ESPECTACULOS. LA AVENTURA DEL TEATRO PROPIO
Actores, directores y autores concretaron el sueño, con los riesgos que esto implica. Invirtieron sus ganancias profesionales, y hasta se endeudaron, por tener su sala. Mitad héroes, mitad locos, remozaron teatros venidos a menos con toda la ilusión de devolverles su viejo esplendor
"No hay que llorar, hay que hacer", es el primer mandamiento de Alejandra Boero, un nombre impar del teatro independiente. Y eso que sobran motivos para las lágrimas: salas que cierran, merma de público, crisis económica, apoyo recortado del gobierno.
Desde los años 80 cerraron cincuenta salas. Son otros tiempos, mucho más difíciles que los de antaño. Pasaron las décadas del 50 y 60, cuando el teatro independiente gozaba de un furioso apogeo, con más de setenta salas en Buenos Aires.
El boom estaba liderado por el Teatro del Pueblo, el más antiguo -data de 1930-, con el lema avanzar sin prisa y sin pausa, como la estrella, y entre los pesos pesados estaban el Teatro Popular Fray Mocho, que pregonaba una frase de Roberto Arlt: Por prepotencia de trabajo, y también el IFT, La Máscara, Nuevo Teatro...
Los años 90 encuentran una ecuación distinta, signada por la crisis económica que hace mella en su costado más débil: el cultural. Los que pertenecieron a aquel movimiento exitoso coinciden en que ya no están los de antes; que los jóvenes de ahora no tienen la mística de los veteranos. Lo cierto es que no hay un plan cultural y que existe un enorme divorcio entre la clase política y la cultura.
Por eso resulta más admirable, pese a las adversidades, el tesón de un grupo de gente que mantiene viva la esperanza de un movimiento que subsiste sin depender de una producción rentable, sin trabajar con actores conocidos a través de la tele y capaz de no desaparecer si el espectáculo no es un éxito descomunal. Ernesto Schoo, ex director del Teatro Municipal General San Martín, recordaba en una nota la historia del ex presidente francés François Mitterrand, cuando decidió bajar los presupuestos del gobierno y su ministro de Cultura, el famoso Jack Lang, le dijo que el de su cartera había que duplicarlo, porque el prestigio cultural da prestigio a todo.
El ex secretario de Cultura y actual senador justicialista Pacho O´Donnell comparte ese concepto y opina que "históricamente, el poder fue antagónico de la cultura: la trató muy mal, la prohibió, la mató. Y aunque en distintas gestiones se ofreció apoyo al teatro, recibir ayuda oficial causaba una suerte de pudor generalizado. El poder desconfía de la cultura porque sabe que no es domesticable".
En un mundo en el que los medios audiovisuales van al galope, el teatro, que de por sí es de naturaleza conflictiva, posee una enorme ventaja sobre otros medios de expresión: el actor está vivo, al alcance de uno, sin intermediarios mecánicos.
La Revista tomó contacto con algunos autores y directores que pelean, sin dar el brazo a torcer, por mantener un espacio digno para que el teatro enarbole la bandera de otros tiempos.
El Ojo de Agustoni
En el barrio de Once, Perón al 2100, Luis Agustoni, director de las exitosas Brujas y El protagonista, ésta con Oscar Martínez, tiene su sala, El Ojo, su escuela de teatro y, puerta mediante, su vivienda.
Lleno de ironías y buen humor, Agustoni se muestra como una persona realizada. Lograr su propio espacio e inaugurarlo, en 1989, con Hamlet, parece haber colmado todas sus expectativas. "Interpretar ese rol fue la concreción de dos sueños que tenía desde los 16 años. Los hice realidad treinta años después, y cuando uno cumple los sueños de la juventud, algo esencial cambia en la persona. Me vino una gran serenidad y un pacto con mi propio ser, lo que me permite vivir y aceptar la precariedad de la vida con una naturalidad que antes no tenía." Agustoni no se cansa de decir que fue su experiencia más maravillosa. Pese a no ser reconocido, hacer Hamlet lo enriqueció. "Recuerdo que la crítica me mató, me tiraron con misiles de cabeza atómica... Pero, bueno, paciencia. No hay boxeador que pueda funcionar si no asimila el castigo..." Sincero, sin demagogias, confiesa no sentir fervor por el teatro independiente. "Me es indiferente hacerlo así o de modo comercial. No soy alguien que quiere hacer teatro independiente o que quiere hacer teatro comercial. Soy, simplemente, un profesional del teatro, que lo hace como, donde y cuando puede."
