Crónicas femeninas. La tabla
Por Gabriela Navarra (*)
Dejemos de lado las toallas mojadas, la ropa interior (sucia) tirada por ahí, las maquinitas con restos de crema de afeitar y concentrémonos en el hábito masculino de no levantar la tabla del water. Es cierto, hay señores puntillosos que no sólo la levantan, también la ponen en su lugar. Así no nos crean a nosotras esa sensación de caída al vacío cuando ubicamos allí la humanidad, ignorando que quedaremos por debajo de la medida acostumbrada. Pero el problema de la tabla es una cuestión sin resolver en varios hogares.
Una podría pensar que donde no hay varones no ocurre. Pero en mi casa no viven hombres, aunque sí mi perro Morgan.
Y él, macho al fin, tiene una costumbre similar a la de sus congéneres humanos: cada vez que se enoja, se pone celoso o se emociona, deja sus gotitas diseminadas por los lugares más inoportunos: mi almohadón favorito, que no resiste más lavados; esa alfombrita rústica de Paquistán que compré durante la era 1 peso = 1 dólar; mis bonitas macetas...
Y también el bolso con el que vengo a trabajar y que hoy, como otras veces, tendré que poner urgente en el lavarropas mientras mascullo palabras irreproducibles.
Morgan es un perro y hace cosas de perro. Pero cuando lo reto, algo aprende. ¿Y a ustedes, señoras, cómo les va con los humanos?
(*) La autora es redactora de la sección Ciencia/Salud
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