La reivindicación del fracaso como aprendizaje
Después de surfear lo más alto de la ola del pop y rock local en los 90, el cantante Cae evitó la crisis argentina viajando a España, donde le habían editado un disco y le auguraban un futuro promisorio. Con un gran contrato y una incipiente vida de lujo, una mañana se encontró con que la productora que lo empleaba ya no existía. De un día para el otro, las oficinas habían sido vaciadas y los socios habían desaparecido con sus promesas y su dinero, lo que se dice una estafa completa. Sin poder mover los fondos de su cuenta de Argentina dado el contexto de corralito y casi sin efectivo en Madrid, debió recurrir a su otro talento, heredado de su abuela: emplearse como peluquero. Y pasó de alegrarse cada vez que lo reconocían en la calle a no querer que nadie supiera quién era. "Besé al éxito en la boca y después me dio un cachetazo", metaforiza hoy. Ya de regreso en la Argentina y en plena reinvención de su carrera (es el león en la obra Madagascar y llena teatros con Cae Rocklover), habla con iguales dosis de franqueza, humor y emoción de esos años difíciles. Por momentos se le llenan los ojos de lágrimas, y es entonces cuando admite: "Me costó 10 años poder contar este fracaso".
La historia de Cae es solo una de las cuatro que se detallaron el martes pasado en OOPS, Otra Oportunidad para Superarse, el ciclo de charlas de emprendedores que comparten sus fracasos. A sala llena y con un público que varió entre estudiantes, emprendedores y simples interesados en el valor de estas vivencias, la noche selló la décima edición del evento y una tendencia en alza: la reivindicación del fracaso, que dejó de ser tabú para convertirse en herramienta de crecimiento que se comparte y valora.
Desmitificar el sueño
La cabeza tras este ciclo es Hernán Schuster, un emprendedor interesado desde hace años en el concepto, responsable del desarrollo de negocios en Failculture, una consultora inmersiva que trabaja sobre los fracasos, las fallas y los errores, y cómo aprender de ellos para generar transformación cultural en las organizaciones. A la vez, fue promotor, junto a su compañía Spiquers, de Fuckup Nights Buenos Aires, la versión local de un movimiento que busca que personas se paren frente a una audiencia desconocida y cuenten su historia de fracaso profesional. Esta, de hecho, fue la precuela de OOPS. "Lo que pasaba ahí era que solo hablábamos del fracaso, y terminábamos comunicando la idea de que era el opuesto del éxito, cuando en realidad ambos trabajan más como un sistema que se va retroalimentando, y después de un número de fracasos, si podés aprender de ellos, va a perdurar el éxito", detalla. Así, OOPS nació con la misión de promover que el fracaso no es fatal ni definitivo, sino una oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. Para los organizadores, es vital desmitificar el emprendedorismo como una tarea sencilla y divertida, cuando las estadísticas indican que el 70% de los proyectos fracasan antes de los dos años, y que el 90% no llega a los cinco. "Pero todo lo que vemos en los medios es gente que la rompe, no al tipo al que lo estafa el proveedor. Eso es tener una visión sesgada muy peligrosa, porque genera frustración en los que piensan que van a hacer todo de taquito y no lo logran", apunta Schuster. Las historias de caídas y redenciones que pasan por su escenario –porque sí, hablan de fracaso pero también de cómo levantarse, de ahí el valor motivacional– fueron protagonizadas por oradores tan diversos como el empresario Ricky Sarkany, la atleta Jennifer Dahlgren y el chef Tomás Kalika, entre otros. Todo, siempre atravesado por el humor. "Desde ese lugar se pueden decir las cosas más graves y terribles y al mismo tiempo no generar un ambiente solemne, sino una comunión muy interesante con el público", sintetiza el creador.