Según su parecer, la posesión de un espacio responde a necesidades lógicas: una persona que escribe, dirige y enseña teatro necesita la herramienta principal de trabajo, que es una sala. "La mía cumple cuatro funciones: es el estudio donde se dan las clases, es el lugar donde se presenta a los alumnos en demostraciones públicas, es el ámbito donde se ensayan los espectáculos y, si se la puede habilitar, es el lugar donde concurre público para ver piezas teatrales." El nombre El Ojo tiene su sentido. "Teatro proviene de la palabra griega theomái, que significa lugar donde se mira. La actitud primordial de un teatrista es observar y ver las ocultas relaciones que hay entre las cosas. O sea, que el teatro, para mí, es como un ojo."
Cuando a Agustoni le toca incursionar en el teatro comercial, los ensayos siempre los realiza en El Ojo. "El hecho de trabajar en mi lugar me estimula y predispone de otra manera. Soy feliz aquí, sin intermediarios ni socios. Los artistas somos animales territoriales. El espacio propio resulta muy inspirador".
Cuando, en 1987, dirigió El último de los amantes ardientes embolsó el primer dinero grande y ya tenía en vista la propiedad de Perón y Azcuénaga, a la que señó sin perder tiempo. Así se convirtió en uno de los primeros hombres de su raza en contar con un teatro propio. "Tuve que invertir mucho; pero, por suerte, no me endeudé. Fui afortunado en algunos espectáculos, de modo que pude mejorar la estructura a lo largo de los años." El delicado momento que vive el teatro no le es indiferente. Sin embargo, avizora un futuro auspicioso desde que se estableció la ayuda por parte del Instituto Nacional del Teatro. "La gente del medio tiende a quejarse y a hacer hincapié en la crisis que nos envuelve. Más allá de eso, la cantidad de espectáculos que hay, el movimiento creativo y el numeroso público que está apareciendo no son justamente síntomas de muerte", se alienta.
Quinteros y su doble
Aráoz al 700, barrio de Villa Crespo. Vestido de overol, jeans rotos y manchados de pintura, las manos polvorientas de material, Lorenzo Quinteros deja a un lado las refacciones de su teatro, El Doble.
"Estamos por estrenar y la sala necesita algunos retoques..." Las palabras del dueño de casa se entremezclan con martillazos e incesantes chirridos de una sierra, que vienen del fondo.
Su padre fue la persona que le transmitió el fervor por el teatro en su Córdoba natal. "el -cuenta- era comerciante, nada que ver con la profesión, pero me llevaba a ver a las compañías que pasaban por mi pueblo e íbamos seguido al cine. Cuando viajaba a Buenos Aires a comprar mercadería, iba al teatro y a la vuelta me contaba las obras. La pasión de ahora tiene que ver con mi infancia, mi padre, sus ilusiones".
La idea de tener un teatro propio fue creciendo paralelamente a la necesidad del actor por tener un espacio para conjugar la formación, la pedagogía y la investigación. "No concibo una escuela teatral en la que no se hagan espectáculos. Me parece una atrofia. Esa inquietud me llevó a la necesidad de un lugar propio; nadie, ningún empresario ni institución, te va a dar un lugar de estas características para investigar, jugar y pensar alrededor del teatro." En 1993, El Doble empezó a tomar forma. Primero alquilaba un espacio en Palermo, pero resultaba minúsculo para los proyectos y planes de trabajo trazados. Dos años después, por fin la fantasía de disponer de una sala con mayores dimensiones se concretó. Desde hace más de dos décadas, Quinteros enseña teatro, pero sólo en 1995 pudo hacer eso mismo en casa propia. Claro que disponer de un ámbito significó una pequeña amputación. "Para comprar este lugar tuve que vender mi casa. Todavía no pude levantar las hipotecas. Pero no me importa, soy un tipo dedicado al teatro plenamente; entonces, lo principal para mí no es una vivienda, sino un lugar de trabajo. ¿O cómo me gano la vida?" Quinteros vivió en su teatro durante los primeros meses, hasta que fue expulsado por las obras en construcción. "Ahora alquilo un departamento cerca, en Almagro, pero me paso casi todo el día aquí adentro."
