A Agustín Nottebohm siempre le gustó navegar. Hace unos años atrás se compró su propio barco que lo llevaría, sin saberlo, a conocer a su nuevo amor. Es que Agustín para ese entonces estaba casado, con hijos pero su matrimonio estaba totalmente terminado aunque por algún motivo lo seguían sosteniendo.
Un verano, cuando seguía aún con su ex mujer, estaban en el puerto y llegó otro barco. Sin conocer, aún, a sus tripulantes, en él se encontraba Valeria con sus padres y su hijo. Pasaron dos o tres días hasta que Agustín la vio por primera vez y le llamó la atención. Ellos ya se volvían para Buenos Aires así que Agustín solo charló cinco minutos, los ayudó a salir porque había mucho viento y eso fue todo. No supo el nombre, ni su estado civil, ningún dato personal que los mantuviera conectados y ahí se terminó la historia. Por el momento.
Un año y medio más tarde cuando Agustín se separó, sus amigos insistían en presentarle a alguien, pero a él no le gustaba eso de las citas a ciegas, no se sentía cómodo. Decidido, un día se acercó a cuatro amigos y les confesó su sueño: "Voy a ir a buscar a una morocha que vi una vez arriba de un barco".
La búsqueda del nuevo amor
En aquel encuentro de cinco minutos Agustín supo el nombre del club donde la familia de Valeria tenía el barco. No recuerda si se lo dijeron en esa pequeña charla o si lo leyó, pero al menos era la única información con la que contaba. Esa y su memoria fotográfica, de la cual está muy orgulloso. Recordaba cómo era el barco y estaba seguro que con solo verlo lo reconocería. Con esa confianza en sus sentidos emprendió la búsqueda. El club era vecino al que estaba él.
Entre carcajadas y más con un sentimiento de aventura que de misión posible, los cinco amigos se subieron a un botecito inflable y fueron bahía por bahía en plan de reconocimiento. Agustín fue categórico: "Ese es el barco". Le sacó una foto al número de matrícula (el equivalente al número de patente de un auto), y a los pocos días llamó al club para que le dijeran el apellido del dueño, dato que el club, por supuesto, no le quiso dar. Así que habló con un gestor de barcos que algunas veces lo había ayudado con algunos trámites y al día siguiente tenía el apellido de los padres de Valeria. Ahí mismo se sentó con un amigo y empezaron a buscar por Facebook hasta dar con la foto que les daría el nombre de aquella mujer había quedado en su memoria.
Cuando la encontró le mandó un mensaje. "Le conté de cómo la recordaba de aquel momento; le pregunté si ella estaba casada o era soltera. Le conté que estaba separado y libre, y que si ella también estaba libre entonces la quería invitar a salir", recuerda Agustín. Se fijó y no tenían amigos en común. Pero viendo su lista de contactos encontró uno que él conocía pero que no lo tenía en su Facebook. Así que volvió a las viejas épocas e hizo el llamado por teléfono. "Listo, ya la llamo y le hablo de vos", fue la respuesta.
El encuentro no se hizo esperar. "Después de ese acercamiento por mensaje la invité a salir y, obviamente, el primer encuentro fue en el barco, donde yo vivía desde que me había separado. La segunda salida fue ahí y la tercera también", cuenta Agustín. Ella confesó que lo recordaba de aquel primer contacto visual, pero como él estaba acompañado se olvidó.
Hoy llevan dos años y medio juntos, hace veinte días decidieron comprar un lugar para irse a vivir juntos. ¿Tierra o mar? Esta vez fue una casa la elegida para continuar con su historia de amor.
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