera.
Ya durante sus primeras internaciones, la pintura se convirtió en un pasaporte hacia una realidad diferente, un medio que le permitiría decir: "Pies, para qué los quiero si tengo alas para volar". Las primeras acuarelas y los primeros pinceles se los acercó su padre, Guillermo Kahlo (Ver recuadro Cartas al padre). Luego, ella haría colocar un espejo al costado de su cama y se dedicaría a pintar una y mil versiones de aquello que mejor conocía: su propio rostro. Paralelamente, se dedicó a hacer de su cuerpo castigado su principal obra de arte. El peinado, los vestidos, los collares, los aros: todo su atuendo pasó a estar cuidadosamente calibrado. Cada uno de los elementos con los que se engalanaba a diario era estrictamente deudor de la tradición de su país. Pese a haber nacido en 1907, ella aseguraba que había llegado a este mundo en 1910, año del inicio de la Revolución Mexicana. Quería que el comienzo de su vida coincidiera con el surgimiento del México moderno. Logró hacer de su propia estampa un culto al sincretismo cultural tan propio de su nación. Pero aún más: cada chal, cada volado, cada sobrefalda, se ocupaban de cubrir, milímetro a milímetro, su cuerpo lacerado. En sus cuadros era capaz de representarse abierta, desollada y sangrante. Pero lejos de la materia pictórica su actitud fue diferente. Se construyó a sí misma como un rostro, un tintineo de pulseras, un susurro de telas que se pliegan. Una entidad sugestiva, que no se privó de amar –y ser desesperadamente amada– tanto por hombres como por mujeres.
Los amores, el amor
Los llamaban "el elefante y la paloma". Diego Rivera era voluminoso, corpulento, enorme. Frida, delgada y frágil. Ella aseguraba que había tenido dos accidentes en la vida. El primero había sido el del tranvía. Diego resultó ser el segundo.
"Cuanto más la amo, más quiero dañarla", cuentan que admitía él. Se llevaban cerca de veinte años. Cuando se conocieron, él ya era un artista plástico reconocido. Ella venía de sufrir su primer accidente y recién se estaba integrando al mundo del arte. Sus primeros encuentros deben de haber sido los del hombre experimentado y la joven en busca de abrirse un camino. Ella le mostró algunos de los cuadros que había hecho hasta ese momento; él la animó a seguir pintando. Eran dos seres pasionales, complejos, inmersos en una época tormentosa y nada propensos a la indiferencia: su relación no podía ser sino turbulenta. "Soy él –escribió una vez Frida–. Desde mis más primitivas y antiguas células, él es en todo momento mi hijo, mi niño nacido a cada momento, todos los días, de mi propia entraña." Se pintaron mutuamente. El la incorporó en sus murales; ella lo retrató inmerso en esa extraña síntesis de dolor y vitalidad tan propia de su pintura. Los unieron el arte, la política (ambos militaban en el Partido Comunista Mexicano), el volcán de sus desbordantes personalidades.
Se casaron en 1929. Los numerosos conflictos que marcaron su relación los llevaron al divorcio a finales de 1939. Pero, incapaces de vivir el uno sin el otro, volvieron a contraer nupcias poco tiempo después.
Diego le era sistemáticamente infiel. Ella no le fue en zaga. Se dice que él podía tolerar que Frida mantuviera amoríos con mujeres, pero no soportaba que también tuviese amantes varones. Por su parte, a ella le trastornaba la sola idea de que su marido estuviese con otra mujer.
En ese juego de pasiones cruzadas, él llegó incluso a tener una aventura con una hermana de Frida. Mientras tanto, ella le escribiría a sus amantes palabras tan encendidas como las que quizá le dedicaba en la intimidad a Diego: "Muy dentro de mí, me entiendes, sabes que te adoro, eres no sólo algo mío, eres yo misma".
Uno de los amores más célebres de Frida fue el dirigente marxista León Trotsky, que había llegado a México huyendo de la persecución de Stalin y al que tanto ella como Diego brindaron amparo y amistad. Desde la introducción a la edición ilustrada del diario personal de la artista, Carlos Fuentes se pregunta por la paradójica atracción entre el revolucionario ruso y la joven artista mexicana: "Trotsky, el europeo formal, racionalista, disciplinado, autoritario, el hombre del Viejo Mundo, era como hielo ante el mentiroso, sensual, informal, intuitivo, alburero y bromista Diego Rivera, el hombre del Nuevo Mundo", señala. "Los opuestos no podían reconciliarse y la ruptura final entre ambos obligó a la mujer a seguir a su verdadero, infiel, magnífico, torturador y tierno amante: Diego Rivera", concluye al fin. El mismo autor reflexiona sobre el impulso que, a su juicio, gobernaría la intensidad erótica de Frida: "Era una panteísta natural, una mujer y una artista involucrada en la gloria de una celebración universal, una sacerdotisa celebrando y declarando la sacralidad de todo cuanto es creado. El amor era la gran celebración".
