Jeannette Arata de Erize Por amor a la música
Hoy celebra sus 80 años, pero a ese aniversario se suma otro que, para esta mujer emprendedora, es mucho más importante: los primeros cincuenta años del Mozarteum, institución que fundó y preside. Aquí, evoca la historia de una empresa cultural insólita y ejemplar
Hoy Jeannette Arata de Erize, la presidenta del Mozarteum Argentino, cumple 80 años. Ese aniversario se suma a otro que le importa mucho más: la entidad que dirige celebra esta temporada cincuenta años de su fundación. El medio siglo de existencia del Mozarteum se cuenta entre los logros más notables de la vida cultural argentina de la segunda mitad del siglo XX y de este breve comienzo del siglo XXI. Se trata de un hecho de excepción en un país donde la perseverancia y el éxito en asuntos vinculados con la cultura son casi desconocidos. Sentada en el amplio salón de su departamento de la calle Rodríguez Peña, Jeannette Arata evoca un pasado brillante en el que, por cierto, no escasearon los obstáculos. Creció en un hogar donde la música y la literatura eran temas de conversación cotidianos. Su madre, Valentina Ruftz de Lavinson, descendía de una familia de la nobleza francesa. En los años de la adolescencia, Jeannette, acompañada por sus padres, asistía a las temporadas de teatro que ofrecían las compañías llegadas de Francia. Con el tiempo, sucumbiría a la tradición italiana. “La primera vez que fui a escuchar ópera en el Colón representaban Tosca, de Puccini. Quedé fascinada por la música y el drama que se desarrollaba en la escena. Era muy joven. Estudiaba en el Colegio Santa Rosa de los Misioneras del Sagrado Corazón. Además, quise tener algunas nociones de contabilidad y tomé clases porque me parecía que esos conocimientos me serían útiles. Fue así. Jamás pierdo tiempo con espejismos. Sólo sueño con aquello que puedo realizar. Tuve una adolescencia muy corta porque pronto apareció en mi vida un joven buen mozo, abogado, jugador de polo, Francisco Pacho de Erize. Nos enamoramos. A los 19 años me casé. Pasé a ocuparme de mi casa y, más tarde, del campo que teníamos en la estación Erize. Nos gustaba recibir huéspedes. Yo misma vigilaba la fabricación de la manteca que consumíamos. Me ocupaba de cultivar rosas y violetas, pero también de cuidar el gallinero. Mis hijos Francis y Alberto adoraban la naturaleza. Francis, que después se convertiría en naturalista, recogía animales del campo para estudiarlos. En una oportunidad, el crítico Jorge d´Urbano, un amigo muy querido que pasaba unos días con nosotros en la estancia, vio con horror que yo, protegida por guantes blancos, capturaba una víbora para la colección de Francis.” Los Erize formaban parte de un grupo de amigos que se reunían en sus casas para estudiar y escuchar la obra de Mozart interpretada por músicos profesionales. Ese fue el germen del Mozarteum Argentino. Cirilo Grassi Díaz, uno de los grandes impulsores de la vida musical en el país, se dio cuenta de que la energía de Jeannette podía ser útil para la causa de la música y le propuso que se convirtiera en la presidenta de esa, entonces, pequeña asociación. Lo que empezó como la actividad, de algún modo lateral, de una señora con inquietudes culturales y de servicio social, se convirtió en una profesión de tiempo completo.
Cuando Jeannette Arata se hizo cargo del Mozarteum, existían en Buenos Aires sociedades musicales muy importantes. Para distinguirse de ellas, la flamante presidenta tuvo la idea de que los conciertos de su asociación se realizaran en los museos que habían sido residencias de familias tradicionales, como el Museo Nacional de Arte Decorativo (Palacio Errázuriz) y el Museo de Arte Hispanoamericano (Palacio Noel).
