No en vano algunos la llaman la Barcelona argentina. Generoso, el apelativo tiene que ver con su geografía pintoresca y remozada, su larga costanera poblada y un nuevo fulgor edilicio y turístico que redunda en una explosión de colores y sabores. También, en su aire de aldea -un pueblo grande- que el progreso no puede ocultar.
Rosario es pródiga en músicos y en futbolistas: es una ciudad atravesada por la cultura del placer. Todo lo que sus dos clubes emblemáticos producen -Newell’s y Rosario Central- transforma el estado de ánimo del lugar. Alguna vez, Roberto Fontanarrosa -notorio hincha de Central- contó que la única vez que su mujer lo despertó antes de las once -el Negro dibujaba hasta la madrugada- fue para decirle, seco: "Diego firmó para Newell’s". Deprimido, Fontanarrosa siguió durmiendo. Era 1993 cuando Diego sucumbió ante el encantador cóctel -mujeres, fútbol y sol- de la ciudad. Lo cierto es que de Rosario y sus alrededores -donde la cantera argentina tiene su medialuna fértil- han surgido algunos de los mejores ejemplares de eso que, vagamente, podríamos llamar "gen argentino" futbolístico. Desde Lionel Messi y Maxi Rodríguez hasta César Luis Menotti, pasando por Gabriel Batistuta y Gerardo Martino, existe una larga lista de cracks alumbrados en ese territorio que iluminaron con sus gambetas y goles los corazones nativos.
El 2013 fue generoso con la ciudad y sus representantes. Newell’s está haciendo una buena campaña, Martino fue fichado como técnico del Barcelona y Messi tuvo un año raro: se consolidó como emblema de la Selección argentina que logró clasificarse con holgura para el Mundial, pero las lesiones lo acosaron durante gran parte de la temporada.
Antes de llegar a Catalunya para convertirse en el DT del equipo más poético del planeta -y tal vez de la historia-, Martino fue un excelso futbolista que poseía las típicas cualidades de esa porción de suelo argentino: talento, gran remate, dotes de conductor y cierta resistencia al entrenamiento. Educado, reflexivo y con un aire de bonhomía que genera empatía inmediata con el espectador, el Martino entrenador parece una versión superadora de quien fue su educador como DT, el también rosarino Marcelo Bielsa. Excesivamente ilustrado -casi barroco-, Bielsa resultaba -resulta- un tanto alambicado para la elementalidad narrativa con la que se maneja el ambiente de la pelota. Es antológica su invectiva a Ortega en el predio de Ezeiza, a comienzos del 2000: "Ariel, vectorice la cancha, por favor".
Martino, en cambio, es dueño de un discurso igual de cartesiano, pero más llano, sin tantos eufemismos. Aun cuando su oficio tiene sobrados ejemplos de temperamentos altaneros y poco dados a la humildad -los actuales técnicos de River y Boca lo demuestran-, suele manejar la simpleza acompañada de la ironía, pero sin el grado de cinismo o de soberbia que acostumbra campar en ese universo.
Si el fútbol en Rosario vive en estado de deliberación permanente, en Barcelona se convierte en cuestión de Estado. A ese lugar en el que un centro mal hecho puede provocar una crisis de gabinete llegó Martino.
El "Tata" viene de una ciudad cuyo pulso vital también está condicionado por los destinos de sus dos grandes clubes. De ambos, es Newell’s, qué duda cabe, el que tiene su lustro ganado, porque mientras su archirrival fatigaba los zócalos del fútbol argentino -recién este año volvió a Primera-, el "leproso", de la mano de su jugador bandera, Maxi Rodríguez, desplegó en los últimos torneos una modesta pero irreductible copia del fútbol champagne que nos regaló el Barça desde el 2008. Martino mismo se encargó de aclararlo no bien pisó Catalunya, aceptando que su Newell’s intentaba salir jugando desde el fondo, una de las marcas registradas del Barcelona de Pep Guardiola.
Con una mezcla poco frecuente de fuerza y talento -hace goles maradonianos, pero no parece tener motricidad fina-, Maxi se convirtió, además, en un caso excepcional, al tratarse de un futbolista de "nivel europeo" que, tras haber hecho su experiencia en el Primer Mundo, eligió regresar al pago chico, aun cuando su carrera está lejos del ocaso.
Mucho antes de Martino o de Maxi Rodríguez, la ciudad había contado con otros próceres de la pelota que marcaron época. Central tuvo en Aldo Poy a uno de los mayores referentes de su rico historial. Autor de un gol mitológico -de palomita a Newell’s en 1971- que cada año es celebrado de nuevo por sus hinchas -se reúnen para hacerlo-, Poy brillaba en una era dorada del fútbol nativo. En aquellos años la ciudad forjó una de las tantas leyendas que decoran, como el Che Guevara o el Negro Olmedo, la historia y la iconografía de la ciudad: la del Trinche Carlovich. Suerte de poeta maldito de la pelota, Tomás Felipe Carlovich (64) surgió de Rosario Central, pero alcanzó "notoriedad" en Central Córdoba, un equipo menor de la zona. Zurdo, remolón, proclive al agotamiento prematuro y dueño de un genio -y una rebeldía- que algunos consideran a la altura de Maradona, la historia de Carlovich es el típico relato de aquel que, aunque tiene todo para ser una estrella, se conforma con divertirse entre amigos. La leyenda de Carlovich -que jugó en la Primera B- trascendió las fronteras y hasta la televisión española vino a filmar un documental sobre su vida el año pasado. En ese mismo documental, Jorge Valdano, que creció futbolísticamente en Newell’s, recuerda a Carlovich y, a la vez, traza sin querer un perfil de Rosario y de su fútbol: "Carlovich era el símbolo máximo de un fútbol romántico. Y en Rosario, que es una manera exagerada de ser argentino, eso se llevaba -y se lleva- hasta las últimas consecuencias".