Las largas noches frente a la Play, al comienzo de la cuarentena, se convirtieron en una especie de garaje para dos jóvenes inventores de soluciones. Entre charla y charla, mientras jugaban al FIFA y conversaban sobre lapandemia del coronavirus, surgió la idea de un emprendimiento low cost: DeJuk.No imaginaban que iban a terminar facturando más de un millón de pesos en un abrir y cerrar de ojos.
Los dos tienen 20 años y son auténticos representantes de su generación: inquietos, autodidactas, comprometidos con el medioambiente, entusiastas y veloces. Amigos de la infancia, compañeros de rugby en el San Isidro Club (SIC), Benjamín Zervino e Ignacio Mackintosh tenían una certeza en común: sabían que algún día iban a inventar algún negocio para emprender juntos. Se divertían pergeñando ese momento que tardaba en llegar. Solían delirar alrededor de ocurrencias grandiosas que aparecían como capaces de salvar a la Humanidad de algo o al menos hacerles significativamente más fácil la vida a las personas. Pero, por H o por B, sus planes terminaban acumulados en el papelero mental de las cosas que no fueron ni serán. "Pasa que Nacho es una maquinita de largar ideas", dice Benjamín. "Y yo, que soy más calculador, veía que en general resultaban proyectos inviables o que no era el momento justo para encararlos".
1000 ganchos DeJuk fue la partida inicial que fabricaron
Hasta que en plena cuarentena, una idea simple, útil y poco ambiciosa a primera vista fue escalando posiciones. ¿Cómo hacemos con esto de que no se pueden maniobrar picaportes ni apretar botones sin riesgo a infectarnos de covid? Veían a la gente usar guantes para abrir la puerta de un auto o hacer maniobras extrañas para llamar el ascensor con la punta de la llave.
A medida que crecía la paranoia –alimentada por cifras de contagio en aumento y por la evidencia científica del traspaso del virus por contacto–, la fantasía de diseñar un artefacto capaz de simplificar la cotidianeidad fue adquiriendo una dimensión real.
Pensaron en un gancho anticovid. Y lo llamaron DeJuk (la versión castellanizada de "The hook", que significa "gancho" en inglés), nombre con el que bautizaron también la marca.
Benjamín, que estudia Publicidad en la UCA, vio que podía despertar interés. Nacho es estudiante de Administración de Empresas en la UBA y entendió que podía resultar un buen negocio, que era el contexto oportuno y que la escala era abarcable: con muy baja inversión podían apuntar a un producto masivo.
$250 es el precio de cada producto
Los dos se pusieron "manija" con el plan y, sin ninguna experiencia previa ni saberes específicos, entraron a programas informáticos para averiguar cómo se diseña un artefacto. Lo descubrieron haciendo. "Apenas había visto algo para algún trabajo práctico de la facu. Y sabía usar el Illustrator, así que fui probando", dice Benjamín. Y Nacho agrega: "El pequeño margen de inversión con que contábamos no nos permitía contratar a nadie, así que teníamos que arreglarnos por nuestra cuenta, y también les pedimos consejos a amigos de nuestros respectivos colegios que siguieron carreras más vinculadas con el diseño". Fue suficiente para crear una pequeña herramienta que tiene un mango y un gancho con terminación en punta, y que reemplaza el uso de la mano, para evitar el contacto y así prevenir el contagio. Sirve para cargar bolsas, abrir puertas, presionar teclas y botones.
Una vez que le dieron forma al gancho que iban a fabricar, se pusieron a buscar proveedores, a decidir en qué material lo harían y cómo lo iban a producir.
La primera decisión fue que no sería de plástico ni de materiales que no pudieran biodegradarse. "Estábamos buscando la solución a un problema actual. Hacerlo de una manera que genere un problema en el futuro para el medioambiente nos parecía que era partir de una contradicción. Así que resolvimos usar madera de guatambú", cuenta Benjamín. Y desarrolla: "Además, usamos el mismo criterio para el packaging, que es una bolsa de lienzo reutilizable". Cuando se encontraron con que el producto tenía que llevar una etiqueta, avanzaron un poquito más en el territorio de lo sustentable y consiguieron papeles plantables, con semillas de verduras de hoja: un mix de rúculas, radichetas y lechugas. Que todo se use, que todo sirva.
5000 unidades vendieron en los primeros cinco meses
Ahora, necesitaban encontrar dónde fabricar el producto. Investigaron un poco y dieron con una maderera donde enviaron el diseño para hacer la matriz. Cuando tuvieron el primer gancho en la mano, recién ahí, cayeron en la cuenta de que era desproporcionado. "Demasiado grande, cero cómodo", reconoce Benjamín. "Había que ajustarla. Vinieron dos intentos más, le agregamos detalles que veíamos necesarios, como un agujerito para poner en el llavero y que fuera más práctico portarlo. Hasta que llegamos a lo que queríamos".
Lo registraron, tramitaron la patente y mandaron a hacer 1000. Se pusieron como meta la ilusión de vender 1000 ganchitos, de encontrar 1000 personas que le dieran un voto de confianza a la creación que con tanto entusiasmo, y con todos los ahorros que tenían, habían concretado.
$1.000.000 facturaron
Aunque sus padres los apoyaron, ellos no quisieron pedirles ayuda financiera ni buscar socios inversores. Querían que el proyecto fuera 100% propio.
Era la primera vez que Benjamín tenía la oportunidad de generar sus ingresos y destinó para eso los billetes que había acumulado, provenientes de regalos de cumpleaños o Navidad y sobrantes de alguna mensualidad, para hacer un viaje. Nacho sí había tenido experiencias laborales, aunque la plata que juntó con lo que ganó en una fábrica de productos para lavaderos y haciendo changas como camarero no le alcanzaba; tuvo que vender una querida bicicleta. "Me costó, pero ahora estoy contento de haberlo hecho", dice.
Llegaron muy justos a los $30.000 con que arrancó DeJuk. Abrieron una cuenta de Instagram para darse a conocer y levantar pedidos. Generaron interés y empezó a girar la rueda. Al poco tiempo, ya les estaban haciendo notas en la televisión y llegaron a vender más de 1000 unidades de su creación. Tuvieron que fabricar nuevas partidas y siguen creciendo.
La idea que se gestó en marzo para mayo era un primer lote de 1000 ganchos. En el mes de octubre ya habían vendido 5000 unidades. A un valor de $250 comercializan DeJuk por Instagram y coordinan la entrega; los envían por correo, contratan motos para el reparto y también los han llevado ellos mismos. "A veces agarramos el auto para entregar puerta por puerta los pedidos", cuenta Nacho. "Es interesante vernos directamente con los consumidores, conocerlos".
"Lo que hicimos funcionó bien y rápido porque es algo que verdaderamente sirve", dice Benjamín. "La gente se empezó a copar. No es una vacuna ni mucho menos, pero si cada uno aporta algo desde su lugar, quizás podemos ayudar entre todos a evitar la propagación del coronavirus". Un recurso simple, mínimo y efectivo que suma y que a Benjamín e Ignacio los consagró, en el momento menos pensado, como los emprendedores que soñaban ser.
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