Las batallas del idioma que Fontanarrosa no imaginó
Cuando en 2004 la ciudad de Rosario recibió el último Congreso Internacional de la Lengua Española organizado en la Argentina, muchos de los adolescentes que hoy utilizan el llamado "lenguaje inclusivo" aún no habían nacido o apenas balbuceaban sus primeras palabras. El iPhone, es decir, el primer smartphone masivo, todavía era un prototipo en la mente de Steve Jobs; y los términos "emoji" y "emoticón" estaban aún muy lejos de popularizarse en el mundo. En retrospectiva, los desafíos y tensiones que enfrentaba el idioma a comienzos de siglo eran muy distintos de los del presente, cuando el país vuelve a albergar, esta vez en Córdoba, un nuevo Congreso de la Lengua. Entonces el tema principal de debate era el impacto de las migraciones, aunque el encuentro hoy es más bien recordado por la hilarante ponencia del gran humorista y narrados Roberto Fontanarrosa en defensa de las "malas palabras".
Todo indica que esta vez habrá menos risas. Pocos imaginaban en 2004 que las transformaciones sociales de la segunda década del siglo iban a llevar tan al centro de las controversias contemporáneas al idioma, al punto de impulsar a muchos a cuestionar su utilidad, al menos tal como está regido por la Real Academia, en el siglo XXI. Solo la Iglesia Católica, la única institución aún más longeva que el idioma, enfrenta polémicas tan acaloradas entre reformistas y conservadores.
A una lengua que permanentemente se ve en la necesidad de incorporar nuevos términos, la mayoría derivados de la era digital, y que sufre por las deformaciones propias de las nuevas formas de comunicarnos en chats y redes sociales, se le suma la presión política surgida de los movimientos feministas, algo que está provocando fracturas en la propia RAE . Esto se hizo evidente a mediados del año pasado cuando el gobierno español del socialista Pedro Sánchez pidió al organismo rector del idioma que evaluara una reescritura de la Constitución española para alejarla "del machismo que trasunta". Contra lo que podría pensarse del señorial órgano, la propuesta no fue rechazada de plano, salvo por algunos académicos encabezados por el escritor y periodistaArturo Pérez-Reverte, que amenazó con renunciar a la RAE si se daba lugar al pedido gubernamental. Otros miembros, como Soledad Puértolas, se mostraron a favor. "El tema está en la calle, en los bares, en la prensa. Claro que hay que echar un repaso a la Constitución", dijo. Ella tenía algunos antecedentes que volvían previsible su postura: poco antes había sido ella quien solicitó a la RAE incorporar a su Diccionario la palabra "machirulo".
Córdoba será ahora el centro de estas discusiones, que aunque no abrirán la puerta a "deformaciones del idioma", como las denominan los miembros más conservadores de la academia, pondrán en el centro del debate los límites del reformismo, y de la propia lengua.
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