Viajes. La Habana: al compás del ron
Un vertiginoso recorrido por la capital de Cuba a bordo de automóviles antiguos, al ritmo del son y del bolero, y degustando tragos y habanos por los sitios históricos de la ciudad. ¿Algo más?
Las aguas chocan furiosas contra el malecón y Marlene, morena y enérgica como las olas, señala las antiguas edificaciones que aparecen, algunas descascaradas, otras en evidente tarea de reconstrucción, mirando al mar. "Están siendo remodeladas y sus habitantes fueron reubicados hasta que estén listas. La condición para que una empresa extranjera venga a instalarse en nuestra ciudad es que invierta en el arreglo de las construcciones del malecón.
Es un viaje en el tiempo entrar en La Habana, con sus automóviles de los años 50 y tanta gente en la calle, amable y tranquila, como en perpetua espera. Y libros. Libros por todos lados. En las plazas, en las calles, en el aeropuerto, en las manos de la gente... librerías en las guías turísticas, en los folletos, por toda La Habana.
"Tres cosas no pueden faltar en Cuba: buen ron, buenos cigarros y buenas mujeres", susurra José, un veterano con sombrero de ala ancha que invita a pasar a La Bodeguita del Medio, celebérrimo bar con la barra imponente de botellas y las paredes desde donde se amontonan nombres, firmas y deseos de miles y miles de personas de todo el mundo. Se llega por un empedrado de La Habana Vieja, y es el lugar donde comienza el idilio con uno de los pilares de la cultura cubana: el ron. Este destilado de la caña de azúcar es la bebida nacional y a partir de él se inmortalizaron tres tragos: el mojito, el Cuba libre y el daiquiri.
Havana Club es una de las emblemáticas marcas de ron de Cuba, con presencia en todo el mundo. Cada año invita a bármanes y consumidores de todo el mundo a las llamadas master class , para recorrer La Habana al compás del ron y conocer los secretos de los cócteles y de los otros condimentos culturales de Cuba. Hay gente de Francia y Canadá, de Lituania y México, de Perú y Rumania. Y la Argentina tiene representantes, con los bármanes mellizos Diego y Martín Olivera y con Gastón Hillaire, un bon vivant ganador de un concurso de la marca. Con todos ellos, se emprende este vertiginoso periplo.
Con un trago aún en la mano, la agenda manda subir a un coco taxi. Pequeños, amarillos y redondos, los coco taxis son vehículos con capacidad para dos pasajeros. Con ellos es divertido recorrer las calles, a pesar de la llovizna. Carlos, el chofer, como la gran mayoría de los cubanos, habla de política, de deportes, de historia. De cada rincón conoce una anécdota. "Aquí nadie cree en nada, pero todos creen en todo", describe la idiosincrasia religiosa del cubano, y señala a lo lejos restos de tela, botellas y otros objetos irreconocibles: "Son rituales. Tenemos muchos cultos afrocubanos y cada uno tiene su propia manera de realizar los ritos".
Lo explica Carlos a las corridas, porque el recorrido es riguroso. Y el próximo destino es la Plaza de Armas, donde habrá que correr hasta el restaurante El Patio. Antes, libreta en mano, hay que ir descubriendo lugares históricos y completar un cuestionario. En cada lugar, la gente ayuda y orienta y conoce. En una de las tantas plazas, un hombre viejo como el mar toca una canción en su extraña guitarra de siete cuerdas. "La reformé yo mismo, sí señor", se enorgullece. Más adelante, un chico nos ofrece libros. Libros de historia, de política, biografías, ediciones antiquísimas...
Después del almuerzo, es momento del maridaje entre habanos y rones, guiado por expertos. En este rincón... un Corona Gorda del Torcedor y un H. Upmann Magnum 46; enfrente, un Añejo Especial, un Añejo 7 Años y el poderosísimo Barrel Proof, todos rones de Havana Club. Se analiza todo. De los habanos: capa, tacto, combustibilidad, humo, sabor, fuerza, aroma... ¡Y luego las alianzas con los rones! Después de tamaño esfuerzo, es necesario tomar un descanso... ¡para disfrutar de uno de los rones (el añejo especial gana la pulseada) y de un buen habano!