En esa época, los grandes solistas pasaban varias semanas en el país y eso permitía que se establecieran relaciones de amistad entre los argentinos y los extranjeros. Jeannette y su esposo recibían de continuo en su casa a esas figuras. Si los artistas se enfermaban, tenían problemas anímicos o debían seguir una dieta estricta, sabían que la solución a sus problemas estaba en la casa de los Erize.
El humor de un genio
En la vida del Mozarteum y de Jeannette Arata, la temporada de 1960 fue decisiva. Ese año, Igor Stravinski, el genial compositor ruso, debía venir a la Argentina para ofrecer dos conciertos, contratado por un agente musical. Como no se había reunido la suma que exigía el maestro, el empresario iba a enviarle un telegrama en el que cancelaba el compromiso. Por casualidad, Jeannette se encontró en la calle con el organizador de aquella gira frustrada y cuando se enteró de que la visita de Stravinski iba a ser anulada, pidió cuarenta y ocho horas para reunir el dinero que pretendía el músico. En esos dos días, la presidenta del Mozarteum reunió el dinero necesario para que uno de los máximos creadores del siglo XX actuara en Buenos Aires. Stravinski resultó un hombre con mucho sentido del humor, pero también del mal humor. “Cuando se despidió de mí –recuerda Jeannette–, me acarició la mejilla y me dijo: Ma pauvre petite, comme on vous a fait souffrir (Mi pobrecita, cómo la hemos hecho sufrir).” También en 1960 se produjo otro acontecimiento importante. El gobierno de Austria invitó a la presidenta del Mozarteum a la apertura de la nueva sala del Festspielhaus del Festival de Salzburgo. Dice Jeannette: “En la primera semana, se representó El caballero de la rosa, de Richard Strauss, dirigida por Herbert von Karajan. La noche inaugural, cantó Lisa della Casa, y en la segunda función, Elizabeth Schwartzkof, las dos sopranos más destacadas de aquellos años. Después de la première, hubo una fiesta maravillosa en un castillo. Pero yo no había ido allí sólo por el placer. Buscaba establecer contactos y los hice. Conocí al board de la Filarmónica de Viena y les propuse que el conjunto viniera a la Argentina. Todos eran hombres mayores y les resultaba divertido que una mujer tan joven se hiciera responsable de una empresa semejante. Tardé cinco años en convencerlos. En 1965, la Filarmónica de Viena actuó en los ciclos del Mozarteum, dirigida nada menos que por Karl Böhm”.
El brillo social fue para Jeannette Arata una herramienta de trabajo que le permitió concretar proyectos de servicio a la comunidad. “Los Conciertos del Mediodía, creados en 1958, absolutamente gratuitos, se realizan desde entonces gracias al aporte de sponsors.
“Las donaciones que recibimos –dice– me permitieron sostener, además, Música para la Juventud, los abonos para muchachos de menos de 25 años. Por una suma simbólica, los jóvenes pueden asistir a nuestros ciclos desde las localidades altas del Colón. Curiosamente, y ése es un motivo de reflexión, los fondos para llevar adelante esas iniciativas se consiguieron muchas veces mediante acontecimientos sociales. Las fiestas que organizamos en los años cincuenta y sesenta fueron un instrumento para que el nombre del Mozarteum se difundiera. Con poco dinero, pero mucho ingenio, llegamos a organizar recepciones muy originales. Gracias a nuestras amistades, nos hacíamos fletar cajones de langostas desde Chile. Se trataba de donaciones. Para una de esas fiestas, el padre de Nelly Arrieta de Blaquier nos hizo llegar desde sus propiedades en el Noroeste un avión cargado de quinotos, destinados a la decoración de los salones.
