Pinamar tiene un significado muy especial para Karina Rabolini (52). Cuando aún no conocía a Ignacio Castro Cranwell (48), ambos pasaban los veranos de su adolescencia en el balneario fundado por la familia Bunge y, cuando años después el destino los cruzó por razones profesionales, los médanos del norte de la ciudad fueron escenario del flechazo inicial. Acaso por eso elige volver a la tranquilidad de sus playas y sus bosques cada vez que puede y, este 2020, lo hizo en plan de relax familiar junto a su amor desde hace tres años, los hijos de él, Valentina (15), Manuel (13) e Isabel (10), y unos amigos de la pareja con los que compartieron una casa grande, los asados de cada noche -estuvieron una semana-, las tardes de playa en La Posta del Mar y los almuerzos en la Cooperativa de Pescadores.
SIEMPRE DIOSA
Dueña de una figura espectacular, Karina sigue con disciplina su rutina de cuidado físico aun de vacaciones: acompañada por Ignacio, salió a correr todas las mañanas por la Avenida del Mar, desde el muelle hasta el balneario CR, siempre volviendo por Avenida del Libertador, para aprovechar las subidas y bajadas de esa calle que exigen más esfuerzo. Y, por las tardes, se animó a bailar cumbia en el parador con sus vecinas de carpa, una manera divertida de complementar su entrenamiento matutino.
Alejada del centro de la escena desde que se separó de Daniel Scioli y le dio un giro de 180 grados a su vida, Karina sigue eligiendo el bajo perfil: dedicada a la marca de anteojos, cremas y sábanas que lleva su nombre, comparte sus días con Ignacio, está totalmente integrada a la rutina de sus chicos, casi no va a eventos sociales y en los momentos de descanso, prefiere pasar inadvertida. Pero eso no evitó que durante estas vacaciones viviera uno de los momentos más emotivos del último tiempo, cuando se le acercó una señora en la playa de la mano de su hijita, Francesca, que nació gracias a la Ley de Fertilización Asistida que Karina impulsó cuando era la primera dama bonaerense, porque quería agradecerle y presentársela. Una muestra de cariño y reconocimiento que la conmovió mucho y, seguramente, una razón más para volver pronto a Pinamar a escribir otro capítulo de su historia de amor con Ignacio.