Existen artefactos que se conectan y toman decisiones prescindiendo de nosotros. Las empresas argentinas que están en la vanguardia de este desarrollo
"Las tecnologías más profundas son aquellas que desaparecen. Ellas se tejen en la fábrica de la vida diaria hasta ser indistinguibles". Así empieza un profético artículo de 1991 llamado "La computadora del siglo XXI", escrito por el científico estadounidense Mark Weiser, que durante los años ochenta trabajó en el Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto, California. Allí acuñó un término insólito para la época, pero que hoy es moneda corriente: "ubicuidad". En ese trabajo, Weiser describe un mundo en el que las computadoras se convertirían en "tecnologías calmas": sirvientes invisibles y silenciosos, disponibles hasta en los lugares más inesperados. Sin decirlo con esas palabras, Weiser estaba hablando hace casi veinticinco años de lo que pasa hoy con Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés), una tecnología, o más bien el resultado de una suma de tecnologías, que conecta los objetos con internet para que tomen por sí solos decisiones que al hombre le costaría tomar.
Explicada con ejemplos de la vida cotidiana, IoT es aquella tecnología silenciosa, el sirviente invisible (y muy divertido) del que hablaba Weiser: hay, por ejemplo, una cocina que está conectada a la heladera y nos dice qué podemos cocinar a partir de los ingredientes que tenemos en casa. Hay una plantilla que se pone en las zapatillas y nos calienta los pies de acuerdo con la temperatura que fijemos en una app instalada de nuestro celular. Hay un portarrollos de papel higiénico que nos manda un mensaje cuando debemos reponerlo. Hay un despertador que monitorea nuestro sueño y nos despierta en el momento óptimo. También mide la calidad del aire, la temperatura y la cantidad de luz de la habitación, y envía esa información a nuestro celular para que decidamos mejor las condiciones de nuestro descanso.
Estos son algunos de los millones de dispositivos que hay en el mercado de productos de consumo, que están conectados entre sí y a internet y que, gracias a sensores y medidores, envían a los usuarios información que de otra manera les costaría mucho medir o medirían mal. Según la consultora Strategy Analytics, a fines de 2014 había, aproximadamente, 12 mil millones de dispositivos conectados. Es decir, cerca de 1,7 por persona en el mundo. Para 2020 se prevén 33 mil millones de dispositivos conectados, unos 4,3 por persona.
La mayor parte de estos dispositivos son del mundo del hogar y el entretenimiento, pero muchas aplicaciones de IoT, además, son usadas en algo más que diversión. Hay desarrollos en salud, transporte y seguridad pública. Es que IoT lleva al extremo de la precisión aquella frase adoptada por la ingeniería del filósofo francés William Pepperell Montague: "Lo que no se puede medir no existe físicamente". Para IoT, lo que no se mide, se gestiona mal.
"Una persona puede estar controlando cincuenta sensores, pero ¿vale la pena que una persona esté controlando cincuenta sensores, o es mejor que esos termómetros se conecten a la nube y que la nube les presente toda la información de un modo entendible?", pregunta y contesta Guillermo Castelli, fundador de QuadMinds, una empresa argentina de tecnología que desarrolla sensores, los cuales, designados a activos o dispositivos, se pueden controlar de manera remota. "Hay cierta energía que no hace falta gastar porque lo puede hacer Internet de las Cosas", dice. Y es que detrás de la idea de que uno o más dispositivos conectados a internet puedan medir, informar, ser controlados a la distancia y eventualmente tomar decisiones, hay una realidad más profunda, un paradigma más movilizador: hay decisiones que el hombre no está capacitado para tomar. Es hora de dejar que las máquinas hagan su trabajo.
¿IoT nos estará diciendo que no somos tan inteligentes como pensábamos? "Es discutible. Internet es una inteligencia colectiva y gracias a IoT los dispositivos pueden usar esa inteligencia. No sé si las personas hacen las cosas de modo ineficiente o los dispositivos pueden usar una inteligencia que antes no existía", dice Javier Velázquez Traut, un ingeniero electrónico de 25 años que fundó con un grupo de amigos CRAN.IO, una desarrolladora de software y hardware para IoT.
En la Argentina, el mercado de IoT apenas está naciendo y está acotado a algunos mercados verticales, como el agro o la logística. Ahí se puede ver el desarrollo de la lanza para silobolsas introducida por LESS, una empresa de IoT fundada por estudiantes argentinos, o los productos para la agroindustria y el transporte de IoTDV, ideado por Federico Pfaffendorf, quien además creó el Club Arduino Argentina, una de las comunidades IoT más grandes de América Latina. Arduino es la tecnología que permite que dos dispositivos "conversen".
Uno de los factores que posibilitó el desarrollo de IoT es que no depende de grandes presupuestos. "El hardware bajó de costos terriblemente, podés hacer un sensor con dos dólares. Cualquiera con una idea puede elaborar una prueba de concepto, mostrarla, financiarla y evolucionarla. Hace diez años no se podía", cuenta Pablo Vittori, director del laboratorio de IoT de la multinacional Globant, que desarrolla prototipos para empresas de consumo de Brasil y Estados Unidos.
Esa accesibilidad es una de las razones por las que el Gobierno de la Ciudad lanzó el primer concurso de Internet de las Cosas de la Argentina, que premia el desarrollo de dispositivos que generen información útil para la comunidad. La convocatoria será abierta a desarrolladores, emprendedores, estudiantes y hobbistas del país, y otorgará premios en efectivo por más de $100.000, capital semilla e impresoras 3D. La iniciativa del Gobierno porteño revela una incipiente industria. Hay talentos en todo el país que están pensando en cómo conectar las máquinas, en busca de la profecía de Weiser: la computadora, decía, debe extender tu inconsciente.