En el mundo laboral local este concepto es bastante incipiente y todavía está naturalizándose. Después de décadas enteras de un modelo perfeccionista en el que no había margen de error, comienza a apreciarse el aprendizaje que surge de las equivocaciones. En este sentido, algunos especialistas plantean la importancia de diferenciar los conceptos de error y fracaso. "Cuando uno habla de fracaso, lo relaciona con el ‘fracasado en la vida’. El error se diferencia en que es la incorporación del aprendizaje en el acto posterior. El fracaso es el error sin ese aprendizaje", apunta Alejandro Melamed, director general de Humanize Consulting. En su visión, lo que se permite por estos días en ciertas empresas es el fallo, la posibilidad de equivocarse y aprender de ese paso. "Hoy se habla de equivocarse antes y barato, para poder ser exitoso más rápido", cuenta.
A la vez, y si bien hay una flexibilización en el mercado laboral, cada empresa lo toma a su tiempo. "Hay algunas que no permiten el error, otras que sí, otras que lo impulsan, y otras, mucho más transgresoras, que lo premian", detalla Melamed. La aceleración de las startups o empresas emergentes fue una de las mayores difusoras de este modelo de pensamiento. Se proponen aproximaciones sucesivas, y así van permitiéndose equivocarse en pos de alcanzar la mejor versión posible. "Es una práctica que suma mucho, porque libera de la presión de hacer lo perfecto. Nos permite ser más auténticos, conectar más con el mercado, aprender permanentemente, y, sobre todo, sentirnos más humanos. A la vez, busca impulsar que la gente se arriesgue", apunta el especialista, que dice ver en este camino un atisbo de mercado laboral más franco y menos exitista.
En el plano personal
Muy mentado en el plano laboral, de a poco el cambio de concepción sobre el término también comienza a inmiscuirse en la vida personal y los vínculos. Desde el plano del coaching, disciplina que atraviesa y acompaña los procesos de crecimiento de las personas, también se propone naturalizar el fracaso en pos de llegar antes al objetivo planteado. "El fracaso es un resultado, uno más de los posibles a la hora de lograr nuestra meta. Cobra importancia cuando se la damos, cuando nos paraliza y no llegamos siquiera a intentarlo por miedo a que suceda. Sin embargo, aceptarlo es parte del proceso de aprendizaje y nos llevará a ampliar la mirada para conseguir distintos y, por qué no, mejores resultados", sostiene Camila Francos, coach ontológica. Así, superar el tabú del fracaso y poder hablar de él o incluso asimilarlo como un paso probable es vital, porque no importa tanto lo que nos pasa como la interpretación que hagamos sobre eso. "Hablarlo más abiertamente logra quitarle entidad, y por ende vivir de modo más liviano", apunta Francos.
Hace unos días, la actriz Jazmín Stuart contó que se había separado tras 15 años en pareja. La mayoría de los medios se hizo eco de la noticia titulando con su frase: "No lo viví como un fracaso". Según Stuart, aprendió que la familia se puede reformular y los vínculos se pueden transformar, y le quitó peso a un proceso que suele encarnarse como un error que desestabiliza por completo. Esta mirada más amable y que hasta resignifica el término es otro de los avances que comienza a verse. Aunque cuanto más personal, más lento. "Hay una cierta franqueza que empieza a notarse al hablar del tema, pero también es un aprendizaje. Trato de que mis pacientes puedan ver que el fracaso es relativo, porque en verdad fracasar es que no te funcione la quimioterapia, y lo demás son intentos que uno hace en la vida", ejemplifica la psicóloga Silvana Weckesser. Para ella, aún seguimos siendo un país exitista, y las redes sociales y su retrato virtual de que todos son felices no hacen más que acentuar la sensación. "Creo que al hablarse más abiertamente del fracaso también debería enseñarse a tolerar la frustración, que es lo que permite que ya no hablemos de fracaso en tal término, sino de desventura", propone.
Tras generaciones enteras educadas en el modelo del error cero, los paradigmas comienzan a flexibilizarse. El futuro, laboral y personal, se esboza así más lógico y humano.