La competencia por ser escuchado es feroz y hay que estar preparado
Hablamos hasta por los codos, pero cuando tenemos que hacerlo en público se nos acelera el corazón, transpiramos y se nos enfrían las manos. Los argentinos no estamos bien entrenados en retórica y oratoria, como sí lo estaban griegos y romanos. Tal vez porque en un país caliente y repentista como el nuestro se haya mirado con suspicacia la organización deliberada del discurso y de los modos de decirlo, y en cambio se haya admirado más la improvisación y la ocurrencia. Quien habla siguiendo palabras estudiadas se arriesga a que lo acusen de insincero.
Pero esto ya no es más así. Tal vez porque estamos integrados con lo que pasa en otras partes del mundo, y el buen ejemplo cunde. Tal vez porque los expositores argentinos en congresos y seminarios internacionales se han cansado de quedar peor que sus pares entrenados para la ocasión. O tal vez simplemente porque el tedio de escuchar siempre lo mismo, de la misma manera, como una canilla que gotea, sea una tremenda motivación para buscar nuevos trucos retóricos.
Las ocasiones y la necesidad de hablar en público se han multiplicado. La vida burocrática -estatal o corporativa, no importa- es impensable hoy sin presentaciones. El PowerPoint manda, mal que nos pese. Según Microsoft, en 2001 se creaban 30 millones de ppt por día. El dato es viejo y dudoso, pero cualquiera que trabaje dentro de una organización mediana o grande lo ve congruente con su experiencia diaria.
Tanto tedio y tanta necesidad pidieron nuevas formas de hablar en público. Las charlas tipo TED fueron señeras. En poco tiempo pasaron de ser un secreto para iniciados a meterse en la conversación del asado dominguero. Un nuevo estándar para la oratoria actual. También, una exigencia añadida para la vida profesional: una nueva competencia que dominar para escalar en la jerarquía organizacional.
Los nuevos formatos para hablar en público apelan a los mejores recursos de la literatura, las artes escénicas, la narración. Se sube a un escenario para contar una historia, crear un momento único y empático, sorprender. Para ello vale recurrir al humor, al suspenso, al arco narrativo, a los silencios teatrales. La atención es un recurso escaso y la competencia por ser escuchado es feroz. Hablar en público sin prepararse es en el mejor de los casos desaprovechar una oportunidad. En cambio, cuando alguien se toma el trabajo de pensar en lo que va a decirnos, y en cómo va a hacerlo, nos sentimos halagados. Así, somos más permeables a sus palabras.
El autor es director de Sociopúblico, estudio de comunicación de ideas complejas.
Ignacio Camdessus
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