La ciencia más rara de 2018: pediatras que tragan ladrillos de Lego y pulpos con anfetaminas
El destino de la humanidad, los grandes logros tecnológicos, las soluciones para los problemas que acucian al planeta… no forman parte de esta nota. Aquí presentamos la selección que hizo Buzzfeed sobre las investigaciones más insólitas que realizaron los científicos en distintos laboratorios del mundo durante 2018 y que van desde pediatras que se comieron piezas de Lego para ver cuánto tardan en pasar por el intestino hasta los pulpos a los que se les dio éxtasis, pasando por la relación entre los olores que percibe con desagrado una persona y su pensamiento político.
Dos advertencias antes de empezar: el hecho de que la ciencia se permita este tipo de investigaciones no significa que sean vanas, porque siempre alguna consecuencia generan o podrían generar, hipotéticamente, y, además, los científicos también son personas (aunque no siempre lo parezca) y tienen algún derecho a la diversión, por más nerds que sean. Dicho esto, vayamos por partes.
La revista Current Biology publicó en septiembre el trabajo de científicos de la Universidad Johns Hopkins (Estados Unidos) que le pusieron éxtasis al agua en la que había un grupo de cinco pulpos. Desde luego, no se trató simplemente de un uso recreacional o de darle esa metilenedioximetanfetamina (o MDMA) y ver qué tan danzarines se ponían con sus ocho miembros. La idea era más bien ver si los circuitos cerebrales y las conductas son similares a los de los humanos bajo idéntico influjo químico.
Para dar una idea de la seriedad, el trabajo arranca así: "El linaje de los humanos y los pulpos está separado por más de 500 millones de años y muestra patrones anatómicos divergentes de organización cerebral. Pero más allá de esas diferencias, existe cada vez más evidencia que sugiere que los sistemas antiguos de neurotransmisores son comunes a vertebrados e invertebrados…". Total y acostumbrada circunspección. Además, el estudio provee evidencia, en efecto, de que el MDMA aumenta los comportamientos de socialización de los pulpos; son más amigables, buscan más el contacto con pares, lo que sería un indicio de qué tan antigua es esa posibilidad neuronal en términos evolutivos. Como sea, un caso típico de "no lo hagan en sus casas".
Del mismo modo que el segundo de este listado. Un grupo de seis investigadores de la Universidad de Melbourne (Australia) decidió que había poca información respecto de cuánto tardan en pasar por los intestinos ciertos objetos ingeridos por accidente y creyeron que era buena idea calcular la duración precisa de ese pasaje entre que se ingiere la cabeza de Lego y su, digamos, excreción. Pero no buscaron sujetos experimentales, sino que prefirieron ellos mismos comerse el juguete y revisar sus deposiciones hasta que apareciera. Y hasta armaron un gráfico con un escore para ver cuánto se demoraba ese tránsito, que bautizaron Período Espaciotemporal de Descubrimiento del Objeto (PEDO), que fue, dicho sea de paso, de entre día y medio y tres días como máximo, ¡y sin mayores complicaciones! El trabajo fue publicado en una revista pediátrica y tuvo como objetivo calmar la ansiedad de los padres ante este tipo de accidentes domésticos. Después, no digan que los científicos no arriesgan sus cuerpos en pos de la ciencia...
También de Australia, aunque de la Universidad de Sidney, es la investigación acerca de "La aparición y características de los Homec (Hombres de mediana edad con calzas) australianos", especie suburbana que monta bicicletas y cuya proporción aumentó notablemente desde 2002-2004, y que tiene como cualidad vivir cerca del agua.
