La otra pandemia
Ada tenía siete años. Sus juegos y sus fotos fueron a parar a una bolsa. Su cuerpo, apuñalado junto al de su mamá, Cristina Iglesias, al patio trasero de la casa que compartían con su femicida. Ada y Cristina se encuentran entre las al menos ocho mujeres y niñas asesinadas por sus parejas desde que se inició la cuarentena en nuestro país, una estadística que crece a la par del conteo de afectados por el coronavirus, y que tampoco debemos olvidar.
Crecen también las consultas a la línea 144, que atiende situaciones de violencia de género: aumentaron un 25% en todo el país y un 60% en la provincia de Buenos Aires. Hay una alerta que es clara en todo el mundo y de la que comienzan a hablar hasta los infectólogos: el aislamiento agrava la violencia de género y puede aumentar los femicidios porque muchas mujeres quedan literalmente presas con los violentos en sus casas.
Entre las varias manifestaciones propuestas desde los balcones, el lunes hubo un "ruidazo" para visibilizar los nuevos casos. Debió haber sido masivo: visibilizar siempre sirve, porque expone a los violentos y les hace saber a sus víctimas que no están solas. La campaña #BarbijosRojos, que se originó en España con el nombre de Mascarilla-19 y que acá se impulsa desde el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y la Confederación Farmacéutica, va en el mismo sentido. Las farmacias son un servicio esencial que permanece abierto durante el aislamiento, y por eso son un lugar al que pueden recurrir quienes están en situación de violencia o las personas cercanas. De acuerdo con la iniciativa, cuando alguien pida en la misma farmacia o por teléfono un "barbijo rojo", el personal farmacéutico responderá que aún no cuenta con el producto y solicitará los datos de contacto de quien lo necesita. Con esa información se comunicará a la Línea 144 para que se aborde el caso.
Algunos se preguntan cuál es la efectividad de una campaña de la que, al ser masiva, también se enteran los violentos. En parte, la misma que la del ruidazo: decirle a esas mujeres que quedaron en sus casas con sus torturadores que no están solas. Y generar otro canal de comunicación para que puedan pedir ayuda. No es poco si del otro lado hay alguien para asistirlas. Pero como frente a la emergencia, la primera ayuda son los lazos comunitarios y solidarios. Por eso la campaña da lugar a personas cercanas: familiares, vecinos, aquellos que conocen la situación y muchas veces no saben cómo intervenir.
Faltan pocos meses para que se cumpla el quinto aniversario de la primera marcha de #NiUnaMenos, esa que cambió la manera en la que hablamos y pensamos los femicidios en la Argentina y también en el mundo. Por entonces, la cifra de mujeres muertas por violencia machista era escalofriante: moría una mujer cada 30 horas. Hoy es todavía peor, y el aislamiento lo agrava: los últimos datos hablan de un femicidio cada 28 horas –aunque no se puede descartar que estos números sean un reflejo de la mayor visibilización y la existencia de índices oficiales–. Faltan pocos meses, y hubo muchos avances en las formas, pero a las mujeres nos siguen matando. Aprendimos en este tiempo a no callarnos. Especialmente en estos tiempos, no lo hagamos. La violencia machista también es pandemia.