Estrenó su propio escenario con Los impunes, pieza que dirigió e interpretó. "Fue una sensación rara trabajar ahí, era demasiado estar actuando y dirigiendo en mi propio lugar, donde uno no puede escaparse de ser empresario. Con la diferencia de que esta compañía sólo da pérdidas..." La faceta empresarial es lo que más dolores de cabeza le causa. Lo abruma pensar en qué gastar, cómo pagar, a quién pedir prestado. "Todo es muy desgastante; quisiera eludir las cuentas, pero, por ahora, no tengo remedio. Agacho la cabeza y sigo adelante."
El Doble -denomiado así en homenaje a Dostoievski y a su célebre relato- no podría existir si no fuera por los ingresos que brinda la escuela, que cuenta con un promedio de cien alumnos y financia toda la actividad teatral.
"Lo que obtenemos del teatro no alcanza ni para pagar la luz. El público abona por su entrada entre cinco y diez pesos. Cuesta mucho dinero poner una obra. Se trabaja casi gratis. Lo poco que entra se reparte entre los actores, a los que les alcanza, apenas, para el café con leche, siempre y cuando la obra sea un éxito."
El actor de Las puertitas del señor López apunta contra el gobierno.
"Aquí, la cultura está descuidada, no se la toma como una inversión. No se tiene en cuenta que opera sobre la inteligencia, el imaginario, lo simbólico de un pueblo, y de que eso es tan importante como el alimento. ¿De qué sirve tener una sociedad bien alimentada pero inculta? Hay ciertos valores que habría que ir modificando, pero para hacerlo hay que tener fuerza, aunar voluntades y arriesgar. Hacen falta decisiones políticas, como la ley del teatro, y hace falta más, mucho más."
Boero, en la lucha
Pionera del teatro independiente, luchadora imbatible, fundadora de varias salas, Alejandra Boero sigue manteniendo las lanzas teatrales en alto. Referente desde hace más de medio siglo del movimiento independiente, asegura no haber llegado a la saturación.
"A esta altura, no creo que llegue -comenta la fundadora de Nuevo Teatro-. Es un amor de toda la vida, al que me he brindado plenamente". Pese a eso, estima que tener una sala propia es una mezcla de aventura quijotesca y satisfacción. "El teatro es una forma de educación indiscutible, donde el espectador se sensibiliza, recibe ideas, en tiempos acaparados por el zapping y el shopping", afirma.
Alejandra luchó y se sacrificó por sus ideales. Nunca ganó buen dinero y lo poco que tuvo lo invirtió para crear más salas y fuentes de trabajo. "No tengo una vida abnegada, porque yo elegí lo que me gusta. Cuando se escoge un camino, una se juega; de lo contrario, ¿para qué estamos en la vida? El teatro es maravilloso como medio de comunicación y expresión. Es la única frontera que queda, no viciada de tecnología".
En Paraná al 600, pleno centro, se levanta Andamio 90, espacio que puede albergar a 180 personas. El nombre responde a que, para construir algo, siempre hace falta un andamio, "y en teatro todo se arma y desarma, todo es tan movedizo, transitorio y rápido como un andamio".
Su nacimiento es digno de comentar, ya que un gran amigo de Boero, Paco García Vázquez, siempre la acompañó en este tipo de cruzadas. "el quería que construyéramos un teatro juntos. Soñábamos con hacer una sala, especialmente después de perder Nuevo Teatro. Pero pasaron los años, Paco se enfermó, aunque persistía en llevar adelante ese proyecto. Le pedí que no se embarcara en semejante empresa hasta que no se recuperara. Pero murió. Unos meses después, me enteré de que había dejado un legado para que yo levantara este teatro. Fue como un mandato." Aunque esa herencia fue de gran ayuda, no resultó suficiente: hubo que hipotecar viviendas, pedir una mano a los amigos más cercanos, y aún restan deudas por saldar.
