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 • HISTORICO

Hoja de ruta, intuición y devenir: para qué sirve planificar

En esta nueva entrega de la columna Buscando(me), Mercedes Korin sigue explicándonos sobre la planificación estratégica.




Si miramos hacia atrás seguramente podremos identificar oportunidades en las que hayamos activado una especie de director técnico que llevamos dentro. Un DT que establece metas y define estrategias y tácticas para intentar alcanzarlas, que hace cambios cuando la cosa no está funcionando y esto incluso implica revisar las metas pautadas inicialmente. También es posible que podamos notar las veces en que el DT dejó de tener el poder de incidir en la realidad, con decenas de variables que estaban más allá de sus decisiones.
Así, con su poder y su vulnerabilidad, la figura del DT puede resultar clara para pensar en la planificación estratégica. Como un buen DT, podemos identificar qué estamos buscando, y "bajarlo" a objetivos concretos y pasos posibles, para salir de la ebullición mental trabajando en lo que depende de nosotros para conseguirlo, aún sabiendo que en cualquier momento el viento puede cambiar (viento a favor o en contra, pero más allá de nosotros) y, en ese caso, definiremos qué actitud tomar (lo cual sí depende de nosotros).
Planificar no quiere decir apagar la espontaneidad: la idea, en cambio, es que la planificación le dé una estructura a la espontaneidad para que ésta se desarrolle. Es como nos lo muestran los actores y los músicos. En la actuación los actores se dejan llevar pero sobre una base. En música, desde la payada hasta el rap se sostienen con una estructura para la improvisación. Hay pautas, códigos, lineamientos que no encorsetan sino que potencian.
Podemos pensar en la planificación como un combo: una hoja de ruta, mucho de intuición y dar lugar al devenir.

Los componentes del combo

La hoja de ruta es una buena herramienta para trazar un rumbo y no desbandarnos. Por una parte, es útil para dejar asentadas metas de corto y mediano plazo, acciones, tiempos estimados y recursos necesarios. Y por otra parte, sirve para ir registrando los logros, porque no hay un único logro que es alcanzar el objetivo sino que concretar cada una de las acciones para intentarlo es un logro en sí mismo.
Claro que con tener la hoja de ruta no alcanza; hay que echarla a andar con mucho lugar a la intuición. ¿Qué es la intuición? El conocimiento previo a la razón, la capacidad de comprender antes de que la razón intervenga, la percepción inmediata, la comprensión que llega de mirar hacia adentro. Aunque la sintamos en el estómago o en el pecho, parece ser que la intuición se ubica en el cerebro, por lo que al menos físicamente intuición y razón están más juntas de lo que en principio podríamos pensar.
Y el tercer componente es el devenir: en cualquier planificación que hagamos debemos considerar el devenir, lo que va aconteciendo en el proceso y que no necesariamente estaba estimado por nosotros. El devenir puede traer oportunidades, que si estamos enfocados —y la planificación es útil para definir un foco— podemos detectar más fácilmente, y también puede traer obstáculos (en ese caso depende de nosotros qué actitud tomar frente a ellos).
Hoja de ruta, intuición y devenir. Planificar en la vida es como cuando planificamos un viaje: generalmente sacamos el pasaje, decidimos qué va en la valija, tal vez tenemos hospedaje reservado y el resto es lo que el propio viaje ofrezca.
¡Hasta la próxima!
¿Te animás a armar una hoja de ruta para algún objetivo que tengas? Si ya la tenés, pero no la activás, te sugerimos que leas esta otra columna de Mercedes: Hora de activar. Y si tu hoja de ruta está muy atada a los intereses de otros más que a los tuyos, fíjate la importancia de desarrollar criterios propios de crecimiento: Ojo con los mandatos

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por Mercedes Korin
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