Cómo ganar sponsors
“Recuerdo que, en cierta oportunidad, hace muchos años, uno de los empresarios más importantes del país me comentó que le hubiera encantado asistir a una de las fiestas que acabábamos de dar. Era un hombre acostumbrado a que se lo invitara a los acontecimientos sociales más exclusivos y se había quedado sorprendido de no recibir una invitación nuestra. Muchos de sus amigos, que nos apoyaban económicamente, le habían dicho que la reunión había sido espléndida. Eso avivó su sensación de haber quedado excluido y un día me llamó para preguntarme: ¿Qué se debe hacer para ser tenido en cuenta por el Mozarteum? No desperdicié la ocasión y le respondí: Es muy sencillo. Ser nuestro sponsor. A partir de ese momento se convirtió en uno de nuestros más entusiastas adherentes. Nuestras reuniones, en apariencia frívolas, nos ayudaron a ofrecer becas, cursos de perfeccionamiento, encargar obras a compositores argentinos y comprar el atelier del Mozarteum en la Cité des Arts, de París, donde se hospedan músicos, escritores, pintores y críticos nacionales.”
Respeto y eficacia
La metamorfosis de aquella joven señora de los años 50 en una profesional se cumplió rápidamente. Guiada por un olfato infrecuente para la calidad y por un sentido obsesivo del detalle, la presidenta del Mozarteum busca prever y solucionar las menores dificultades a sus artistas, amigos y colaboradores. Cuando los conjuntos y los virtuosos del exterior llegan a la Argentina, Recha Paolini, la encargada de acompañarlos, les entrega a cada uno de ellos un sobre que contiene una suma de dinero nacional. Esa cantidad les permite circular por lo menos dos días sin tener que cambiar los billetes de divisas extranjeras que traen consigo. Invariablemente, los artistas se quedan asombrados de ese nivel de previsión y de gentileza. En ningún país del mundo, ninguna sociedad de conciertos hace algo semejante.
“Siempre he tenido mucho sentido práctico. Cuando vino Margot Fonteyn, la gran bailarina británica, uno de los sponsors quiso que ofreciera una comida en mi casa, no en un hotel, para cien invitados. Los comensales, me dijo, sentirían que, de ese modo, iban a participar de un hecho más íntimo. No discutí. Nunca se discute con un sponsor. Vacié los salones de mi casa y dispuse las mesas a lo largo, como si estuviéramos en vagones de un tren. La cena fue un éxito.” Cuando se descubrió que el esposo de Jeannette, Francisco Pacho de Erize, era víctima del mal de Alzheimer, ella aceptó la noticia con entereza y decidió que jamás lo excluiría por razones de conveniencia social de las actividades que hasta entonces habían compartido. Dice: “Los enfermos de Alzheimer no deben ser discriminados ni excluidos. Viniera quien viniera a mi casa, se tratara de Nureyev o de Rostropovich, Pacho ocupaba la mesa principal. Y él, a pesar de su mal, mantenía una compostura que sorprendía a los médicos”.
Quienes llegan a conocer en profundidad a la presidenta del Mozarteum se sorprenden de su sentido del humor, de la ironía con que se refiere a sí misma y de sus rasgos de histrionismo, así como de la sensualidad que le permite disfrutar de la buena mesa y del arte.
A pesar de sus numerosas relaciones, Jeannette Arata acostumbra pasar parte de su tiempo libre sola.
“En este tipo de trabajo, uno se halla rodeado de gente y, a menudo, se siente el deseo de estar en soledad. Precisamente porque me gusta la música, detesto el ruido de las conversaciones que ayudan a aturdirse. Quise forjar un puente entre culturas de distintos países, poner en contacto a los creadores, a los intérpretes y al público. Todo eso significa tratar a mucha gente. Pero la energía para realizar todas esas tareas nace de las horas de soledad. Ahora lo que más me importa es que el criterio con el que se ha manejado esta institución perdure más allá de quienes hoy la dirigen. El Mozarteum nunca fue una mera sociedad de conciertos, buscó alentar la creación cultural y el encuentro de los individuos. Esa fue mi manera de contribuir a la construcción de la Argentina con la que soñé. Aun hoy, en el torbellino de la crisis del país, no voy a renunciar a ese sueño.”