Ella opina que se vive en un mundo con víctimas y victimarios. Dice estar del lado de las víctimas, "porque aporté montones de cosas y siempre estoy al borde de desaparecer. El futuro de este teatro es una incógnita, lo sostenemos como podemos".
La parte económica y administrativa de la sala prefiere delegarla en su hijo Alejandro Samek, pues se considera una negada para los números. "Siempre me ocupé de lo artístico; el tema dinero no lo manejé nunca, porque para mí no tiene ningún valor. Soy capaz de perder cualquier cosa, con tal de no pelear por plata. Hasta prefiero que me estafen."
Curtida por demasiadas batallas, a Alejandra Boe- ro no la desespera saber qué será de Andamio 90. Es uno más de los tantos molinos de viento de su vida. "El teatro es una caja de resonancia del país. Lo que ocurra en el nivel general repercute aquí. No es casualidad que ningún partido político tenga un plan cultural sensato. Me refiero a favorecer la expresión del pueblo, para que su gente tenga una cultura propia, de un país con identidad."
Para encarar un proyecto teatral, la autora y directora cree necesaria una dosis de locura, fanatismo, osadía y grandeza. Remarca que las paredes las levantan los actores y la gente del teatro, como lo hicieron el mismo Shakespeare o Ben Jonson, y que los empresarios con mucho capital no construyen nada ni se arremangan.
"Para concretar lo que una se propone, hay que agarrarse a trompadas con la vida. Es vital tener en claro qué es la vida y para qué estamos acá: si estamos sólo para gozar o si gozamos cuando logramos algo. Vencer los obstáculos, tener la sensación de una batalla ganada, llenan el espíritu. No pasa ni por la plata ni por lo material; pasa por uno, por ser capaz de derrumbar a los oponentes."
Del Pueblo, una marca
Roberto Cossa, Marta Degracia, Bernardo Carey, Osvaldo Dragún, Carlos Pais, Roberto Perinelli y Eduardo Rovner integran la Fundación Carlos Somigliana, organismo sin fines de lucro a cargo de la programación de espectáculos del Teatro del Pueblo.
A esta sala, Diagonal Norte al 900 -fundada por Leónidas Barletta, en 1930-, se la considera piedra fundamental del teatro independiente en América latina, un símbolo de resistencia cultural.
"El teatro independiente -refresca Rovner- tiene que ver con mantener una utopía, defender ideales... Dentro de la histori, tiene una tradición de rebelión frente a lo instituido."
Los miembros de la Fundación SOMI -así se la conoce- llevan siete años reuniéndose semanalmente para debatir sobre el teatro que conducen: desde los caños rotos, pasando por la necesidad de reponer artículos de limpieza, hasta la programación cultural de la temporada próxima. Tito Cossa fue el impulsor de este proyecto, mientras que el resto, si bien acompañó, mostró resistencia en un principio.
La historia es que el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos compró el inmueble en 1992, y, en 1994, SOMI le propuso hacerse cargo de toda el área teatral. Después de dos años de intensas refacciones, en mayo de 1996 se inauguraron las dos salas: Carlos Somigliana (180 butacas) y Teatro Abierto (80). "El teatro lucía tan caído que el escenario se hundía y los baños ni siquiera estaban en condiciones de subdesarrollo -comenta Cossa, que toma la batuta-. Fue remodelado por completo; era bastante pobretón y antiguo." Marta Degracia, única mujer del grupo y esposa de Cossa, agrega: "Se hizo todo a nuevo y se construyó otra sala con fines experimentales. Nos sentimos orgullosos, porque tener un escenario con amplias dimensiones, en este lugar, es un milagro". Todos remarcan la colaboración del Instituto Movilizador, que se hizo cargo de dos tercios de todos los gastos. "Del resto -acota Pais- se encargó SOMI, con subsidios de la Secretaría de Cultura y aportes personales nuestros." Del Pueblo es la única sala dedicada al autor argentino y los que la conducen procuran profundizar esa vertiente. "Buscamos llevar al escenario -manifiesta Carey- las obras que sentimos que nos representan. Contar con este espacio nos permite poner obras como Venecia -ganadora del premio ACE-, descubierta por nosotros, que pertenece a Jorge Accame, un porteño que vive en Jujuy." Amenidad, buena onda y trabajo a conciencia encuadran la actividad de esta verdadera barra brava teatral. Cada tanto mechan alguna broma, y Cossa es el abanderado. "Al cabo de este tiempo al frente de la sala, lo mejor que podríamos hacer sería quedarnos en casa y no venir más. Ya estamos muy veteranos para meternos en este baile." Carcajadas.
