Él era muy mujeriego y su porte de galán de novelas nunca lo había impresionado. Mariana lo conocía muy bien, tal vez demasiado. Ella había sido su gran amiga y confidente desde el primer año del secundario y conocía de memoria sus mecanismos con las chicas, que caían rendidas con sus encantos y quedaban con los corazones rotos. No, a ella no le pasaría, jamás sería tan solo una más de una lista de amores pasados.
José se llamaba aquel chico popular, su amigo del colegio que la vida distanció pasado un par de años y con quien se reencontró hace un tiempo, con sus mismos aires, como si la vida no hubiera avanzado. "Mariana, extraño tus consejos, amiga. Acabo de cortar con mi novia", le dijo y ella creyó que sería ideal verse, ya que ella, en materia de corazones, había dejado atrás un segundo fracaso.
Fueron a tomar algo y ella lo dejó hablar. Puro desahogo que él sintió tan aliviador, que quiso volver a verla pronto. Y así sucedió con frecuencia, hasta aquel extraño día en el que coincidieron en las vacaciones, ella cayó bajo su hechizo y se pusieron de novios.
Mujeres preocupadas
Lo de ellos parecía inevitable, fluía tan natural. Tenían muchas cosas en común, se conocían y querían, se divertían mucho juntos y hablaban del futuro, por lo que a Mariana no le fue muy difícil creer que ella era la elegida, que todo iría bien, que estaban destinados.
Hasta que un día ocurrió aquel accidente que dejó a José postrado por dos meses. Ella pasaba a visitarlo todas las tardes a la salida de la oficina, pero descubrió que no era la única mujer interesada por su salud. "Una antigua novia se preocupó por él y comenzó a visitarlo con frecuencia. Y, si bien llegó a molestarme, sentía que él debía poner los límites. Lo creí suficientemente maduro y sincero como para hacerlo. Primer error", rememora Mariana.
Apenas se repuso, volvieron a su vida normal y todo parecía estar muy bien entre ellos, hasta el día en que José, sin aviso alguno, no llegó a su cita pactada. Mariana, extrañada, quedó muy preocupada, pensando que tal vez algo grave podría haber pasado. Sin embargo, la realidad era otra y cruel: a la mañana siguiente, domingo, su íntima amiga le hizo saber que habían coincidido en un club nocturno y que él no estaba solo.
Sintió odio y desazón. ¿Por qué? ¿¡Por qué!?, se preguntaba. Se conocían, creía que había respeto, que había amor, que ella no era una más del montón. Y quería que fuera feliz, por lo que si él ya no la quería, le hubiera bastado que dijera: "Lo nuestro no va, lo dejamos", y lo entendería. ¿Pero así? ¿Aquella traición? No podía creerlo, por lo que trató de tranquilizarse y esperar. Él vendría, de eso estaba segura.
¿Por qué?
Cuando al fin llegó con su cara de "sé que lo sabés", se explayó en explicaciones y excusas. Mariana lo escuchó sumida en un profundo silencio que José, que parecía conocerla tanto, no comprendió. ¿Cómo no podía comprenderlo? Todo volvería a ser como antes, le decía él convencido y sin percibirla. ¿Cómo antes? ¡Nada sería como antes!, pensó Mariana para sí hasta que rompió el silencio para esbozar la única pregunta que la inquietaba: ¿Por qué?
José bajó la cabeza, avergonzado. "No sé, estoy confundido" le dijo y fue allí que por primera vez él distinguió algo en sus ojos, por lo que intentó explayarse y mejorar su explicación. ¡Ya no! La cabeza de Mariana era un torbellino, pero de pronto una certeza emergió clara, brindándole la luz necesaria: "Bueno, si estás confundido, andá con ella. Y si en algún momento la claridad te vuelve para revelarte que es a mí a quien querés, acá estaré esperándote", le dijo. "¿En serio?", él estaba incrédulo. "Muy en serio. El amor destinado se espera", la voz en su respuesta sonaba calma y hasta ella se sorprendió.
José la miró con admiración, la abrazó con ternura y fuerza, le dio un beso y, sin más, se marchó.
En puntillas de pie
Solo dos meses hubo que esperar para que él le enviara flores y tarjetas, rendido de amor. Y a la tarde siguiente, la esperaba a la salida de la oficina. La saludó con una sonrisa y le pidió que por favor no dijera nada. Entonces se animó a hablar: "Por favor, quisiera que vayamos a tomar un café". Mariana arqueó una ceja y lo miró sorprendido. "Bueno, me dijiste que cuando dejara de estar confundido, si te elegía, podíamos volver", insistió él.
Con mucha calma, Mariana, pequeña en estatura pero grande de valor, se puso en puntillas de pie para alcanzar su mirada: "¡Te mentí!", le susurró dejándolo atónito, giró sobre sus pasos y se marchó.
Ella no sería parte de ninguna lista de corazones rotos de un mujeriego; ella estaba destinada al verdadero amor.
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