La ducha diaria también puede matarnos
El secreto de una larga vida tal vez esté en prestar atención a los frecuentes "riesgos de bajo riesgo", como ducharse o tropezar, en vez de temer a las grandes catástrofes
NUEVA YORK.- La otra mañana escapé ileso de una situación peligrosa. No de un hombre armado que entró a mi casa a robar, ni de un león con el que me topé cara a cara durante un paseo de avistamiento de aves. A lo que sobreviví es a mi ducha de todos los días.
En gente mayor como yo, que tengo 75 años, las caídas son una frecuente causa de muerte. En mi grupo de amigos cercanos y en el de mi esposa, donde todos tienen más de 70, uno quedó lisiado de por vida, uno se quebró un hombro, y otro se quebró una pierna, todas caídas que se produjeron en la calle. Uno más se cayó por la escalera, y finalmente hay otro que tal vez no sobreviva de una reciente caída.
"¿Pero qué riesgo puedo tener de caerme en la ducha? ¿Una chance en mil?", objetarán algunos. Mi respuesta: tal vez, pero con eso no alcanza.
En Estados Unidos, la esperanza de vida de un hombre sano que tiene mi edad es de aproximadamente 90 años. Si quiero alcanzar la cuota estadística que me corresponde y vivir 15 años más, eso significa que debo multiplicar las duchas diarias por 365 y luego por 15, lo que arroja un total de 5.475 duchas.
Pero si fuera tan poco cuidadoso que mi riesgo diario de caerme en la ducha fuese de 1 en 1000, entonces moriría o quedaría lisiado aproximadamente 5 veces antes de alcanzar mi esperanza de vida. Entonces tengo que reducir drásticamente el riesgo de accidentes en la ducha, a muchos menos de 1 en 5475.
Esos cálculos sirven para ilustrar la mayor de las lecciones que aprendí durante mis 50 años de trabajo de campo en la isla de Nueva Guinea: la importancia de estar atento a los riesgos de bajo riesgo, que se repiten con asiduidad.
La primera vez que noté esa filosofía del riesgo que tienen los papúes fue durante una incursión en la selva, cuando propuse montar campamento debajo de un enorme árbol. Para mi sorpresa, mis amigos papúes se negaron rotundamente. El árbol estaba seco y podía caer sobre nosotros.
Les retruqué que estaba tan firme que seguramente seguiría en pie por muchos años. Los papúes se mostraron inflexibles: prefirieron dormir a cielo abierto.
Yo pensé que sus temores eran exagerados, rayanos en la paranoia. En los años que siguieron, sin embargo, llegué a darme cuenta de que cada noche que acampaba en la selva de Nueva Guinea, escuchaba la caída de un árbol. Y cuando hice el cálculo de frecuencia/riesgo, entendí el punto de vista.
Piénsenlo de este modo: . De hecho, el año pasado mi esposa casi muere aplastada por un árbol.
Ahora pienso en la actitud hiper- cautelosa de los papúes frente a las situaciones asiduas de bajo riesgo en términos de "paranoia constructiva": una paranoia aparente que en realidad es de buen juicio. Ahora que he adoptado esa actitud, termino exasperando a muchos de mis amigos europeos y norteamericanos. Pero tres de ellos, practicantes también de la paranoia constructiva -un piloto de aviones livianos, un guía de rafting y una policía- aprendieron la lección, como yo, presenciando la muerte de imprudentes.
Los habitantes históricos de Nueva Guinea deben calcular fríamente los riesgos porque no tienen médicos, ni policías, ni un 911 que los saque de apuros. Por el contrario, los estadounidenses nos confundimos al sopesar los riesgos. Nos obsesionamos con cosas equivocadas, y no nos cuidamos de los peligros reales.
Hay estudios que comparan el ranking de peligros percibidos por los norteamericanos con el ranking de riesgos reales, medidos ya sea en cifras de accidentes o por los números estimados de accidentes evitados.
Según esos estudios, resulta que solemos exagerar el riesgo de eventos que están fuera de nuestra control, que causan muchas muertes a la vez o de manera espectacular: locos armados, ataques terroristas, caídas de aviones, radiación nuclear, cultivos modificados genéticamente. Al mismo tiempo, subestimamos el riesgo de aquellas cosas que sí podemos controlar.
Como he aprendido tanto de esos estudios como de mis amigos papúes, me he convertido en un paranoico constructivo respecto de las duchas, las escaleras y las veredas rotas o mojadas, como mis amigos de Nueva Guinea respecto de los árboles. Cuando estoy al volante, estoy alerta a mis propias equivocaciones y a las maniobras de los conductores incautos.
Ser hipercauteloso no paraliza ni limita mi vida: me sigo duchando todos los días, sigo manejando, y viajo asiduamente a Nueva Guinea. Me gustan todos esos peligros. Pero hago un intento de pensar siempre como lo hacen los papúes, para mantener cada vez el riesgo de accidentes muy por debajo del 1 por 1000.
Traducción de Jaime Arrambide
Jared Diamond
Temas
Más leídas de Lifestyle
Su legado oculto. Iba a ser una casa y terminó creándose un pueblo estilo europeo: La Cumbrecita, el sitio ideal para relajar en Córdoba
Misterio. Hallazgo histórico: encontraron un capítulo de la Biblia escondido desde hace 1500 años
Volvió a batir un récord. Fue elegida en 2007 como “la niña más linda del mundo” y hoy es toda una empresaria