Desde que SOMI empezó su labor, 32 fueron las obras estrenadas, que generaron mil puestos de trabajo y atrajeron a 30.000 personas. Sólo dos de esas piezas fueron elaboradas por miembros de la fundación. Cocinando con Elisa, la de mayor éxito, permaneció quince meses en cartel. "Desde el principio -argumenta Degracia-, nos prohibimos estrenar nuestras obras, para que no se pensara que esto sería un teatro para que un grupo de autores hiciera sus trabajos, sino que buscamos el estímulo del autor teatral. Apuntamos a un espacio que privilegie la reposición de obras argentinas."
Cuando dejan volar la imaginación, les produce cosquillas la idea de, algún día, "estrenar una historia escrita por todos nosotros", como dice Pais. Carey, más diplomático, expresa que desearía "reponer una obra de Somigliana, nuestro santo patrono".
Risas.
El lifting del Regina
En junio último, Ricardo Darín y José Luis Mazza alquilaron, por tres años, el teatro Regina, de Santa Fe y Libertad. Esa es la mera formalidad del acuerdo, que estará supeditado a la realidad. O sea, a cómo ande la sala.
Que dos actores hayan tomado un teatro de tanta historia es poco usual. La llegada de Darín y Mazza al Regina estuvo signada por la casualidad, como ellos sostienen. "Nosotros -se adelanta Darín- teníamos los derechos de la obra El submarino y buscábamos una sala donde colocarla. No conseguimos ninguna, los empresarios consultados nos dieron siempre la espalda..." Ambos hacen hincapié en que no los movilizaba tener un teatro, pese a que se sienten muy contentos con el logro. "Sabíamos que el Regina -agrega Mazza- estaba naufragando y no desconocíamos que poner un pie allí adentro, para devolverle la vida, sería una tarea complicada."
Querían afrontar el desafío, pero la inversión para devolverle el prestigio al teatro era demasiado alta. "Yo siempre ponía peros y Ricardo era el que los destrababa. Ocurre que la parte económica estuvo a cargo de él, por eso yo me preocupé más." Mazza, el mismo que interpretó al hijo menor de La familia Falcón, puso "el trabajo y la garra" y es en quien recae la actividad empresarial y ejecutiva.
Hacerle el lifting al teatro les llevó dos meses de reconstrucción. "Nos queda la tranquilidad de haber hecho las cosas bien; no emparchamos, tiramos abajo lo deteriorado para construir sano desde los cimientos. Era imprescindible levantarle el ánimo al Regina para que volviera a formar parte de lo mejor del circuito teatral."
Darín y Mazza forman una sociedad desde hace muchos años, sustentada por afinidades y una sólida amistad. Coinciden en darle al Regina un perfil definido y devolverle una identidad que perdió. "Apuntamos a darle un equilibrio entre lo que nosotros queremos y lo que la sala permite." Prudencia es el calificativo con el que se están manejando, ya que éste es un campo desconocido para ellos. "El destino quiso que nos encontráramos con esta nueva actividad", repiten una y otra vez. Subrayan que no buscan hacer del Regina un negocio. "Sí queremos -enfatiza Darín- tener una ambición mínimamente lógica, para que la sala pueda autoabastecerse y nos estimule a seguir adelante. Querer hacer teatro no quiere decir querer ser empresario: significa querer hacer teatro."