Sólo hubo un aspecto en el que Frida, pese a toda su fuerza de voluntad, debió declararse vencida: la maternidad. Durante años pugnó por tener un hijo con Rivera. Hasta que, tras sucesivos abortos, debió resignarse y aceptar la limitación que su propio cuerpo le imponía. Esa imposibilidad la atormentaba. Probablemente mucho más que las frecuentes crueldades que le dedicaba Diego. De seguro, más que cualquiera de los padecimientos que le propinaban sus dañadas extremidades. Algunos de sus cuadros más viscerales dan cuenta de ese insuperable sufrimiento.
En su texto De todas las Fridas posibles, el ensayista mexicano Carlos Monsiváis encuentra que Kahlo tuvo características únicas para su época. "Fue pintora (oficio casi exclusivamente masculino), comunista (fe que sólo de modo secundario toma en cuenta a las mujeres), nacionalista fervorosa desde la apariencia (el traje típico como expropiación de las tradiciones), inválida (que proclama Viva la vida), de costumbres heterodoxas." Acto seguido, el mismo escritor se aventura a imaginar el razonamiento que habría signado los intensos 47 años de vida de la artista: "Me pinto, luego existo. Me pinto, luego el tiempo me respetará más allá del sufrimiento. Me pinto, luego el cuadro es para mí un espejo, la prolongación y la metamorfosis de mi efigie".
Fotos: gentileza C.C. Borges, Banco de México y Throckmorton Fine Art, Nueva York
Para saber más
www.fridakahlofans.com
www.fridakahlo.it
Cartas al padre
Además de Diego Rivera, hubo otro hombre fundamental en la vida de Frida: su padre, Guillermo (Wilhelm) Kahlo. Efectivamente, mucho antes de que Rivera la alentara a continuar con su carrera artística, su progenitor ya se había encargado de brindarle las herramientas con las que luego desarrollaría todo su mundo expresivo. Guillermo descendía de una familia de judíos, alemanes y húngaros, dedicada a la joyería y la fotografía. Enfermo de epilepsia, dejó Alemania en 1891 para no regresar jamás. Era un hombre refinado, culto y elegante, que se preocupó por brindarles a sus cuatro hijas una esmerada educación. Cuando Frida enfermó de polio, Guillermo le dedicó los más especiales cuidados. Supo transmitirle su amor por los libros, las artes plásticas y la música clásica. Probablemente, haya habido dos factores que ayudaron a crear el estrecho vínculo entre padre e hija. Ambos sabían muy bien lo que era padecer de por vida una dolencia física. Además, compartían una similar sensibilidad estética. De hecho, Frida siempre se mantuvo más apegada a él que a su madre, la mexicana Matilde Calderón.
Desde su llegada a México, Guillermo se dedicó a la fotografía profesional. Realizó uno de los primeros registros fotográficos de la arquitectura indígena y colonial de ese país, y fue considerado el primer fotógrafo oficial del patrimonio cultural mexicano. Frida aprendió el arte fotográfico al lado de su padre. Lo solía acompañar mientras trabajaba y lo ayudaba en las tareas de laboratorio. En los frecuentes paseos que realizaban juntos, él la instruía en la identificación de especies vegetales, accidentes geográficos y la vida silvestre que los rodeaba. Tanto la pasión que la artista sentía por la naturaleza como su conocimiento del arte tradicional mexicano probablemente se hayan forjado en aquellas tempranas experiencias. En una emotiva dedicatoria, la artista escribió: "Pinté a mi padre Wilhelm Kahlo, de origen húngaro-alemán, artista fotógrafo de profesión, de carácter generoso, inteligente y fino, valiente porque padeció durante sesenta años de epilepsia, pero jamás dejó de trabajar y luchó contra Hitler; con adoración, su hija Frida Kahlo".
Desde el cine
Una vida como la de Frida no podía pasar inadvertida para el séptimo arte. Frida, naturaleza viva, del director mexicano Paul Leduc, es una de las más célebres producciones fílmicas sobre esta artista. El film, de tono poético, por momentos casi onírico, se presentó en 1986 y la actriz Ofelia Medina estuvo a cargo del personaje central. Más cercana en el tiempo está la película Frida, dirigida por la norteamericana Julie Taymor en 2002. Salma Hayek interpreta a la pintora mexicana, mientras que Alfred Molina es Diego Rivera y Antonio Banderas encarna a David Alfaro Siqueiros. Respecto de los cortometrajes dedicados a esta artista, el primero data de 1976. Lo filmaron dos cineastas de San Francisco, Karen y David Crommie, y se llamó The life and death of Frida Kahlo.
En Agenda
Plástica
Frida Kahlo y Diego Rivera , exposición compuesta por dibujos y fotografías de la pintora, y por una serie de dibujos, tres pinturas y un mural del pintor. La curaduría está a cargo de Américo Sánchez Hernández y se contará con la presencia de Juan Coronel Rivera, nieto del muralista mexicano.
Cuándo: desde el 29 de junio hasta el 27 de agosto. Lunes a sábados, de 10 a 21; domingos, de 12 a 21.
Dónde: Centro Cultural Borges, Viamonte esquina San Martín.
Teatro
Frida y yo , obra escrita y dirigida por Emilia Mazer. Gloria Carrá interpreta a la artista; Maxi Ghione, al muralista Diego Rivera, y Fernanda Caride, a Cristina Kahlo, hermana de Frida.
Cuándo: hasta fines de agosto. Sábados y domingos, a las 20.
Dónde: Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543.