Para el siguiente estudio destacado hay que viajar a Suecia. Se sabe que el mundo de las correlaciones es polémico: el hecho de que dos cosas aparezcan al mismo tiempo no significa necesariamente que una sea la causa de otra. Es famosa la investigación que relaciona la aparición de Nicholas Cage en distintas películas con el número de personas ahogadas en piletas (66% de correlación) o la tasa de divorcios en Maine con el consumo de margarina (99%; todas estas y más correlaciones singulares están reunidas en tylervigen.com). El trabajo de la Universidad de Estocolmo mostró que quienes reaccionan con disgusto a un olor corporal pueden tener una preferencia hacia los regímenes autoritarios. Para ser justos, no se trató de una mera correlación, ya que los científicos midieron según una tabla de actitudes sociales las reacciones frente a un olor extraño (o bien, extranjero) en 201 sujetos. Y relacionaron esta alta sensibilidad con una preferencia igualmente alta por sociedades autoritarias que tienden a reducir el contacto con el diferente.
Más subibajas tiene la investigación que se publicó en la revista de la Asociación Osteopática de los Estados Unidos respecto de la posibilidad de que las montañas rusas ayudaran a la eliminación de cálculos renales. En este caso, no se usaron modelos vivos, sino un riñón de silicona con cálculos con su correspondiente pasaje hacia la uretra. Se le hizo dar al riñón de plástico sesenta vueltas en un parque de diversiones, lo que generó muchos diagramas, gráficos y conclusiones; entre estas últimas, que parece funcionar mucho mejor el método cuando el paciente con cálculos se sienta atrás.
También corporal es la sexta investigación de este listado. James Cole, de la británica Universidad de Brighton, midió los beneficios en términos de calorías de ingerir carne humana. Como en casos similares, no había fines meramente morbosos en el trabajo de Cole, sino tratar de ver por qué pudieron haber ocurrido de manera más o menos sostenida episodios de canibalismo durante la era paleolítica. ¿Los resultados? Nuestros músculos y nuestra grasa son buenos nutricionalmente, aunque no tanto como otros animales que el Homo sapiens tuvo más o menos a disposición para la caza en distintas geografías.
Las últimas dos investigaciones que resalta Buzzfeed son respecto de la mortalidad de los personajes de la saga Game of Thrones, y la otra, de científicos italianos que usaron la física para determinar por qué la pizza cocinada en un horno tradicional es mucho más sabrosa que la apurada en un horno eléctrico.
Algo más que diversión
Algunas de estas investigaciones obtuvieron el premio IgNobel, alguna vez presentado erróneamente como anti-Nobel, pero que en realidad se otorga (de modo gracioso, sí) a las investigaciones que primero hacen reír y luego pensar. Se entregan en Harvard desde 1991 en una singular ceremonia cuyo anfitrión es Marc Abrahams, a su vez editor de Annals of Improbable Research (www.improbable.com), la revista que reúne la ciencia jocosa. Las investigaciones de este tipo son decenas y decenas, desde la comprobación de cómo los murciélagos ejercen el sexo oral hasta la relación entre sildenafil (Viagra, para los amigos), hamsters y jet lag, investigación por la cual fue distinguido en 2007 el cronobiólogo y divulgador argentino Diego Golombek, quien viajó para aceptar el premio (algo que no todos hacen).
Pero el hecho de que puedan resultar hilarantes no les quita para nada lo científico. Por un lado, porque se trata de papers hechos y derechos, con validación y referís como en la ciencia más solemne (¿aburrida?), y realmente nunca se sabe adónde conducirá una investigación científica. El periodista Antonio Martínez Ron escribió que "en 2006, Bart Knols recibió el IgNobel por un estudio que mostraba que el mosquito anófeles se siente atraído por el olor del queso Limburger y el olor de los pies. Como resultado de estos trabajos, este tipo de queso se coloca en algunos lugares de África para combatir la malaria".
Y por otro porque lo IgNobel no quita lo Nobel, como le pasó al físico ruso Andre Gueim, que obtuvo el primero en 2000 por un trabajo en el que hacía levitar ranas con imanes y luego en 2010 el segundo por sus trabajos sobre el grafeno. Por el IgNobel, Gueim obtuvo un billón de dólares (de Zimbabwe); por el Nobel, un millón de dólares (de los Estados Unidos) y un banquete con el rey de Suecia y no con el rey de corazones de Alicia en el País de las Maravillas, que bien pudo haber sido el anfitrión de la velada bostoniana.