A toda velocidad se atraviesa Miramar, el barrio residencial y de embajadas, a bordo de esos grandes Oldsmobile, Studebakers, Buicks o hasta algún Cadillac, emblemas de la industria automotriz norteamericana de los años 40 y 50, que son mayoría en estas calles.
La noche habanera reclama una cena en otro clásico, el Café del Oriente, donde un trío de contrabajo, piano y guitarra obsequia con boleros y también algunos tangos.
A la mañana siguiente, el punto de reunión es en el Morro Cabaña, una fortaleza militar típica del siglo XVIII, donde un ejército de jóvenes voluntarios esperan para brindar instrucción sobre cómo... bailar salsa. Superado este escollo (con cierta vergüenza), y mientras un grupo de lituanos sigue indagando en los secretos del ron (cerca de las 10 AM), internados en el centro de La Habana, por las estrechas callejuelas y los balcones con ropa tendida, se llega a un colorido pasaje, en el barrio de Cayo Hueso, repleto de murales y donde unos jóvenes practican danzas afrocubanas. Es el Callejón de Hamel, llamado así en honor del norteamericano Fernando de Hammel, transportista de armas durante la Guerra de Secesión, luego afincado en este lugar. En los 90, el lugar fue intervenido artísticamente por el pintor Salvador González, y hoy es ocupado por talleres, galerías de arte y altares que consagran las creencias afrocubanas. La mujer del artista ocupa un pequeño puesto desde el que extiende un trago con sello propio, el negrón . "Miel, limón, albahaca, ron y hielo", enumera la señora, que lo sirve en unos recipientes conocidos como jícaras , hechos con la madera de güira (también se utilizan para fabricar el instrumento de percusión de igual nombre). "Es un trago que representa este lugar. Con todos los elementos que no faltan en los rituales", explica. A su lado, una señora vende toda clase de hierbas para santería. De este barrio es oriunda Omara Portuondo, cultora del feeling , un ritmo con acento en la guitarra, creado como antagonista del bolero edulcorado que hace pie en el piano.
A metros del Paseo del Prado, el Hotel Sevilla es humilde y sencillo. En el noveno piso (el último) recibe un piano polvoriento y desdentado. En las paredes, destacan viejas fotos de un agasajo a Libertad Lamarque. Es el preludio del restaurante, con ventanales que ofrecen algunas de las mejores vistas de la ciudad. Y siempre presente el ron, en cualquiera de sus formas.
Al tomar la ruta hacia Guanabo, los carteles publicitarios no ofrecen marcas, sino consignas de la Revolución. Una de las tantas fotos de José Martí (cuya imagen compite en cantidad de apariciones con la del Che) acompaña la leyenda más emblemática: "Ser cultos nos hace libres". En medio del campo, una vieja formación de ferrocarril, de más de 90 años (el único tren eléctrico de Cuba), transporta por los campos de azúcar hasta el poblado fundado por Milton S. Hershey, un magnate de la producción de azúcar y de chocolate. Otras tradiciones se cruzan en el trayecto: probar el guarapo (jugo colado de la caña de azúcar) en pleno campo, directo de la planta; saborear un puerco asado en los jardines de Hershey y terminar con un simulacro de match de béisbol en un viejo y oxidado estadio donde los argentinos batean más que dignamente, pero la estrella es Lunita, el chofer del ómnibus.
El momento de lujo es por la noche, en el imponente Hotel Nacional (sus jardines con vista a las aguas son gloriosos), con más ron, langosta y un espléndido show de la banda de Teresa García Caturla, más dos invitados especialísimos: Barbarito Torres (crack del laúd) y el histriónico Amadito Valdés en los timbales, dos Buena Vista Social Club auténticos.
El final del vertiginoso master class de Havana Club lleva a un infaltable daiquiri en el Floridita, allí donde está inmortalizado Ernest Hemingway. Inevitable perderse entre la multitud por la calle Obispo, repleta de locales, cigarros, libros, instrumentos musicales... y ron, el compañero infaltable en la aventura habanera.
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