Cada vez que piensa en eso, a Mazza le sale una arruguita de preocupación por el costo operativo que necesita el teatro. "Esa inversión, irrecuperable, tiene dos lecturas: una, pensar a futuro con respecto a la sala; la otra, más romántica, es tener la satisfacción de haber levantado un teatro muerto. Si nos va bien, lo disfrutaremos desde adentro; caso contrario, habremos hecho una contribución a la Casa del Teatro, que no es poco."
La nueva ley del teatro no tiene vigencia en el Regina. Su capacidad para 400 personas lo encasilla como teatro comercial (los independientes no exceden las trescientas butacas). "La verdad -esgrime Darín- es que el único apoyo que recibimos es el espiritual. Ni siquiera tenemos sponsors. Esta sala es el único ingreso de la Casa del Teatro. Por lo tanto, debería contar con las prebendas de los independientes, que cubren con subsidios parte de sus costos."
Darín y Mazza saben al dedillo que las generales de la ley indican que invertir en teatro es algo que no se debe hacer en la vida. "Nosotros queremos hacer nuestra experiencia solitos, sin importar los portazos que esto implique. Por eso, tratamos de no escuchar demasiado las sugerencias de la gente del medio; el hacerlo nos hubiera hecho bajar la guardia."
Siempre hay Carreras
"El amor por el teatro es, más que expresarlo con palabras, algo que uno manifiesta con hechos. Es uno de los caminos de expresión más difíciles y menos redituables. Aun así, el teatro es para los actores un ámbito maravilloso, que todavía nos permite la comunicación directa con la gente, ya sea en un pequeño tablado o en un escenario gigantesco. Ese diálogo del intérprete a través de su entrega y el aplauso del público, ese contacto directo, es lo que a una la va energizando para que, a pesar de las adversidades, no claudique."
Son definiciones de Mercedes Carreras, que maneja la sala Enrique Carreras, en Mar del Plata.
Desde la muerte de su esposo, el director y empresario Enrique Carreras, en agosto de 1995, Mercedes, junto a sus cuatro hijos, lleva las riendas del ex teatro Odeón, que esta temporada cumplirá las bodas de plata. "Mi papel -explica la actriz- es continuar con lo que hizo Enrique durante tantos años: mantener una sala abierta con continuidad". Los 25 años del teatro tendrán como festejo un megaevento que incluirá siete obras (una distinta cada día), durante toda la temporada.
"Creo que es la mejor manera de honrar la memoria de Enrique. Este es un emprendimiento muy importante y complicado, pero vale la pena arriesgarse: un cuarto de siglo al frente de un teatro no es cosa de todos los días."
La elección y el montaje de las obras corren por cuenta de Mercedes, que remarca la constante colaboración de su equipo y la adhesión desinteresada de los actores y directores convocados. "Sin la ayuda de todos ellos no hubiera podido montar esto. No será un boom económico subir a escena una vez por semana, pero todos me dijeron que no se querían perder este festejo", comenta agradecida.
Conducir un teatro significa toparse con obstáculos a cada momento. Provoca un desgaste considerable a través de los años, se producen cambios sociales, recambios generacionales, una competencia lógica. "Yo -comenta Mercedes- empecé a trabajar en Mar del Plata cuando se veraneaba tres meses al año. Eso no corre más. Igual, los actores debemos amar y defender esta ciudad a ultranza, porque nos cobija y nos brinda una fuente de trabajo muy importante, ya que se transforma en la capital del espectáculo en el verano."
El ex Odeón, baluarte marplatense, se convirtió en un ámbito familiar, testigo del paso de las más rutilantes figuras de ayer y de hoy, en cabalgatas nostálgicas que atraían a públicos de todas las edades. "Tenemos muchos seguidores que, cada año, nos brindan su cariño. Y creo que lo merecemos: con éxitos y fracasos, los Carreras siempre fuimos fieles a la ciudad."
