Víctor tiene una fascinación especial por los adornos del árbol navideño; pero su humana tuvo una brillante idea para que dejara de derribarlo.
Increíblemente extrovertido y amistoso. Así se mostró el pequeño gato Víctor desde el momento en que llegó a casa de Irene Olocco, la humana que se convertiría en su figura de referencia desde ese momento. La seguía a todos lados y mostraba signos de interés en los extraños que tocaban el timbre en la casa donde ambos convivían. Sin embargo, a pesar de ser un animal con una confianza sorprendente para su especie, pronto reveló un miedo grande y muy extraño.
Cuando él era solo un gatito, la mamá de Víctor descubrió que la mandarina era una fruta que simplemente detestaba. “Estábamos juntos en el sofá, agarré una mandarina y, cuando comencé a pelarla, siseó y se escapó”. Olocco pronto descubrió que todas las frutas naranjas similares eran una suerte de “enemigo” para Víctor, y él no se acercaría en absoluto a ellas. De hecho, según sugieren diversas investigaciones, el olor de los cítricos es uno de los peores para los gatos. Les resulta demasiado fuerte e intenso, e incluso hace que les pique su pequeña nariz.
Obedecer las reglas de la casa, un asunto pendiente
Como Víctor siempre había sido un poco terco, especialmente cuando se trataba de “reglas de la casa”, su madre decidió usar este descubrimiento a su favor. “Comencé a poner naranjas o mandarinas en los muebles donde no quería que se subiera y funcionó”.
Pero este año, Olocco redobló la apuesta en una de las reglas de la casa que a Víctor -y a muchos otros gatos alrededor del mundo- siempre le había gustado ignorar: no destruir el árbol de Navidad. Es que cada año, el felino robaba bolas navideñas y destruía adornos y otras decoraciones. Olocco nunca había podido encontrar una manera de mantenerlo alejado de ese comportamiento, hasta que tuvo la mejor idea.
“Estaba harta de gritarle que no tocara los adornos”, dijo Olocco. “Pero él lo tomaba como un juego. Y un buen día, a media mañana, decidí comer una mandarina y se me ocurrió la brillante idea”.
Una idea brillante como el árbol
La explicación es sencilla. Los gatos necesitan desarrollar sus instintos naturales, como cazar, saltar, trepar, estirarse… Para ellos, el juego es una manera de aprender y comunicarse con el entorno, los mantiene sanos física y mentalmente y les permite descargar energía, de manera que se reduce el riesgo de sufrir estrés.
Lo que sucede es que cuando ya han obtenido los beneficios de una actividad concreta puede dejar de interesarles. Entonces destinan su interés hacia otros estímulos más novedosos. La razón de la atracción gatos y árboles de Navidad es que les atrae la posibilidad de disfrutar de nuevas formas, texturas y sonidos y desarrollar nuevas habilidades.
Para los gatos, el árbol de Navidad es enriquecimiento ambiental. De pronto, en determinada época del año, el árbol ocupa un espacio que hasta el momento no ocupaba, y que además solo hace por un tiempo limitado al año. Para el gato se trata de una invasión de un espacio que él considera suyo. A su vez, la magia de luces y adornos colgantes generan una curiosidad enorme, que aunque empieza con tímidos toquecitos con sus patas la mayoría de las veces termina en una batalla campal.
Por eso, Olocco decidió crear un campo de fuerza de mandarinas alrededor del árbol y, efectivamente, Víctor no las pasaría. Por mucho que le gustara atormentar los árboles de Navidad, la realidad era que odiaba aún más las mandarinas. Ahora, el árbol de Olocco está a salvo gracias al extraño miedo de Víctor, y parece que rodear el árbol con mandarinas se convertirá en una nueva tradición anual.
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