Desde hace unos meses, en la sala Enrique Carreras funciona un taller teatral, con una importante movida de gente durante todo el año. "Me reconforta mucho que el teatro cobre vida durante el invierno y produce un poco el milagro que una siempre anheló: estar de temporada todo el año." Si bien en la familia Carreras no surgió la idea de trasladar la sala a Buenos Aires, en años de mayor prosperidad, cuando Enrique aún vivía, estaba latente la posibilidad de comprar una vieja casona de San Telmo y transformarla en teatro. Pero una oferta más tentadora para adquirir un café-concert en La Feliz fue suficiente para dejar el viejo sueño a un lado. "Hubiera sido mi ilusión tener una salita en la Capital. No por el poder de poseerla, sino por la posibilidad de tener y dar continuidad de trabajo, y así formar un circuito entre Buenos Aires y Mar del Plata", se lamenta Mercedes.
La lección de Mathus
Si bien Carlos Mathus es sinónimo de La lección de anatomía, el autor y director rosarino escribió más de 30 obras y dirigió 150. No obstante, ninguna causó el impacto de su ópera prima. Son 26 los años consecutivos de La lección..., el equivalente a nueve mil funciones. Por su continuidad, se asimila a los casos de La cantante calva, en París, y La ratonera, en Londres.
Mathus nunca imaginó el éxito comercial de su pieza que, originariamente, duraba cinco horas. Es más, cuando en 1972 buscaba dónde colocarla, el rechazo de los productores fue unánime y le presagiaron un fracaso rotundo. Mathus creyó en su producto y peleó contra viento y marea hasta que, de uno de sus tantos contactos, surgió un psiquiatra interesado en comprarle sólo una hora de la obra, para presentarla en un Congreso Internacional de Medicina. "Hicimos la puesta en escena -recuerda- y me sorprendió la reacción desmesurada del público, que lloraba y gritaba emocionado." Ese síntoma resultó clave.
"Juntamos dinero como pudimos y la estrenamos en el Theatron." Desde ese día, estuvo once años en aquella sala y luego deambuló por el Ateneo, el Blanca Podestá y el Tabarís, hasta desembocar en el Empire.
Una de las llaves del éxito, según su creador, es que "la obra no existe, trata una serie de estructuras dramáticas en las que el actor trabaja de manera que el espectador elabore su propia historia. Desde el comienzo, mi idea era recrear el teatro como ceremonia;s entonces apunté a hacer una obra que no se pudiera fotografiar, filmar, contar ni escribir de ninguna otra forma que no fuera en teatro".
El autor, que hace del nudismo una impronta de su obra, tiene una concesión hasta el 2006 con el Empire, en Hipólito Yrigoyen al 1900. La faceta empresaria la maneja con ductilidad, sin inconvenientes: ya a los 18 años conducía dos teatros en su ciudad natal. Explica que "era muy audaz y utilizaba una frase de Valle Inclán como cabecera: Cuando quieras ver al rey, entrá directamente, porque es tu casa".
Mathus, a diferencia del resto de sus colegas, desanda solo su propio camino por el mundo de las tablas. "Creo que hay desconexión entre la gente del medio; hasta desinterés, diría. Cada uno trabaja por su cuenta y pienso que se necesita unión para las grandes conquistas." A todo esto, él no se acerca a sus colegas ni viceversa. Está casi convencido de que por el éxito de La lección... fue marginado por sus pares. "Hasta ese momento, yo era el niño mimado, el vanguardista loco. Tuve la mala suerte de ganar mucho dinero con la obra, y por eso me sentí rechazado. Hasta me decían: Mirá, vos con esa obra comercial, equivocaste el camino. Pero uno no hace el éxito, sino el público." A Mathus le avergüenza decir que aprendió a leer y a escribir a los 2 años o que se recibió en el magisterio a los 15. "Era un chico diferente, pero para bien. En la escuela me adelantaron 3 años. No creo en la ayuda con subsidios. Lo único que quiero es que no molesten, porque el teatro se mantiene por el público. Si un teatro tiene que subsistir será por la gente, no por la cooperación del Estado." Son esas contradicciones propias de la actividad. De Sófocles a Ionesco, nada bueno se hizo sobre las tablas sin que mediara un conflicto.
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